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El Septenario revivió los juegos de antaño entre los jóvenes y niños

Don Julio Sánchez instaló sus juegos de azar al pie de la iglesia del Carmen de la Asunción, en Cuenca.
Don Julio Sánchez instaló sus juegos de azar al pie de la iglesia del Carmen de la Asunción, en Cuenca.
Foto: Fernando Machado / El Telégrafo
24 de junio de 2017 - 00:00 - Rodrigo Matute Torres

Carlos Torres mostraba su felicidad al ver como sus nietos (dos) jugaban en una vieja ruleta, en la que el ganador se llevaba caramelos artesanales de diferentes colores, mientras a un costado, varios jóvenes con una escopeta apuntaban los chicles que prendían de una tabla colocada a un metro y medio de distancia.

Novedosos juegos para unos, pero ya tradicionales y muy conocidos para otros. Estas diversiones se “desempolvaron”, con la fiesta del Septenario  o Corpus, una tradición que duró siete días en Cuenca y donde a más de estas diversiones, se unieron la quema de castillos, lanzamiento de globos, música con las bandas de pueblo y la venta de sabrosos dulces, los cuales son preparados con 15 días de anticipación para la comercialización.

“Lo más lindo del corpus es que puedo salir con mis hijos y enseñarles cómo pasábamos el tiempo antiguamente”, dijo Víctor Hernández que paseaba acompañaba de su familia, mientras el frío de la noche no les asustaba en sus recorridos.

Julio Sánchez en cambio se ubicó  al pie de la iglesia del Carmen de la Asunción. Allí armó su carpa, colocó su juego con una mesa que tenía más de un metro de largo por uno de ancho.  “Allí vamos con la culebra venenosa que es pariente de don Espinosa”, gritaba el hombre, mientras niños y jóvenes colocaban monedas de $ 0.25 en la figura de su agrado. “La casa gana”, decía cuando la rueda paraba y nadie acertó.

 Sánchez aprendió de su abuelo este juego, cuyas ganancias le ayudan a mantener su hogar. “Vamos diablito que te agarro de las patas”, recalcaba e iniciaba una nueva ronda de apuestas.

Pero el llamado ‘tiro al blanco’ no necesitaba convocar a la gente. Las parejas, en especial, llegaban hasta el sitio con el ánimo de llevarse una caja de chicles.

“Apunta al lado, porque la escopeta es torcida”, le recomendaba Mario Cárdenas a su enamorada que intentaba hacer blanco en una de las cajas que estaba pegada en el tablero.

Los gritos de emoción y otros de pena por no ganar nada se  escuchaban a cada momento en la Plaza de las Flores, mientras los juegos artificiales alumbraban el sitio, pero también interrumpían la concentración de los jugadores que muy emocionados buscaban llevarse un premio. Y así transcurre la noche, entre el frío y el deseo de ser un ganador.

 Las noches de Corpus Christi en Cuenca tienen esa magia que permite al ciudadano recorrer un abanico de posibilidades de diversión, mientras degusta los dulces y escucha el estruendo de los juegos artificiales.

Esta fiesta se instauró de manera oficial por el Cabildo desde el primer año de fundación de la ciudad, el 18 de Septiembre 1557. Fue una de las principales celebraciones religiosas, a la que se le empezó a llamar ‘Fiesta de la Ciudad’.

Justamente en este año se estableció el trazado urbano en la ciudad y asignando lotes alrededor de la Plaza Central para la construcción de edificios religiosos y públicos.

Los rituales en honor al Corpus Christi se realizaban en la Iglesia Mayor (hoy denominada Catedral Vieja ) y los festejos populares, con salvas y despliegue de pirotecnia, alrededor de la Plaza Central, (hoy Parque Abdón Calderón). (I)

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