Publicidad

Ecuador, 22 de Junio de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
+593 98 777 7778
El Telégrafo
Ecuado TV
Pública FM
Ecuado TV
Pública FM

Publicidad

Carol Murillo Ruiz

Una extraña relación

06 de febrero de 2017

No deja de asombrar que la gente, en pleno siglo XXI, tenga una extrañísima relación con la realidad; quiero decir: con los sucesos cercanos, con la acción política de las élites y sus aliados, con la coexistencia de los vecinos, con el desenvolvimiento de las instituciones (educativas, laborales, religiosas, barriales), con el sistema económico que organiza y determina su vida privada y pública.

Esa extrañísima relación, diaria por lo demás, hace notar que nuestra gente, en estricto rigor, está tan ocupada en reproducir su subsistencia doméstica que aquello que apela a su competencia política –como ciudadanía no pasiva-, en estos tiempos de medios y tecnología absoluta, adquiere un halo de lejanía y que un proceso electoral apenas le recuerda un deber –votar- que no incumbe a su realidad inmediata.

Las élites ecuatorianas han sido las celadoras del devenir nacional (¿o regionalista?) y, su comportamiento, cultural y económico, fue condicionando el desarrollo de esferas tan útiles para las generaciones, sobre todo del siglo pasado, como la educación y la política. Esos espacios sociales, muy significativos, fueron construidos bajo las normas de una ideología –la liberal, sin partido- que veía con espanto cómo las revoluciones modificaron el escenario social en naciones tan distintas como la mexicana (1910) o la rusa (1917).

¿Por qué la educación y la política? La universidad, por ejemplo (en el Ecuador) heredó mucho de la reforma de Córdoba (Argentina, 1918) y sus recintos se convirtieron en el gran auditorio de debates y críticas de lo que acontecía tanto dentro del alma mater cuanto afuera. En algún momento, especialmente en los sesenta y los setenta, la universidad nuestra fue protagonista de otras urgentes demandas y conquistas pero, enseguida, fue atrapada por la forma más infructuosa de la política: la ideología sostenida en una retórica de alto vuelo. No obstante, de sus aulas salieron personajes que alcanzaron niveles de dirigencia política notable y también muchos guerrilleros que alteraron la retórica y la tornaron opción de lucha real. Estos últimos honraron la vida y la muerte.

Hoy la universidad es otra porque la sociedad también es otra y son otras las generaciones que buscan en sus aulas un camino para ser y moverse en el mundo. Algunos aferrados al fetichismo del título universitario y otros buscando algo que asegure su futuro… laboral. Así, la política, como operación social de cambio, a partir del neoliberalismo, devino en una herramienta sin punta, sin filo y sin alma. O sea, si las generaciones de los sesenta y setenta se curtían en la pura ideología, el profesionalismo o la subversión, las actuales se curten en la apatía de la despolitización.

Recordar románticamente lo que fue la universidad en esas décadas no ayuda a pensar por qué los estudiantes de hoy se muestran tan fríos con el formato de la educación y su clarísimo y necesario vínculo con la política. Y esto tiene que ver, precisamente, con esa extraña relación que hoy se forja con la realidad.

Una extraña relación producto de la despolitización de la vida social y la tecnologización de la vida individual y cotidiana. Una anomalía local y global. (O)

Publicidad Externa