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Aspirantes al clero disminuyen, pero la fe sigue latente

Aspirantes al clero  disminuyen, pero la fe sigue latente
Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
30 de abril de 2017 - 00:00 - Amanda Granda

A las 05:10, una estruendosa campana anuncia el comienzo de una nueva jornada. El sonido es envolvente y el eco retumba en los altos muros del Seminario Mayor San José de Quito.

Poco a poco, las luces de las habitaciones del segundo y tercer piso se encienden. Sus residentes, 26 jóvenes internos que aspiran a ser sacerdotes, se levantan. Tienen algo más de media hora para asearse y organizar su dormitorio. Todos los días, a las 05:40 (en punto) se celebra la primera misa del día.

    Después de desayunar, los aspirantes al clero salen a clases. Ellos se forman en la Facultad Eclesiástica de Ciencias Filosófico-Teológicas de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador (PUCE).

Mientras los jóvenes asisten a su centro de educación superior, el padre Amado Pérez, rector del seminario, camina por uno de los patios del predio que data de 1894. De la construcción inicial, solo la capilla se conserva, los demás edificios fueron remodelados.

De las cerca de 100 habitaciones individuales que hay en la casa de formación apenas 30 están ocupadas. En 4 de ellas viven sacerdotes formadores de los seminaristas.

Tiempo atrás, todos los dormitorios permanecían ocupados, pues la cantidad de residentes era mayor.

A inicios de este año, el papa Francisco expresó su preocupación por la reducción de aspirantes a curas y monjas.

En una reunión en el Vaticano sostuvo que la pérdida de miembros del clero está debilitando a la Iglesia.

Pérez reafirma la percepción        del Pontífice. Sostiene que el estilo de vida sacerdotal al ser “tan bello” también es sacrificado. Frente a las ventajas que ofrece la sociedad actual —confort e independencia— la vida sacerdotal no resulta llamativa.

Sin embargo, el padre mayor del seminario San José cree que la llegada del papa Francisco le dio a la Iglesia un aire de renovación. “Estamos cosechando muchas vocaciones por la motivación que el Papa inspira en los jóvenes”.

Son las 13:00 del último miércoles. En el amplio comedor, 18 seminaristas almuerzan. La comida es preparada por 3 monjas dominicas y sus ayudantes, pero ellos se encargan de lavar los platos y limpiar las mesas del comedor.

Al finalizar agradecen a Dios por los alimentos recibidos. Salen del mesón y al cruzar el patio en el que hay una escultura de la Virgen del Rosario, el seminarista venezolano Luis Miguel Sánchez, de 25 años, toma entre sus manos el rosario que porta en su cuello e inicia una plegaria. Todos se distribuyen en el patio y oran con él.

Sánchez llegó a Ecuador con el objetivo de ser sacerdote. En su país natal estaba vinculado a una comunidad de frailes, pero ellos no cuentan con una instancia de formación de sacerdotes. Durante la celebración de la misa crismal,  el joven acudió a la catedral de Quito. Se abrió paso entre los asistentes y logró expresarle su voluntad de ser clérigo a monseñor Fausto Trávez, presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.

Ese día, el sacerdote le dijo: “No defraudes a Dios, y no me defraudes a mí”.

Hasta antes de ingresar al seminario, Sánchez se mantenía con la venta en las calles de pasteles que él preparaba.

Los seminaristas se dirigen a sus habitaciones. Ahí, el piso de tabla rechina con cada paso. Las puertas son de madera y cada una tiene el nombre de un aspirante. En una de ellas, desde 2013, se lee el nombre de Juan Lara, quien cursa el cuarto año de Teología. Su dormitorio, al igual que el de sus compañeros cuenta con una cama, un velador, un armario, un escritorio y un lavamanos con un espejo. Sobre uno de sus muebles hay un charango, un regalo de un creyente de la comunidad de Chimbacalle en la cual sirvió.

Lara aprendió a entonar el instrumento andino por iniciativa propia. Su buen oído y los tutoriales de YouTube perfeccionaron su técnica. Mientras entona la canción ‘A mi lindo Ecuador’, su compañero Juan Pablo Campoverde, de 33 años, baja su ropa a la lavandería. Ahí no hay ninguna máquina, solo 6 piedras de lavar.

Los seminaristas se encargan de la limpieza de sus prendas de vestir. Algunos se ayudan de lavanderías privadas, mientras que otros, como Lenin Zurita, cuentan con el apoyo de sus familias para esas labores. Todos los viernes, el papá de Zurita llega al seminario para llevarse la ropa sucia de su hijo.

Junto a él está Isack Proaño, de 18 años, el más joven del grupo. Al preguntarle cómo decidió ser sacerdote, su respuesta, al igual que la de los otros seminaristas y el padre Pérez, tiene un denominador común: el llamado de Dios.

Pérez recuerda que desde niño, en su natal Cartagena, sintió atracción por la vida religiosa. Su papá empeñó la siembra del mes para comprar el pasaje que su hijo necesitaba para llegar hasta el Seminario de Bogotá. De un grupo de 25 aspirantes, solo Pérez y otro postulante lograron ordenarse como clérigos. Ahora él está al frente de San José.

El padre rector y los seminaristas están convencidos de que cuando Dios fija su mirada en uno de sus hijos para que lo sirva, ninguna fuerza impide cumplir esa misión. (I)

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