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Ecuador está en camino para incluir a sus diversidades

Carmita y Claudia pasean juntas por Quito. Ellas son mujeres transgénero. Las dos encontraron apoyo en la asociación Alfil. Allí además de conocer a más trans, les brindan asesoría en varios temas.
Carmita y Claudia pasean juntas por Quito. Ellas son mujeres transgénero. Las dos encontraron apoyo en la asociación Alfil. Allí además de conocer a más trans, les brindan asesoría en varios temas.
Foto: Mario Egas / EL TELÉGRAFO
01 de julio de 2018 - 00:00 - Alejandra Monroy

Solo quieren caminar por la calle, subirse en un bus, entrar a los baños públicos sin que les apunten con el dedo. Erradicar para siempre insultos: “maricones”, “machonas”, “asquerosos”... Simplemente quieren respeto.

Pero ese deseo aún parece ser lejano en Ecuador, donde aún se discrimina a la comunidad de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales (LGBTI).

En el área legal el número de denuncias bajó, pero eso no se siente en el día a día de los miembros de esta comunidad que insiste en una respuesta oficial para que sus derechos se respeten.

Por ejemplo, en la Fiscalía no hay un registro segmentado por identidad de género de las víctimas y en la Defensoría del Pueblo se cuentan apenas 25 casos desde 2016 hasta hoy.

La asociación Alfil, que trabaja por los derechos de los trans, dice que hay más casos. Esta ONG receptó 51 denuncias en 2017 y 10 en lo que va de 2018, de las cuales el 40% se registra por discriminación (ver infografía).

Dentro de los LGBTI los más discriminados son los transexuales, es decir quienes no se identifican con el sexo con el que nacieron.

Rodrigo Varela, director General Tutelar de la Defensoría del Pueblo, indica que hay denuncias de vulneración de derechos desde pequeñas violaciones como no dejarlos entrar a baños hasta prohibir la educación a niños trans.

Pedro Artieda, escritor e investigador de las representaciones LGBTI en la narrativa latinoamericana, asegura que lo trans fractura las construcciones culturales con respecto al cuerpo y la sexualidad. “La historia ha dejado ver cómo lo femenino  ha estado marginado. Un hombre transfemenino es doblemente condenado”.

Una de las mujeres trans que ha sufrido ese maltrato es Claudia Boada. Cuando era niña se llamaba Henry. La quiteña vivió la violencia y el rechazo en las calles del sur de la capital, donde labora como trabajadora sexual.

Con rabia recuerda una ocasión, en 2005, cuando un policía le brindó unos tragos. Después la insultó, la apuñaló varias veces en la espalda. “Dijo que yo le estaba robando y me llevaron presa, estuve seis meses en la cárcel de hombres”.

Cuando salió de la prisión una abogada la ayudó. Puso la denuncia y al uniformado le dieron de baja. Pero ese es un caso raro, pues la mayoría de veces “por miedo a ser más visibilizados los LGBTI desisten de llegar a instancias legales y optan por el silencio”, explica Marco de la Cruz, asesor jurídico de Alfil.

Así lo ha hecho Carmita Villegas. En varias ocasiones, cuando la han obligado a vestirse de hombre y a no maquillarse para ir al trabajo, ha preferido obedecer y callar.

A los 7 años, la manabita, supo que era niña. No quería llamarse Vicente sino Carmen, como una tía.

Para liberarse de sus parientes se fugó de su casa, a los 13 años. Consiguió asilo con una familia, donde igual la botaron cuando notaron su inclinación sexual. A los 16 empezó a inyectarse hormonas con la ayuda de un boticario. Ahora trabaja en restaurantes como cocinera y tiene una pareja hace 16 años.  “Él es betunero, entre los dos salimos adelante”.

Ante la incomprensión que vivieron Boada y Villegas hoy hay casos que demuestran que, aunque persiste este problema, sí puede haber un camino de salida.

Un ejemplo es Lorena Bonilla, madre de familia, quien ha apoyado incansablemente el sueño de su hija de 9 años: ser niña. Cuando su pequeño de 4 años prefería juguetes femeninos y cosas para niña, los padres pensaron que era una etapa.

Poco a poco vieron que sus preferencias eran fijas. Ellos buscaron ayuda médica y sicológica. De esa manera identificaron que su hija Amada es una niña trans. “Fue un golpe duro, pero como padres queremos la felicidad de los hijos”, confiesa la madre.

Ellos aceptaron a su hija.

Según David Jaramillo, psicólogo especializado en Intervención, Asesoría y Terapia Familiar Sistémica, “normalmente las familias se preocupan de que sus hijos sean víctimas de bullying y presionan para que la conducta del menor calce con los estereotipos masculinos y femeninos”.

En realidad el camino para Amada y su familia no fue fácil: 14 escuelas privadas le negaron el cupo. Hasta que por fin encontraron un establecimiento donde apoyaron su transición de género.

Ante la falta de información sobre cómo afrontar en el hogar a un niño trans, Bonilla creó la fundación Amor y Fortaleza para apoyar a más personas. En dos años han ayudado a 10 familias.

Édgar Zúñiga, coordinador de la Red Ecuatoriana de Sicología por la diversidad LGBTI, indica que las familias deben afianzar, proteger, y nutrir el desarrollo de los hijos y buscar ayuda profesional certificada como hicieron los padres de Amada.

