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En 1950, Joseph McCarthy, senador por el estado de Wisconsin, inició una campaña ‘ideológica’ para librar a EE.UU. de la infiltración comunista que, según él, convivía en los gobiernos de los presidentes Truman y Eisenhower. Sus primeros ataques los enfiló en contra del departamento de Estado, incriminándole de proteger en su staff a ‘rojos’ convictos y a otros compañeros de ruta.
La ejecución en la silla eléctrica de los esposos Rosenberg, acusados de entregar secretos atómicos al régimen soviético -episodio dudoso y oscuro, al que Jean Paul Sartre llamó un ‘linchamiento legal’-, había alimentado el camino para que la puritana Norteamérica se sumergiera en un tiempo de delaciones, falsías, terror, afectando no solo a entes gubernativos sino también a buena parte de la intelectualidad, el arte y la ciencia involucrados en las famosas listas negras que elaboró con maldad el comité senatorial McCarthy, provocando desaliento social y suicidios.
Las audiencias públicas, donde desfilaban conocidas celebridades de la sociedad estadounidense, cautivaron a grandes conglomerados, gracias a una operación mediática de enorme envergadura, donde se entremezclaron las poderosas cadenas de periódicos y radios y de la naciente televisión en afán sensacionalista, con los servicios secretos, citando a tirios y troyanos, generando un clima de desasosiego general, solo comparable al sufrido después del ataque a Pearl Harbor y décadas después con la acción terrorista en las Torres Gemelas en Nueva York, durante el mandato de Bush.
La estructura histérica montada por McCarthy sirvió para saldar viejas rencillas empresariales y profesionales, especialmente en la industria cinematográfica. Anécdotas repugnantes ilustran la conducta de personajes como Walt Disney, Elia Kazán, Ronald Reagan, Sterling Hayden, y otros, confidentes del senador McCarthy para denunciar a colegas fundamentales en la historia del cine, como el genial Charlie Chaplin y guionistas de la talla de Dalton Trumbo o Albert Maltz, entre otros tantos perseguidos; actores prestigiosos, como Humphrey Bogart, Lauren Bacall, sufrieron quebrantos en sus carreras por negarse a colaborar con aquel aquelarre mafioso, los llamados ‘Diez de Hollywood’, que valientemente se negaron a comparecer a esa suerte de inquisición moderna, se asilaron en México. Las persecuciones también lo fueron con libros, más de treinta mil títulos fueron proscritos y retirados de bibliotecas y librerías: Espartaco, de Howard Fast; Robin Hood, de autor anónimo, encabezaban la nómina. De igual manera, el insigne sabio Robert Oppenheimer y el periodista Edward Murrow fueron cesados; y el dramaturgo alemán Bertolt Brecht, deportado.
La muerte de McCarthy, por cáncer hepático -era un alcohólico crónico- no detuvo la acción de la rabiosa extrema derecha yanqui, que en la actualidad se vierte contra los inmigrantes latinos, árabes, y sus propios ciudadanos negros, y de manera frontal a favor de los grandes trust.
El maccarthismo redivivo en muchas de las actitudes y acciones de los gobiernos norteamericanos, se mantiene latente y actuando en organizaciones no gubernamentales y/o fundaciones empeñadas en enseñarnos democracia a los pueblos al sur del Río Grande, a palo limpio. La respuesta intelectual de Arthur Miller en su contra en Las brujas de Salem no fue suficiente...