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El Telégrafo

Nono: Quito rural

02 de abril de 2011

Muchas de las parroquias rurales de Quito tienen tal grado de integración a la ciudad que dudamos si se diferencian en algo de las urbanas. La infraestructura y servicios, la descomposición de la tenencia de tierra, el aparecimiento de grandes urbanizaciones, sin mencionar el padecimiento del uso del transporte, hacen que vivir en el Quito rural y en el Quito urbano sea cada vez más indistinto. Hay excepciones como Nono. Ubicada a solo 18 kilómetros de Quito, es un patrimonio vivo de las complejidades de la reciente historia agraria. 

Esta parroquia permite ver cómo se ha despoblado el campo, deteriorado las condiciones ambientales en las goteras de la ciudad y cómo se compromete el futuro alimentario de millones de personas. Además, se observan las condiciones de marginalidad de los campesinos que aún viven en Nono y de la mayoría de sus descendientes que se dedican en Quito al trabajo doméstico (las mujeres) y a la albañilería (los hombres).

A partir de la reforma agraria de 1964 y 1973 en Nono se consolidó la hacienda ganadera. En haciendas como San Eloy, Yanacocha y Alambi los ex huasipungueros compraron terrenos, pero no pudieron competir con las haciendas ganaderas que desplazaron a la producción agrícola. Hoy en Nono se puede producir más de 30 mil litros de leche diarios, con poco beneficio para la población campesina. Las haciendas ganaderas utilizaron la reforma agraria para deshacerse de una población de trabajadores que presionaba políticamente y tecnificaron su producción y contratar máximo dos o tres asalariados.

En la hacienda San Eloy, ex huasipungueros y ex trabajadores, el 1 de marzo de 1975 se tomaron las tierras de un propietario ausentista. El mayordomo Elías Pailachu se dio cuenta de la justeza de los reclamos de los campesinos que luchaban por cambiar las terribles condiciones laborales que padecían y junto a otros dirigentes, como Emiliano Ramos y con el apoyo de solidarios vinculados a la izquierda y a la teología de la liberación, como Juan Mullo, organizaron un movimiento que permitió a los campesinos tomarse las tierras y pagarlas en las condiciones que ellos impusieron.

Los ex huasipungueros administraron sus propiedades varios años, pero las dificultades en el acceso a créditos y la dedicación a la pequeña ganadería tornó en insuficientes los terrenos de las familias. Por una irracional utilización de químicos los suelos se volvieron improductivos y ante el desempleo los campesinos fueron a la marginalidad e incertidumbre en Quito.

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