El Ministerio de Salud Pública (MSP) con la “Estrategia de servicios amigables para la población LGBTI ha atendido ocho niños trans. Además, brinda asesoría para la hormonización y la salud sexual de los adultos trans.

El Comité de los Derechos del Niño en las recomendaciones 2017 sugirió que el Ecuador tome más medidas para proteger a niños y niñas LGBTI.

Los padres de Amada están luchando para que la pequeña pueda cambiar su nombre y su sexo en la cédula. Según la Defensoría del Pueblo, ellos manejan un caso similar de una niña trans en Santa Elena.

Estos son pocos ejemplos de que Ecuador puede tratar mejor a sus minorías para ser una sociedad justa donde todos sean respetados sin distinción.

Sustitución del sexo por género en la cédula  

Según el Registro Civil, desde agosto de 2016 al 25 de junio de este año, 974 personas optaron por el servicio de sustitución del campo sexo por el de género en la cédula de identidad. La provincia que tiene más casos es Guayas, con 490; le sigue Pichincha, con 266; Manabí tiene 139; Azuay 67 y en el Consulado ecuatoriano en Madrid hubo 12 atenciones.

Ese servicio se encuentra habilitado desde agosto de 2016 y se puede solicitar únicamente en las agencias de Quito matriz, Guayaquil centro, Cuenca y Manta.

La Ley Orgánica de Gestión de la Identidad y Datos Civiles (LOGIDAC), aprobada por la Asamblea Nacional, permite registrar la voluntad de cambio del campo “sexo” por el de “género” en la cédula

El artículo 94 señala: “Voluntariamente al cumplir la mayoría de edad y por una sola vez, la persona por autodeterminación podrá sustituir el campo sexo por el de género  que puede ser masculino o femenino”. 

El artículo 78 permite el cambio de nombres de las personas, por una sola vez.

Se establece además que la persona que solicite el servicio deberá ser mayor de edad, presentar su cédula de ciudadanía, llevar dos testigos idóneos y presentar el comprobante de pago de $ 15.

Ser indígena y ser gay: doble rechazo en la sociedad

Tengo 37 años, nací en la provincia de Loja, en Saraguro. Al principio me dio temor dar este testimonio y que me botaran del trabajo, pero quiero visibilizarme como indígena gay para luchar contra la discriminación, para que quienes tenemos una inclinación sexual diferente ya no seamos tabú, sino personas normales.

Me di cuenta de que era gay a los 22 años, después de haber pasado la noche con un compañero de la Universidad. Hice un análisis de mi niñez y vi que sí me gustaban cosas de mujeres como el traje femenino de mi cultura. A veces yo me disfrazaba e imitaba a las mujeres mayores que visitaban a mi mami, cogía los canastos y a la gente le gustaba. Me festejaban esa travesura. Además, tengo una experiencia de abuso sexual. Cuando era pequeño un tío me hacía tocarle sus genitales y también me tocaba a mí. Llegué a pensar que por eso soy gay. Pero ya de adulto enfrenté a mi tío, le dije que: “¿por qué me hizo eso?” y él respondió que por jugar. He llorado con él y gracias a eso ya no lo he visto cerca de los pequeños de la familia. Ahora que he asumido mi condición con madurez veo que no debo culpar a nadie por lo que soy.   

Antes de salir del clóset me dediqué al alcohol como refugio. Nadie sospechaba que era gay. Siempre fui varonil y deportista.

Fue muy duro asumir mi condición por las costumbres de mi pueblo. En la cultura indígena es más grande el rechazo a los homosexuales, es una cultura muy machista. En Saraguro salí del clóset en 2014. Después de una fiesta me desperté en la casa de otro chico que vino de España. Era la segunda vez que algo así me pasaba. La primera vez nadie se dio cuenta, pero esta vez estábamos desnudos y besándonos. Sus amigos nos vieron. Me pegaron hasta decir basta, me desviaron el tabique. Fui a mi casa, estaba uno de mis hermanos y cuando me vio no creía que alguien me hubiera pegado así porque yo tenía buena fama en las peleas. “¿Qué te pasó?”, me dijo. “Me pegaron porque soy gay”, le contesté. Enseguida me apoyó. Me dijo que así me quería.

Luego le contamos a mi hermana, ella lloró, pero me aceptó. Fui a la Fiscalía a denunciar, pero me arrepentí. Dije, finalmente, aquí mismo se paga todo. Cuando iba a Saraguro tenía que parar las burlas. Hasta mis amigos venían y me tocaban la nalga. Yo les exigí respeto. Se enteraron todos, menos mi mamá, ella lo supo hace seis meses y me dijo: “razón hijo, aún no te has casado”. Y yo no me caso porque no quiero una doble vida. Conozco varios indígenas casados que son gais. De ahí, he vivido varios episodios de doble discriminación en mi vida. Cuando trabajaba en la Amazonía me decían “María” para burlarse. Y en algunos bares gais me han dicho los guardias: “Indígena, ¿por qué quieres pasar acá?, ¿si sabes que es un bar gay?”. Yo voy con ropa indígena y me rechazan. Hoy quiero seguir luchando como ejemplo para los indígenas homosexuales. (I)

Abelikas, docente de Matemáticas

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