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La espol cuenta con un proyecto especial para recuperar estos árboles frutales nativos

El arazá, el marañón y el cauje, ausentes en las mesas de la Costa

El arazá tiene un árbol pequeño y sus frutos maduros son de color amarillo. De aspecto muy parecido al durazno, se consume preparado en batidos y mermeladas. Karly Torres / El Telégrafo
El arazá tiene un árbol pequeño y sus frutos maduros son de color amarillo. De aspecto muy parecido al durazno, se consume preparado en batidos y mermeladas. Karly Torres / El Telégrafo
05 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

Cuando Abraham Chavarría habla del arazá, aprieta los labios. No puede ocultar el agrado que tiene ante esta fruta, muy parecida al durazno y que usado en un jugo tiene una textura similar al yogur. “Es riquísima”, dice sin pensarlo.

Aunque esta fruta no es comercializada en la misma escala que la naranja, mandarina, coco y otros frutos de la Costa, Chavarría la conoce a la perfección, porque es una de las especies que se encuentra sembrada en el lugar donde labora hace 16 años: en la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol) de Guayaquil. En 2011 la institución destinó 5 hectáreas al proyecto ‘Bosque de los sueños’, que en apoyo con la empresa privada logró la siembra de 3.000 árboles frutales en peligro de extinción.

Entre las 20 especies sembradas además del arazá, consta el caimito, pomarrosa, marañón, mamey, cauje, carambola, guaba, guayaba, chirimoya, mango, grosella, caña fístula y jackfruit.

Esta última tiene una piel rugosa llena de pequeñas protuberancias. Cuando está madura, se vuelve de color marrón y por dentro es como una chirimoya gigante. Puede llegar a medir 90 centímetros y pesar entre 30 y 50 kilos. Es originaria de la India y en Ecuador es común observarla en la Amazonía, pero también puede ser sembrada en la Costa.

Para Leonor Bravo, de 25 años, la mayoría de las frutas mencionadas son desconocidas. Cuando se trata de pensar en un fruto costeño, lo primero que pronuncia es el mango.

“Algo he escuchado del caimito y obviamente he probado la guayaba, la grosella, el mango y la chirimoya, pero las otras frutas las escucho por primera vez. Me intriga saber cómo son y poder probarlas”.

Chavarría, quien está a cargo de la limpieza y el mantenimiento de las plantas del ‘Bosque de los sueños’, revela que hay frutas como el caimito, cuya producción se obtiene luego de 8 años, pero en ese terreno destinado para la conservación la primera cosecha apareció en 2015, tras 4 años de su plantación.

Señala que el riego de agua, pasando 2 días, ha sido el ‘secreto’ para el pronto resultado y buen estado de todas las especies frutales y vegetales que hay en la zona.

Para la irrigación del área utilizan el agua conservada en tanques de 10.000 metros cúbicos, que se abastece permanentemente del lago de la Espol.

Chavarría, de 59 años, conoce muy bien las técnicas en la agricultura. Expresa que en su natal Manabí, las familias se dedican al cultivo de naranjas, café y yuca por las condiciones climáticas que favorecen a estas plantas.

“Si pudieran, sembrarían alguna de las frutas que hay acá, pero no resulta porque no hay lluvia o agua como sí hay aquí”.

En eso coincide Vicente Reyes, de 66 años, quien es el encargado del personal de bosque protector de la Espol y también tiene experiencia agrícola desde la infancia.

“Todas las frutas que tenemos son riquísimas y hay muchas personas que no saben lo que se pierden porque no se comercializan como otros frutos”.

Mireya Pozo, experta en manejo de recursos naturales, expresa que los problemas de la agricultura son muy complejos, pero el real problema de los árboles frutales es el desconocimiento de la gente.

“Hay un dicho: el que no conoce, no valora; y el que no valora, no defiende. Hay una falta de difusión de estas plantas y por ende las personas no conocen nuestra biodiversidad”, indica Pozo.

Además, menciona que a partir de esta problemática se está perdiendo la genética de las especies porque las semillas no son recogidas ni replantadas.

Según la especialista, la solución está orientada a la ejecución de campañas para que la comunidad pueda conocer sobre estas especies, en cuanto a la importancia personal y del medio ambiente.

La especialista considera que una buena alternativa es el sembrío de los árboles frutales en los patios de las casas y señala 3 motivos. El primero es la fijación de carbono y liberación de oxígeno, es decir, ayuda al cambio climático. El segundo es que habría fruta orgánica para la familia, y el tercero apunta a la contribución de la vida silvestre.

“Si nosotros tenemos patios llenos de árboles frutales, en un momento dado la gran ciudad se va a convertir en un corredor de flujo de especies entre área protegida y bosque protector, a través de los patios. Por ejemplo, las aves tendrían comida y lugares para hacer sus nidos, es decir, el beneficio no es solo para los humanos, sino también para la vida silvestre”. (I)

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