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Los creadores consideran a estas máquinas como minifábricas

La industria de la impresión 3D invade más zonas de producción

Robochop con sus brazos articulados modela grandes bloques de espuma, formando muebles o esculturas. Foto tomada de internet
Robochop con sus brazos articulados modela grandes bloques de espuma, formando muebles o esculturas. Foto tomada de internet
06 de abril de 2015 - 00:00 - Redacción Tecnología

¿Necesita una copia de su alianza? ¿U otra placa para el collar del perro? ¿Quizá una pieza de repuesto para su lavadora? El salón de alta tecnología CeBIT de Hannover le ofrece la solución: ¡Imprímalos!

La cita dedicada a las innovaciones, que se celebró hace 2 semanas en la ciudad alemana, presentó unos robots conectados a impresoras 3D capaces de transformar casas y escuelas en laboratorios de ingenieros o en ‘minifábricas’.

Entre los múltiples proyectos expuestos, Robochop es, sin duda, uno de los más impresionantes: grandes brazos articulados modelan, con la ayuda de un hilo metálico caliente, grandes bloques de espuma, formando muebles o esculturas en pocos minutos.

El proyecto, a medio camino entre el espectáculo de alta tecnología y el arte, propone a los internautas crear sus propios diseños y enviarlos a los robots, que se encargan de fabricarlos.

Las 2 mil ‘esculturas’ más interesantes se enviarán gratuitamente a sus creadores, vivan donde vivan, explicaron los promotores de Robochop, Clemens Weisshaar y Reed Kram, en la feria alemana.

“Esos robots son minifábricas que no están conectadas al propietario de la fábrica sino a todo el mundo”, explica Weisshaar.

“Esto es lo que cambiará totalmente en los próximos años: el programa permitirá que los usuarios controlen la máquina sin tener los conocimientos que uno necesitaría si comprara el robot”, asegura.

De hecho, la impresora 3D ha sido durante años una herramienta muy valiosa para los creadores, los ingenieros, los arquitectos o los investigadores que la utilizaron para crear modelos o prototipos.

Dentaduras y naves espaciales

“En realidad, la tecnología se remonta a más de 25 años, pero la habían llenado de patentes”, explica Sara Bonomi, de la empresa Formlabs, que fabrica impresoras 3D de alta resolución para oficinas, capaces de modelar de forma muy precisa objetos en resina, desde joyas hasta dentaduras, incluidas las naves espaciales que aparecieron en la película Interstellar.

“La industria (de la impresión 3D) se desarrolla ahora porque las patentes expiran y, por tanto, la tecnología está al alcance de todos”, asegura Bonomi.

Ahora que su precio se volvió más asequible, entrará en los hogares y cambiará la vida de la gente, vaticina.

“En el futuro seremos capaces de personalizar los anillos y los zapatos e imprimirlos en nuestras casas”, explica, reconociendo que eso aumentará la falsificación y planteará problemas con los derechos de autor la representante de Formlabs.

“En 10 años, el mundo será mucho más sencillo”, predice, por su parte, Vitezslav Musilek, de la empresa checa be3D.

“Si necesita una pieza de recambio o un nuevo producto, podrá descargárselo desde una página web, o hacer su propia maqueta para imprimirlo en su impresora 3D”, afirma el funcionario de be3D.

Pero si se llega a producir esa revolución 3D, ¿no traerá consigo una nueva montaña de residuos en un mundo que ya sufre graves problemas de contaminación?

No tiene por qué, considera Musilek. Su empresa creó una impresora 3D denominada DeeGreen. Un aparato, presentado como dispositivo ecológico, que utiliza materiales termoplásticos compuestos en el  80% por almidón de maíz biodegradable y que no libera ningún componente tóxico.

“Cuando lo echen a la basura, con una buena temperatura, la humedad y bacterias, el objeto 3D se disolverá completamente. No produce ninguna contaminación”, promete Musilek. (I)

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