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La exhibición se montó en la ciudad mitad del mundo en quito

4 hogares recrean la cotidianidad indígena

La casa de una familia shuar forma parte de la exhibición.  Los espacios son de tamaño real.
La casa de una familia shuar forma parte de la exhibición. Los espacios son de tamaño real.
John Guevara / El Telégrafo
11 de marzo de 2016 - 00:00 - Redacción Sociedad

Es necesario inclinarse un poco para pasar por el umbral de una vivienda kitu cara, un pueblo indígena de la Sierra de Ecuador. Su lógica arquitectónica sostenía que mientras menos distancia exista entre la tierra y el techo, se sentiría menos el frío característico de esa región.

La estructura hecha con los palos de chahuarquero, lechero y eucalipto, este último con propiedades antisísmicas y térmicas, fue levantada en el extremo norte de la ciudad Mitad del Mundo, en el noroccidente de Quito. Junto a esta vivienda se muestran otras tres: un centro ceremonial kitu cara, una casa tradicional del pueblo montubio de la Costa y una morada de los shuar de la Amazonía. Todas hechas en tamaño real, de forma artesanal y con materiales propios de cada zona.

Juan Carlos Goyes, del departamento de Comunicación, informa que la muestra denominada ‘Viviendas Ancestrales’ se inauguró hace poco y busca que los visitantes, nacionales y extranjeros, que llegan hasta ese atractivo turístico conozcan sobre la forma de vida de tres de las 14 nacionalidades indígenas ecuatorianas.

Una vez dentro de la casa kitu cara, Jorge Romo, facilitador de la ciudad Mitad del Mundo, muestra cómo esa población dividía los espacios. Por ejemplo, el centro ceremonial era una especie de sala donde se reunía la comunidad. Ahí hay una escultura que viste el traje típico de un diblohuma (cabeza de diablo). Este personaje característico del Inti Raymi (Fiesta del Sol) tiene la misión de espantar los demonios que acechan las cosechas y la buena energía.

El guía pide a los visitantes que se fijen en los múltiples diseños y colores que tiene la careta. Una de las particularidades es que la máscara tiene dos caras. Esto porque la cosmovisión andina sostiene que nunca hay que darle la espalda al dios sol.

En otra área, la cocina, varias mazorcas y algunas carnes cuelgan de una viga; debajo de ellas está el fuego. Con esa técnica, los indígenas conservaban los alimentos. También se muestra una cama de piedra con una cobija de piel de llama. A unos dos metros de distancia se ven unos escalones hechos de caña guadua. En la sala hay una hamaca y junto a ella un mueble en el que reposa un sombrero de paja toquilla, una guitarra y un machete.

Romo informa a un grupo de jóvenes chilenos, que por primera vez visita Ecuador, que la estructura es una vivienda montubia. Carla Parra pregunta el significado de la guitarra, el guía explica que el instrumento musical responde a una tradición oral de ese pueblo. “Los amorfinos, un fraseo popular que se practica hasta la actualidad, se acompañan de acordes de guitarra”.

Aunque Romo no se anima a improvisar, Parra no se queda con la duda, abre Youtube en su celular y busca “amorfinos”. Aparecen más de 3.000 resultados; al reproducir la primera opción se ve a un hombre de pantalones cortos blancos, camisa y sombrero que recita: allá arriba en ese cerro, tengo un pozo de agua clara, donde se baña mi negra, con vino y agua rosada. Parra ríe, se lo muestra a sus compañeros y el recorrido continúa. Al llegar a la cocina se ven varios utensilios hechos de coco y otros frutos costeños. También se muestra una red, pues esa población se dedicaba a la pesca.

Goyes, quien también acompaña el recorrido y toma algunas fotografías para el registro que lleva la Mitad del Mundo agrega que las personas que ingresan a las viviendas pueden conocer el gran legado cultural de nuestros ancestros. Esto porque antes de la llegada de los españoles, los antiguos habitantes de Ecuador ya tenían conocimientos de astronomía y arquitectura. La última vivienda corresponde a la nacionalidad shuar, el pueblo amazónico más numeroso de esa región. En el ekent o espacio familiar se ve la figura de una mujer de ese grupo étnico. Viste de rojo como sinónimo de fertilidad.

En otra habitación está la escultura de un hombre shuar. Su cabeza está adornada por una corona de plumas de tucanes y otras aves. Su rostro está pintado con diseños de animales, pues creen que estos les transmitirán fuerza y poder. Junto a él, una cabeza reducida llama la atención de los turistas. La práctica de ese ritual se conoce como Tzantza. Romo, el guía, explica que esa práctica tiene gran simbolismo.

Cuando se enfrentan dos tribus Shuar, el jefe vencedor toma la cabeza del jefe caído en combate y la reduce. Lo hace solo y en profunda meditación y ayuno. Los miembros de la tribu vencida pasan a ser parte de la tribu vencedora, sin que haya repudio o discriminación. Parra y sus compañeros se sorprenden al escuchar la explicación, se acercan para mirar de cerca la Tzantza y las preguntas no paran. ¿cómo la reducen?, ¿hasta ahora practican esto?, ¿la que está de muestra aquí es de verdad? Romo les da algunas pautas y Parra -nuevamente- hace una búsqueda en su celular. (F)

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