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El telar es herramienta de trabajo y elemento de identidad en la Sierra

La viga principal se coloca en la parte frontal del telar y en esta son fijadas las hebras de hilo y lana, sobre las cuales recorre el huso wayro.
La viga principal se coloca en la parte frontal del telar y en esta son fijadas las hebras de hilo y lana, sobre las cuales recorre el huso wayro.
Foto: Roberto Chávez | EL TELÉGRAFO
07 de febrero de 2019 - 00:00 - Carlos Novoa

Un “esqueleto” compuesto por piezas de madera. A simple vista esa es la imagen que proyecta el añejo y enorme telar de Wenceslao Chicaiza, anciano residente en la parroquia Pilahuín, ubicada en el suroeste de Ambato.

No obstante, este artefacto constituye una de las herramientas de trabajo, además de ser un valioso elemento de identidad, más significativas de la Sierra centro.

Madejas de lana animal, ovillos de hilo de diferentes colores y tijeras son “compañeros” inseparables de este llamativo cacharro.

El telar constituye una rudimentaria máquina diseñada para tejer toda clase de tapices, ciertas prendas de vestir y complementos textiles de uso diario, como ponchos  y chalinas.

Hasta hace tres décadas los telares de madera eran piezas infaltables en la mayoría de los talleres textiles de la región andina, actualmente su utilización se limita a ciertas localidades por la tecnificación de la industria.

Una de ellas es Pilahuín. Con más de 12.000 habitantes la actividad artesanal en el lugar, después de la agricultura, es el “motor” del desarrollo local y un enorme atractivo turístico.

“Gran parte de las actuales técnicas de tejido tiene influencia europea. Sin embargo hay registros de la existencia de telares en el Reino de Quito, en los que se aplicaban mecanismos de trenzado e hilado propios y únicos”, señaló José Maisanche, docente de Pilahuín.

Como él, la mayoría de jefes de hogar de la localidad aprendió a armar, reparar y, sobre todo, a utilizar correctamente el telar.

Los conocimientos sobre estas actividades fueron transmitidos por su padre, quien aprendió de su progenitor.

Características
El artefacto se elabora con diversos tipos de madera, entre ellos pino, eucalipto, canelo, y chanul. Las dimensiones pueden variar de acuerdo a las necesidades de los talleres, la principal característica de esta herramienta es la enorme viga, en la parte frontal, que sostiene la lana y los hilos.

“Este es el punto de partida del tejido, ya sea de una alfombra, moqueta o poncho. A partir de este elemento los parantes deben ser lo suficientemente fuertes para resistir el peso de la materia prima y, a la vez, no ceder por los constantes tirones del proceso de urdido”, explicó Elizabeth Moreta, artesana de Pilahuín.

Hay telares, agregó, en los que en vez de colocarse la viga principal en el frontis, se la instala en la parte alta.

“Esto se observa en establecimientos donde se tejen alfombras grandes y tapices de pared. Incluso en ciertos casos es necesario reforzar los parantes de eucalipto con vigas de metal y cadenas”, añadió Moreta.

Los telares poseen dos filas de clavos sobresalidos a cada costado (tramas), en los cuales se enrollan los hilos.

Mediante un mecanismo especial, controlado por dos pedales, las hebras son unidas al tapiz base para añadir a la obra colores variados.

“A simple vista el telar es un aparato rudimentario. Empero con él se pueden hacer hermosas creaciones con diferentes diseños, tan solo con modificar la posición de las tramas”, aseveró Lourdes Panimboza, dueña de un almacén de moda indígena.

Venta de prendas
Su establecimiento principal se encuentra en Pilahuín hace 20 años. Sin embargo, abrió hace dos años una sucursal cerca de la Plaza Urbina, en el centro de Ambato.

Allí se expende toda clase de complementos de vestir para la indumentaria indígena, como sombreros, pañuelos, chales, chalinas, zamarros y blusas.

“Uno de los atractivos de mi local es un telar antiguo, que perteneció a mi abuelito. Lo exhibo para demostrar la herramienta con la que se confecciona toda la ropa de mi local”, agregó Panimboza.

El valor referencial de un poncho de elaboración industrial es de $ 30 en Ambato, uno de confección artesanal costaría entre $ 60 y $ 70.

La cifra se duplica debido al proceso de manufactura en los telares antiguos, que toma cuatro días.

Otro elemento indispensable en el telar es el “huso wayro”. A diferencia del huso para hilar a mano, este artículo se utiliza para estirar las hebras de lana e hilo ancladas en la viga principal.

Como carrete el tejedor recorre con el huso wayro toda la extensión del tejido base y le añade coloridos filamentos con los pedales.

“Este proceso sirve, además de dar firmeza al tapiz, para eliminar hebras de la lana de borrego, casi imperceptibles. Simultáneamente el tejedor corrige cualquier error en la cantidad de hilo que se aplica”, manifestó Wenceslao Chicaiza.

En los telares el único elemento metálico, además de las tramas, es el rodillo.

Se trata de un eje que enrolla el tapiz terminado y que es accionado con una palanca.

Tradición oral
Pilahuín no es el único pueblo de Tungurahua, donde aún funcionan los tradicionales telares de madera.

La parroquia Salasaca, en el cantón Pelileo, destaca por sus talleres artesanales en los que se confecciona gran variedad de prendas de vestir con lana animal.

“Los saberes y conocimientos sobre esta labor se mantienen intactos porque se transmiten de forma oral de padres a hijos. Desde antes de la conquista nuestro pueblo ya se dedicaba a este oficio y posteriormente se reforzó por la presencia de ganado lanar”, indicó Roberto Chasipanta, propietario de un taller textil en Salasaca.

Los abuelos y padres de familia de la etnia convierten a los adolescentes en expertos del montaje, mantenimiento y utilización de los telares.

“Aunque ahora esta tradición ya se está perdiendo, los abuelos salasacas se esfuerzan por inculcar a los más jóvenes la importancia que tiene este oficio, pues, además de ser una actividad económica, es un espacio donde los varones podemos compartir experiencias y recibir el sabio consejo de nuestros ancianos”, aseveró Santiago Chasipanta, hijo de Roberto.

Las madres y ancianas de la comunidad, por su parte, instruyen a las niñas sobre el arte de transformar la lana de borrego y llama en hilo fino.

“Primero les enseñamos a lavar el material, pues por su contextura la fibra absorbe  con facilidad la humedad y el polvo. La siguiente lección es hilar, tomar una madeja de lana limpia y enredarla en una vara muy fina (huso)”, manifestó Tránsito Toala.

Esta última actividad no se limita a espacios cerrados, pues las hilanderas son capaces de realizar su trabajo mientras caminan, conversan y viajan en autobús.

“Esto es algo curioso y novedoso, por lo que los turistas no pierden la oportunidad de tomarse fotos con ellas. Esperamos que las jóvenes salasacas no dejen morir esta tradición”, expresó Ana Pérez, antropóloga ambateña que reside en el lugar.

Las mujeres salasacas alternan estas tareas con la actividad agropecuaria. En la parroquia se destaca el cultivo de papa, camote, oca, entre otros tubérculos, así como la siembra de haba, maíz, chocho y arveja.

Otro cantón de la Sierra centro donde todavía se trabaja en viejos telares es Guano, en la provincia de Chimborazo. Allí, al menos 50 artesanos mantienen la tradición de confeccionar alfombras y tapices de pared, y también prendas de vestir para etnias y pueblos autóctonos de Chimborazo. (I) 

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