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Samuele Mazzolini

Podemos en la encrucijada

22 de diciembre de 2015

‘Bienvenidos a Italia’ titulaba ayer un editorial del diario El País. No podría haber fórmula más eficaz: el resultado de las elecciones generales españolas arroja un escenario típicamente italiano, caracterizado por una fragmentación parlamentaria inusual en el país ibérico.

La futura Cámara de Diputados no presentará ninguna clara mayoría, y la única opción ventilada como mínimamente viable por los observadores políticos españoles podría ser la réplica de lo que pasó recientemente en Portugal: el partido conservador primero, pero sin mayoría absoluta y, sobre todo, sin capacidad de armar coalición, con la batuta que pasa a los socialistas, los cuales logran crear un gobierno progresista aliándose con otras fuerzas de izquierda.

Pero en España, la ecuación es mucho más compleja: son muchos más los sujetos políticos con los cuales habría que tejer una azarosa mediación, en la cual se entrelazan, además, cuestiones territoriales particularmente delicadas. Entre ellas, la promesa de Podemos de realizar un referéndum sobre la independencia de Cataluña representa un escollo en la negociación con los socialistas, quienes se oponen estrenuamente a esa perspectiva. Y además: ¿gobierno para realizar qué? ¿Con cuál plataforma política?

La vaga proclama del PSOE en contra de las injusticias sociales no es suficiente para que el partido de Iglesias pueda confiar en una socialdemocracia votada continentalmente a las medidas de austeridad. Pero a la vez existe la legítima aspiración de muchos votantes de alejar a los populares del poder, mientras provocar una nueva ronda electoral demasiado pronto podría nausear al electorado. ¿Qué hacer? Podemos, único verdadero ganador moral de estas elecciones por la remontada y por la cuadruplicación de sus votos con respecto al único término de parangón disponible -las elecciones europeas de 2014-, debe tener cuidado. Gramsci habló en una ocasión de las “miserias de la vida parlamentaria” para referirse al transformismo y a la triste vocación de las asambleas legislativas a los troques de votos.

El pensador sardo no alcanzó a ver el auge de esa corruptela legalizada, que nació en la época de la pos-guerra, cuando el Parlamento italiano se convirtió en un verdadero templo del transfuguismo. No es por nada que Roma siga siendo vista como una ‘ciénaga’ política, es decir ahí donde todas las mejores intenciones naufragan en la viscosidad del inmovilismo. El riesgo es que el tiempo pase sin que ocurra nada: la estrategia -en la cual Podemos es maestra- se torna en una inútil lentejuela, la más vulgar táctica -tradicionalmente castigada por los electores ansiosos de derribar el statu quo- cobra importancia.

Por eso hace bien el filósofo Alberto Toscano en recordar a Podemos, en un artículo aparecido en Jacobin, que no hay que cerrarse en un nihilismo parlamentario y, peor aún, en sus patologías congénitas. La amonestación de Toscano, incrustada en una lógica derrotista que no captura del todo el alcance novedoso de Podemos, echa de todos modos luz sobre una problemática real: la hegemonía no se conquista solamente a golpes de elecciones.

El desafío para Podemos queda ahora en balancear dos aristas igualmente cruciales para la transformación social: lo electoral y sus anexos, esfera formal que confiere el acceso a las llaves del poder, y lo realmente hegemónico, es decir el mantenimiento de un empuje emancipador que, desde abajo, se sostenga en el tiempo y se propague por la sociedad. (O)

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