Ecuador, 26 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Michèle Mattelart/ Docente e investigadora francesa

Michèle Mattelart, la maestra a quien no le preocupa el anonimato

Después del golpe de Estado chileno del 11 de septiembre de 1973, Michèle Mattelart retornó a París, donde desarrolló proyectos para el Centre National de Recherche Scientifique (CNRS) y la Unesco.
Después del golpe de Estado chileno del 11 de septiembre de 1973, Michèle Mattelart retornó a París, donde desarrolló proyectos para el Centre National de Recherche Scientifique (CNRS) y la Unesco.
Mario Egas / El Telégrafo
17 de julio de 2016 - 00:00 - Luis Fernando Fonseca, Periodista

Es una mañana que se puede llamar veraniega; una brisa fría recorre las calles soleadas obligando a los transeúntes locales a caminar bajo la sombra de los árboles mientras tiritan. Cerca del cuidado césped del hotel Quito, un cinco estrellas de la ciudad, pasea Michèle mientras Armand Mattelart da una entrevista antes de visitar el Centro Histórico. Un día antes, ambos asistieron a la ceremonia que Ciespal organizó para darle a Armand una condecoración ampulosa y un nonagenario amigo de los Mattelart —a quien muchos han llamado ‘cura rojo’ o ‘papa antiglobalización’ para caracterizar su interpretación social de lo que debe hacer la Iglesia católica— señaló una omisión que los involucraba.

En el auditorio preparado para la ocasión, el sociólogo François Houtart dijo, refiriéndose a la pareja, que “Michèle merece la mitad de la medalla de oro [...] El suyo es un trabajo a cuatro manos”. Michèle habla con un acento francés, siempre sutil, como el color de sus ojos, aunque esté exponiendo argumentos implacables, como los de Mujeres e industrias culturales, el trabajo que realizó en 1981 por encargo de la División para el Desarrollo Cultural de la Unesco. No es habitual que la entrevisten porque prefiere que Armand desentrañe a los medios de comunicación y la cibervigilancia, una categoría que ha surgido de su inagotable atención hacia estos.

Michèle prefiere caminar mientras Armand le responde a un reportero. La docente observó cuando a él le otorgaban un reconocimiento y rió cuando un amigo belga reclamaba para ella —medio en broma, medio en serio— una parte del crédito.

En Bruselas, François le aconsejó a Armand aceptar la propuesta de la Universidad Católica de Chile de visitar esa nación en 1962, sin saber que, luego de un año, se casaría con una talentosa francesa a quien el anonimato no le preocupa. Ninguno previó que después, a la presidencia de Salvador Allende le sobrevendría, con un balazo, una de las dictaduras militares más cruentas de la historia latinoamericana.

Sobre uno de los sillones del hotel, Michèle dice que es posible vivir el exilio al ser expulsado de un territorio en que uno no nació. Eso le ocurrió a ella y a Armand, luego de más de una década viviendo en Santiago de Chile. “Exilio. Es raro ampliar el significado de esa palabra”, dice, con unos lentes de marco rojo pendiendo de su cuello. Mientras duró la Unidad Popular, Michèle buscaba poner en práctica los postulados que iba tejiendo junto a Armand: buscaba una alternativa comunicacional en Quimantú, la televisión y la editorial del Estado que había tomado su nombre de la palabra mapuche que significa “sol del saber”.

Entre 1962 y 1973, los Mattelart —la parisina adoptó el apellido de su esposo al casarse con él— le habían dado tal intensidad a su estadía en Chile que abandonaron sus vínculos con Europa: “no nos habíamos preocupado de publicar en Francia o Bélgica los libros que habíamos escrito”, recuerda Michèle.

El exilio al que los sometió el régimen de Augusto Pinochet fue el final de un sueño compartido, un sacudón que llevaba el ímpetu de las amenazas de la Segunda Guerra Mundial, con una particularidad: la Europa de la primera mitad del siglo XX vivió un estado de guerra donde los enemigos eran extranjeros; mientras que en Chile, de 1973 a 1990, los fusiles apuntaban contra una facción de coterráneos. “No es lo mismo combatir contra la agresión de un país enemigo que padecer una guerra en el propio país, entre los mismos ciudadanos”, dice la mujer que, en 1974, un año después de su retorno forzado a Francia, codirigía la película La Espiral, que retrató las circunstancias que habían puesto a Chile en la vía al socialismo durante 3 años y que realizó junto con Armand y un grupo de amigos.

En Santiago, la pareja había conocido a Chris Marker, un documentalista francés que murió en 2012. Marker, quien entonces trabajaba con el cineasta Costa-Gavras en una película sobre los Tupamaros llamada Estado de sitio, se había interesado en el trabajo de Los Mattelart porque conoció el libro Para leer al Pato Donald (1972) y también otro, un estudio sobre el grupo El Mercurio que se tituló: Los medios de comunicación. La ideología de la prensa liberal en Chile (1970).

De vuelta a Europa, Chris Marker telefoneó a la pareja y le presentó al productor de cine y actor Jacques Perrin en un café parisino. Como en las grandes empresas no faltan las promesas, Perrin le había jurado a Augusto Olivares, un asesor de Salvador Allende —que murió a su lado, en el Palacio de la Moneda después de ser el responsable de la televisión nacional chilena—, realizar una película sobre ese país si se producía un hecho como el golpe militar, proyecto que volvió realidad con Costa-Gavras y los Mattelart.

Michèle grafica sus recuerdos con una mano en movimiento: “fue un conjunto de circunstancias y amistades en el momento, de buena voluntad y admiración por lo que había hecho la Unidad Popular, y de desesperación por lo que se avecinaba”. El sacudón del golpe acabó con el sueño de 2 investigadores y, en Europa, le había sumado 2 cineastas a un nuevo anhelo antes de que el mundo entero pudiera asimilar la pesadilla que vivieron los chilenos a lo largo de 17 años.

