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El miedo se extiende por Europa

El miedo se extiende por Europa
03 de abril de 2016 - 00:00 - Gorka Castillo, corresponsal en España

“¿Dónde será la próxima vez?”. La respuesta a esta pregunta cada vez más extendida en Europa es una mercancía que hoy zurce el continente de un extremo a otro. El resplandor catastrófico del aeropuerto bruselense de Zaventem y los gritos de los supervivientes saliendo de la estación de metro de Maelbeek, han acelerado una misma réplica: La sociedad europea empieza a tener miedo.

Pero 2 controversias se superponen aquí. La de aquellos que encuentran argumentos para reducir las libertades colectivas hasta límites preocupantes y la de otros que solo alcanzan a ver las razones que empujan a ciudadanos europeos de origen árabe, pero europeos al fin y al cabo, a atacar a una población indefensa. Y junto a estas dos percepciones otra mucho más compartida: la de ver cómo los 28 estados que conforman la UE han sido absorbidos por una situación de miedo, con un aluvión de preguntas sin respuestas a cuestas. “¿Dónde será la próxima vez?”.

La máquina de encauzamiento de la información puesta en marcha por los gobiernos europeos para disipar cualquier muestra de escepticismo sobre las estrictas medidas de seguridad impuestas en sus calles no ha germinado del todo. De ahí que desde el taxista al funcionario, del vecino aterrorizado por las noticias que escucha de que una tragedia aún mayor puede volver a ocurrir, al ultraderechista enfurecido que aplaude todos y cada uno de los abusos que se cometen contra buena parte de la comunidad musulmana del continente, los latidos que hoy se escuchan en Madrid, París o Bruselas hablan de una necesidad imperiosa por conocer a quién se enfrentan los ciudadanos, para saber cómo defenderse. Y de fondo, sobre el telón de lo incomprensible, los refugiados, sobre quienes algunos descargan buena parte del enojo generado por la cadena de atentados yihadistas.

“Europa ha sufrido en demasiadas ocasiones el terrorismo ciego, que ya sabemos que no representa a los musulmanes sino a una minoría de fanáticos, pero de la misma forma también le diré que percibimos una falta de crítica muy grave por parte de los líderes religiosos hacia ese radicalismo. No podemos evitarlo, entiéndame. La mayoría de la gente no duda de que las lágrimas de muftis son ciertas, de que se avergüenzan cada vez que una célula yihadista asesina en nombre de Alá, pero también percibimos que muchas mezquitas no están libres de pecado. Reconozco que los gobiernos europeos también tienen su culpa, quizá, la de no haber integrado a generaciones enteras de migrantes pero, perdóneme, creo que ellos también deberían mirar a su interior y descifrar lo que está fallando”.

Quien habla así de contundente es Fernando Cabeza, funcionario, un ciudadano normal de Madrid que prefiere aparcar cualquier referencia a su ideología, a su adscripción política, y dejar que aflore lo que guarda dentro. El suyo es el estado mental de agotamiento que se está gestando en esta UE aturdida por un irracional manto de amenaza.

Marta es una argentina residente desde hace un lustro en el madrileño barrio de la Esperanza. La semana pasada estuvo en una concentración silenciosa organizada en memoria de las 35 personas fallecidas en Bruselas donde purgó horas de tensión y dolor. “¿Sabe cómo vemos a los musulmanes en la Argentina? Como personas muy inteligentes con el prójimo”.

A Marta no le gustan las polémicas, pero cree que la calle necesita respuestas rápidas. Sentada en una cafetería en pleno centro de la capital de España, recuerda con dos compañeros de trabajo el gran impacto que supuso el atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid y que dejó el desolador saldo de 191 muertos y 2.057 heridos. “Yo soy de los que piensa que detrás de estas atrocidades hay intereses ocultos. Me refiero a que no solo tratan de infundir temor a la ciudadanía sino que buscan un objetivo que desconozco”.

A su lado, Jane, irlandesa de padre sevillano, cuestiona los mensajes yihadistas casi tanto como las consignas de algunos líderes europeos como el húngaro Viktor Orbán contra los refugiados que aguardan soluciones en Grecia. No les cree porque, en su opinión, “los ataques solo refuerzan las posiciones más intolerantes y excluyentes contra ciudadanos que solo suplican protección y asilo”.

Pero al margen de posibles verdades, lo que alimenta la angustia de buena parte de la población es la paranoia de inseguridad que se empieza a conjurar en las conciencias de los ciudadanos europeos. El ejemplo se vivió el pasado miércoles en el metro de Madrid cuando un fallo informático activó el aviso de evacuación inmediata de pasajeros en la red metropolitana. Los trenes se detuvieron y miles de usuarios, temerosos de estar encerrados en una ratonera, huyeron hacia la salida.

“Para los que vivimos en esta ciudad hay una sensación de vulnerabilidad a sufrir otro atentado como el de 2004”, sostiene Carmen, veterinaria, 45 años y residente en el barrio de Mirasierra de Madrid.

Una inquietud que el presidente de la Comisión europea, Jean Claude Juncker, se encargó de incrementar al día siguiente de la matanza de Bruselas al advertir que “si los gobiernos hubiesen seguido las propuestas de la Comisión en materia de seguridad, la situación no sería la que tenemos ahora”.

Es decir, Juncker dijo que la unidad está muy bien, pero que falta cohesión en temas vitales, como el de la lucha contra el terrorismo. La UE está sometida a 28 realidades distintas en materia de seguridad. A juicio de los expertos, una de las debilidades de Europa es la ausencia de un servicio de inteligencia común. En los últimos años, Juncker ha propuesto iniciativas para la creación de un sistema unificado que siempre embarrancaron en el seno del Consejo, donde las decisiones se toman por unanimidad.

Tras los últimos atentados, con el pulso acelerado, ha regresado a los foros de discusión el eterno dilema entre seguridad y privacidad que sacude a la civilización actual. “Europa no atraviesa su mejor momento”, concluyó su condena a los atentados el todopoderoso presidente de la Comisión. Si la gestión de la crisis económica dejó maltrecho el proyecto común, las desafortunadas decisiones tomadas sobre los refugiados han terminado de rematar cualquier sueño europeo. Mientras aumentan los eurófobos y los grupos neonazis bajo el paraguas de informaciones infundadas de que hay yihadistas infiltrados entre los miles de refugiados que han huido de las guerras que incendian Oriente Medio, los responsables comunitarios discuten cómo blindar el tratado de Schengen y extremar la vigilancia en las fronteras exteriores de la vieja Europa. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, ya alertó la semana pasada contra estas tentaciones.

“Los que gritan que cerremos las fronteras no se dan cuenta de que los terroristas que atacaron en Bruselas y París habían nacido aquí”, dijo. Europeos que matan europeos en nombre del Estado Islámico. Demasiada confusión en un mundo incierto y empapado por una lluvia de lágrimas. “¿Qué está pasando?”. La pregunta que flota en el aire de la UE aguarda una respuesta. (I)

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