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Un ‘chambero’ hace de la basura una biblioteca

José Alberto Gutiérrez, de 54 años, es el conductor de un camión de basura que circula en Bogotá. Su oficio le permitió descubrir que la gente arroja los textos a la calle. Él los rescata y los comparte.
José Alberto Gutiérrez, de 54 años, es el conductor de un camión de basura que circula en Bogotá. Su oficio le permitió descubrir que la gente arroja los textos a la calle. Él los rescata y los comparte.
Foto: AFP
07 de junio de 2017 - 00:00 - AFP

Desde hace dos décadas José Alberto Gutiérrez conduce un camión de basura por las grises y frías calles de Bogotá. Además de desechos, ha recogido miles de libros que agolpó en su casa, convertida en una biblioteca gratuita.

El ‘Señor de los Libros’, como es conocido en Colombia, tiene 54 años, es robusto, canoso y de hablar pausado. Hace un cuarto de siglo se unió a una empresa de aseo y en 1997 tuvo “un hallazgo hermoso” que cambió su vida. “Me di cuenta de que botaban los libros a la basura y comencé a rescatarlos”.

El primer ‘rescatado’ fue un ejemplar de Ana Karenina, de León Tolstói, que encontró en una caja con docenas de textos. De a poco empezó a llevar novelas, cuentos, poesías y escritos educativos a su casa, en una loma del barrio obrero Nueva Gloria, en el sur.

Con el pasar de los meses se fue llenando de ejemplares de El principito, El mundo de Sofía, La Ilíada y obras de Gabriel García Márquez.

Sus vecinos empezaron a visitar su residencia buscando textos para que sus hijos pudieran hacer las tareas. “Había una falencia en el barrio y comenzamos a atender a los que podíamos”.

Entonces, en 2000, junto con su esposa Luz Mery Gutiérrez y sus tres hijos abrió, en los 90 metros cuadrados del primer piso de su casa, una biblioteca gratuita que bautizaron ‘La fuerza de las palabras’.

En principio era atendida por los Gutiérrez, pero con el éxito de la iniciativa, se unieron voluntarios locales y extranjeros. “Creo que somos la única biblioteca del mundo donde vienen a pedir un libro prestado y se lo regalamos”.

Además, como muchos ejemplares hallados en la basura estaban en mal estado, su esposa, dedicada a la confección, creó un ‘hospital de letras’. “Los libros que vemos interesantes o que vienen ‘enfermitos’ o cualquier cosa, entonces ella los consiente y los arregla”.

Una ‘maldición’ bonita

‘La fuerza de las palabras’ comenzó a hacerse conocida en el continente y a José Alberto lo invitaron a las ferias del libro de Santiago, Monterrey y Bogotá.
Con el reconocimiento recibió cientos de donaciones. La mayoría de textos ya no llegaba por hurgar entre los residuos. “Tenemos una ‘maldición’ bonita: entre más libros regalamos más libros nos llegan”.

Cientos de ejemplares se fueron acumulando en casa de los Gutiérrez, que parece un laberinto de millones de hojas.

Las sesiones que organizaban para que los niños fueran a leer tuvieron que suspenderse por falta de espacio. Y la biblioteca, que actualmente tiene 25.000 obras, solo abre cuando suena el timbre.

Entonces decidieron empezar a recorrer Colombia regalando ejemplares en zonas deprimidas o alejadas. Maestros de escuelas públicas los llaman para pedirles ayuda. Así han llegado a 235 puntos del país. “Es el éxito de nuestro proyecto”, explicó Gutiérrez, quien mantiene la iniciativa con donaciones y dinero propio.

En tiempos de paz

El amor de José Alberto por la lectura vino por su madre. De niño vivía en un rancho con una sola habitación, en el monte, que compartía con sus padres y hermanos.

Su madre les leía todas las noches las historietas del superhéroe Kalimán. Y desde ahí se enamoró de la lectura, pese a que solo estudió hasta segundo de primaria. Actualmente cursa el bachillerato, que espera terminar en julio. “Ella (su progenitora) fue la que me iluminó”.

Su historia y labor aterrizaron en una de las 26 zonas donde se agrupan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), principal y más antigua guerrilla del continente, para desarmarse tras el acuerdo firmado en noviembre para superar medio siglo de conflicto.

Un guerrillero lo contactó y le pidió que enviara libros a los combatientes, que se preparan para volver a la legalidad. “Me transformaron los libros, pienso que en estos sitios constituyen un símbolo de la esperanza y de la paz”. (I)

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