El retorno de los Mattelart a Chile fue fugaz. Se dio en 1991, 2 meses después de que la prohibición de su ingreso fuera levantada. Para ese período, Pinochet se había asegurado de que el gobierno mantuviera a buen recaudo sus decisiones: el país ya no acogería los sueños de la pareja. “Ya no era el Chile que habíamos conocido —dice Michèle, sin lamentarse—, el pueblo ya no tenía voz, era una nación que tenía sobre sí un cielo de plomo. Mucha gente había muerto y todo había cambiado”.

Al miedo de hablar, de juntarse por lo sangriento de la dictadura se había sumado el silencio vivo de más de un millón de exiliados, una generación joven, a quienes —en palabras del historiador chileno Gabriel Salazar— Pinochet sacó del escenario histórico-político.

Michèle y Armand se desencantaron de la transición de la dictadura a la democracia mientras caminaban por las calles de Santiago de Chile a inicios de los noventa. Entonces, una generación de políticos que ya eran viejos en los setenta, como Patricio Aylwin o Ricardo Lagos, decidía el destino del país sudamericano. Los sueños de quienes era jóvenes habían sido aprisionados, torturados, exiliados y, finalmente, destruidos.

*

Hay un par de tazas vacías sobre una mesita blanca de hotel. Armand Mattelart mira su fotografía en diario EL TELÉGRAFO y sonríe por la postura en que aparece: veía al cielo antes de recibir una medalla de oro. “Aquí uno no sabe cómo afrontar el clima impredecible”, suelta, enfundado en un saco gris, lanudo. Entonces Mayra, quien será su guía en el recorrido por Quito le dice que también estoy en el hall del hotel para entrevistar a Michèle, que si es posible conversar con ella. El sociólogo libera una carcajada: “¡Usted me pide algo que le debería decir a ella! Pero supongo que sí, que responderá sus preguntas”.

Mientras Armand conversa con los huéspedes sobre el sol fugaz de la capital, Michèle dice que él es el especialista en el mundo digital. Armand parece tener un apego especial por la mezclilla, Michèle lleva puesta una blusa adornada con ramas y hojas otoñales. Ella dice que en la mayoría de países europeos, como Francia —donde ambos residen— o España, los medios tienen una actitud frente a Latinoamérica que es “negativista, es decir que los periodistas tienen una manera desesperada de ver lo que pasa en los regímenes que hoy tratan de construir una democracia”.

Una noche lluviosa —de las que Armand suele renegar sin maldecir—, Michèle vio en la cadena televisiva France 2, una de las más grandes de París, una escena que la indignó. “Un economista se lanzó en contra de Evo Morales aprovechando el supuesto hijo que el mandatario habría tenido”, relata la maestra. El periodista comentó en el noticiero que la característica de Bolivia era la corrupción, haciendo pedazos a su presidente de tal modo que generó varias reacciones, muchos lo criticaron duramente. “Eso muestra, de forma caricaturesca, la mala actitud de una parte de los medios europeos con situaciones latinoamericanas”, dirá Michèle.

Los Mattelart coinciden en que los mass media de su continente tampoco saben informar sobre Medio Oriente. “Se conforman con difundir explicaciones sobre el tema que no son tal, porque no saben contextualizar y repiten las cosas con una actitud controversial frente a una parte de la población y la opinión pública. Los franceses no saben si su país debía meterse o no en el conflicto y, por tanto, hay discusiones pero los medios no están a la altura”, dice la autora que estudió literatura comparada en la Sorbona.

Solo en París conviven posiciones diversas, críticas con la posición del gobierno francés. Hay incluso quienes se manifiestan y Michèle cree que “los sucesos rebasan a los ciudadanos. Hay una fractura en la opinión y quienes piensan que había que intervenir en Siria porque había una revuelta, una dictadura como la de Bashar al-Assad, aún pueden hacerlo pese a que están siendo cuestionados”.

Mientras Armand trabajaba —junto con André Vitalis— en el libro De Orwell al cibercontrol —que se presentó en Quito el 10 de junio—, Michèle retomaba sus estudios de género, pero se sintió interpelada cuando el gobierno francés declaró el estado de emergencia después de los atentados terroristas que padeció el país en noviembre de 2015. “Tuve la misma reacción de gente como Armand, pero también de otros en la esfera política. Aceptamos la declaración de estado de excepción, pero después lo prolongaron y hubo una amenaza sobre las libertades ciudadanas que muchos sentimos. Desde entonces, mucha gente, no solo quienes están ‘a la izquierda de la izquierda’, lamentaron lo que ocurría porque el estado de emergencia significa limitación, una interdicción al derecho de reunirse, en asambleas, por ejemplo, y tiene efectos que son gravísimos para la sociedad”.

Los Mattelart viven en un continente que apenas les permitió prever la beligerancia con que hoy actúan sus gobiernos. Una situación en que se repite el dilema entre seguridad y libertad, uno que invadió los medios masivos desde el 11 de septiembre de 2001, cuando fueron derribadas las Torres Gemelas en Nueva York.

“El miedo a los horribles atentados —dirá Michèle— hace que los ciudadanos se sientan amenazados al punto que toda medida de seguridad les parezca protectora. No se dan cuenta de que eso involucra un riesgo para el conjunto de sus libertades. Prefieren sentirse seguros, aceptando limitaciones”. Mientras puedan continuar siendo críticos con lo que les rodea, Michèle y Armand Mattelart caminarán uno al lado del otro, sobre sus coincidencias, en París y el resto del mundo. (F)

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media