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Giovanni Onore, el 'padre' adoptivo de los insectos

Los alumnos de Onore coinciden en que el académico tiene un gran sentido del humor. En su oficina, al norte de Quito, intenta conservar espacios verdes.
Los alumnos de Onore coinciden en que el académico tiene un gran sentido del humor. En su oficina, al norte de Quito, intenta conservar espacios verdes.
Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
15 de enero de 2017 - 00:00 - Andrea Rodríguez

El día en que Giovanni Onore llevó a su escuela unos grillos y un ‘ratoncito’, la primera en asustarse y reprenderlo fue su profesora Ángela.

Lo que más le sorprendió de este episodio de su infancia fue la reacción de la maestra. No concebía cómo su profesora tan educada, amiga de los libros y amante de la naturaleza tuviera tanto miedo a estos animales.

Onore, nacido en Costigliole d’Asti, una localidad italiana, consideraba que el gusto por los animales era casi universal y por eso le costaba mucho entender que otras personas sintieran temor o repulsión por estos seres vivos que, según dice, no hacen daño a nadie.

Este entomólogo (científico que estudia los insectos), que llegó al país a finales de la década de los ochenta, ingresó en octubre de 1981 como docente a la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), contratado para dar clases de Zoología de Invertebrados, en el departamento de Biología.

Según lo documenta el libro Vida de Giovanni Onore, el héroe nunca cantado, del investigador César Enrique Jácome, cuando este académico ingresó a la PUCE, encontró una sala pequeña donde se guardaban cajas que contenían pocos invertebrados sostenidos con alfileres de costurera. Allí también habían unos cuantos insectos que no estaban clasificados, pájaros embalsamados y pocas ranas en frascos.

Fue Onore quien planteó la necesidad de formar el Museo de Zoología con énfasis en los invertebrados. Como muchos proyectos científicos, el propuesto por este investigador italiano tuvo altibajos que él supo sortear con constancia.

Álvaro Barragán, catedrático e investigador, conoció a Giovanni Onore cuando fue su profesor en la PUCE.

 “Cada clase era un viaje maravilloso al mundo de los animales más pequeños e interesantes. En una clase sobre las pulgas nos mostró cómo se sacaban las niguas —una especie de ácaro pequeño que se introducen en la carne— de sus pies y luego las miramos en el estereoscopio”.

Para Barragán, la contribución de Onore al estudio de la biodiversidad del Ecuador quedará marcada en la historia de la ciencia.

“Fue él quien fundó el museo QCAZ (Quito Católica Zoología) al recolectar animales en todo el país y estudiándolos junto a investigadores de todas las latitudes. Muchos insectos, sapos, culebras y plantas llevan su nombre en honor al gran trabajo realizado”.

En realidad, son numerosos los estudios desarrollados por Onore, desde aspectos de taxonomía, control biológico y polinización, hasta cambio climático.

En uno de sus viajes de campo para recolectar larvas de Lucanidae (una familia de escarabajos de la cual es especialista), notó el cambio de distribución altitudinal de estos insectos que, buscando las condiciones idóneas de su hábitat, tenían que ir cada vez más alto.

Barragán menciona que Onore es capaz de maravillarse con las cosas más sencillas. “Nos mostraba la importancia de la vida en sus formas más pequeñas; sacaba la grandeza de las personas humildes y nos mostraba que podemos hacer lo que nos propusiéramos en la vida”.

La investigadora Gabriela López, alumna de este científico, señala en un blog en el que escriben otros biólogos, que el ‘Doc’ —como llaman a Onore— siempre sonreía y en sus ojos guardaba mil historias que iba sacando poco a poco.

“Él nunca hablaba de muertos, sino de vivos. Las arañas eran princesas en su boca y muchos bichitos tenían su apellido. Con él, todo parecía tener un sentido profundo, mucho más allá de la ciencia. Él le devolvía la vida a todo, hasta a los seres humanos”.

Según lo describe López, Onore es “esa extraña mezcla entre el gran científico y el ser humano profundamente espiritual. Impecable. Como académico, pudo ver más allá”.

Es ingeniero agrónomo de la Universidad de Turín y se especializó en la defensa de cultivos, a través del uso de los insectos útiles.

Uno de los insectos más estudiados por Onore son las abejas, porque su padre fue apicultor. Para él, la desaparición progresiva de los antófilos (hoja o pieza floral) es preocupante y precisa que estos son bioindicadores de la calidad del ambiente.

“Si las abejas mueren, mañana seremos nosotros. Mucha gente se ríe, pero a los científicos nos preocupa”.

Su interés por estos insectos lo llevó a mantener un panal de abejas en Quito. Luego debió cambiar de sitio, porque sus vecinos se quejaban por las picaduras.

Su aporte    

Onore y la familia Tapia Caisaguano mantienen, hace algunos años, una relación muy estrecha. Ellos han conservado, con la ayuda del académico, la reserva Otonga, donde no solo hay bosque y naturaleza, sino gente que vive en sus alrededores, sobre todo niños.

La Reserva Integral Otonga es un bosque subtropical de las estribaciones occidentales de los Andes de Ecuador, en la provincia de Cotopaxi.

En 1988 fueron adquiridas las primeras 100 hectáreas, gracias a una donación de Massimo Carpinteri, un apicultor italiano, quien se enamoró de la belleza natural de la zona y dio el dinero para la compra con el deseo de que se conserve en estado natural.

Precisamente, el cuidado de la reserva fue encargado a la familia Tapia Caisaguano.

En los años noventa, César Tapia y sus hijos iniciaron un programa de biorrestauración de las áreas deforestadas y, a la vez, han sido los guías de los visitantes.

La reserva, que tiene más de 1.500 hectáreas, fue adquirida gracias a donaciones, sobre todo a través del profesor Mario Paván, de la Universidad de Torino Italia y del Premio Gambrinus, que fue concedido a Onore.

La reserva Otonga es visitada especialmente por científicos alemanes, brasileños, canadienses, checos, porque es considerada un laboratorio natural. (I)

El científico recorrió diversos rincones del país

Cuando Onore propuso crear el Museo, no había un presupuesto asignado para este propósito. Fue entonces cuando comenzó la difícil tarea de recolección de los invertebrados, lo cual exigía, como señala César Jácome, el desplazamiento de este entomólogo por selvas, páramos, ríos, nevados, volcanes y cultivos del país. Los recorridos los realizaba aprovechando los fines de semana, los feriados y los períodos de vacaciones.

En la actualidad, el Museo de Invertebrados es uno de los mejores del país, pero además es reconocido por revistas científicas y museos de Francia, Holanda, Suiza, Polonia, Alemania, Rusia, Bélgica, Inglaterra, entre otros países. Al referirse a la reserva Otonga, el investigador señala que esta es de los ecuatorianos al servicio de la ciencia.

“La naturaleza, con la bendición de Dios, permite que flora y fauna se conserven y se multipliquen. La familia Tapia es un referente de cómo los hombres pueden cambiar y comprometerse para convertirse en los centinelas de la Pacha Mama”.

Onore siempre está presto a apoyar la investigación sobre insectos que se realiza en otras ciudades del país. De hecho, participó, de manera activa, en la creación y funcionamiento del Centro de Biodiversidad y Ambiente de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. (I)

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