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El Telégrafo
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El escribano Ilario Ruiz de Guevara relata todos los inventarios realizados

Los privilegios del poder se veían en los encajes de doña Fabiana en 1721

Los privilegios del poder se veían en los encajes de doña Fabiana en 1721
18 de octubre de 2015 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

Doña Fabiana Sebastiana de Garnica sale a las calles de Riobamba a lucir todos los finísimos encajes que visten su cuerpo colonial.

De la cintura para abajo  huele a campanarios profundos, y de la cintura para arriba a cántaros repletos de nobleza de las ovejas de Castilla asitiadas en los deshielos de la indefinida hacienda Chimborazo.

Esta propiedad fue usurpada a los indios según las leyes de la conquista, aplicadas por tantos alférez que antecedieron a don Joan de Garnica que ahora tiene lo que nunca pensó cuando vagabundeaba con sus desocupados amigos navarros que le criticaban que su apellido no constaba en los catálogos de nobles, requerimiento para tener mejores condiciones en Indias.

Me cuentan que todavía la recuerdan con “un vestido de tela rosada que se compone de saya, casaca y mantilla de Sevilla y la saya de tela de Nápoles”.  

Le gustaba flotar con las nubes que pasaban del Capac Urcu o Altar al Chimborazo, metida en ese vestido  que tenía “19 varas y que valía cada vara a 20 pesos”.

Si alguna debilidad estaba en sus gustos hay que preguntar al escribano Ilario Ruiz de Guevara que dice que ha inventariado “más  27 varas de encajes chambergos  asentados en dicha casaca por el precio de ocho reales cada una.

Y en dicha casaca 60 varas poco más o menos, de encajes de hilo melindre a dos reales cada una;  y cinco  varas de tafetán azul de Granada que sirve de forro de dicha casaca,  a seis reales cada una”. El escribano comentaba que “en esa saya tenía cuatro varas de encajes,  a seis pesos cada una, y diez varas de encaje chambergo  alechugado”. Pero además tenía “17  varas de encaje ancho apolillado, asentado y al aire en esa mantilla, a 9 pesos uno, y otras 60 varas de encaje melindre,  al valor de dos  reales cada una.

Con 20 varas de fleco de seda azul y filo de oro y plata en dicha mantilla, que constaron seis patacones; y siete varas de tafetán azul de Granada, con que está aforrada la mantilla, a seis reales vara, y que las dichas saya, mantilla y jubón en las partidas referidas se avaluaron en 639 patacones”.

Un día que la vieron salir de la iglesia, dijeron que las piedras tumbadas de los templos aborígenes suplantadas para acorralar a los nuevos dioses, habían enmudecido, viendo cómo se cambiaba el oro cuando  triunfan las nuevas devociones. Todo el esplendor de las ñustas estaba lagrimeando en los vaivenes ajenos de doña Fabiana Sebastiana que salía después de misa del brazo del cura Maestro Félix Tello de Rivera.

Se había puesto “un rebozo de bayeta de Castilla, con vara y media que valía a 5 pesos vara; con 22  varas y media de encaje blanco ojo de perdiz de una sesma de ancho, que valía a cinco pesos cada una.

El rebozo tenía 34 varas de encaje melindre a dos reales cada una:  30 varas de flequito angosto de seda azul y filo de plata, por 9 pesos; y 8 varas de enchillegito de plata en dicho achorso que pesaron dos onzas  a dos patacones cada una, que se avaluó en 141 pesos y 4 reales.

Iten una mantilla de felpa lisa anteada con siete varas a seis pesos cada una, 17  varas de puntas blancas de Flandes a cuatro pesos cada una: Siete varas de encajes ojo de perdiz a 10 reales cada una, 15 varas de cintas por vinos a real cada una con todo lo cual está guarnecida dicha mantilla y se avaluó en 120 pesos y 5 reales.

Iten un faldellín amarillo de pasú de China con cinco varas a tres pesos cada una, 7  varas de encaje apolillado de menos de cuarta de ancho a cinco pesos cada una; 22 varas de fleco angosto de seda encarnada y filo de plata en que está guarnecido  con más de siete varas de galón de plata a dos reales cada una.

Dos varas de encajes angostos apolillados en las maneras, a diez reales cada una.

Y el dicho faldellín con diez  varas de saya colorada que va aforrado, a seis reales, y cuatro  varas de cinta de raso que así guarnecido se avaluó en 70 pesos y 2 reales”.

Se había puesto “un par de zarcillos de perlas de tres pendientes,  la hechura de quinbulos que se tasaron en 225 pesos. Iten una gargantilla con perlas y sobrepuestos de oro  con unas figurillas de hombres, mujeres que valía 80 pesos. Iten un par de pulseras con su fachada de perlas revueltas con chaquiras verdes unida a una pieza de oro con la insignia del Santísimo Sacramento en 147 pesos en que se tasó”.

El cura Maestro Félix Tello de Rivera había anunciado que su querida prima, próximamente iba a contraer matrimonio con el Capitán don Francisco Antonio de la Thorre y Costales, diestro montador a caballo, venido de las distantes y oscuras Españas.

Y que era necesario dicho matrimonio para más servir a Dios mediante su santísima voluntad. La gente de Riobamba comentaba que el novio había llegado más pelado que ojo de llama, pero con ojos entintados en los mares de sus travesías que hacían que todo lo que veía cambiara de forma y de color, como iba a ocurrir con su propia vida.

Viendo esto, su futuro suegro había decidido entregar a su hija con una dote y escritura de arras proternúpticas que constan en la escribanía en innumerables páginas:

“Y el dicho Capitán don Francisco Antonio de la Thorre y Costales por hallarse en la ocasión presente sin ningunos bienes propios le manda a la dicha su mujer para cuando Dios fuera servido de darle y adquiriere por vía de arras y donación proternumpcias, 500 pesos de a ocho reales o lo más que cupiere en la cantidad que adelante ganase y adquiriere que desde ahora los consigna para que los goce con el mismo privilegio y poder”.

Preparativos de una boda con  perlas y alhajas

Por su parte, su primo sacerdote, sintiéndose envejecido frente a su bellísima prima, había decidido que la hacienda de Las Cebadas pase al poder de la futura madre que latía ansiedades debajo de tantos encajes. También le regaló todas las manadas de ovejas de Castilla con sus indios pastores,  quienes  recordaban cómo sus abuelos hacían fiestas cuando el oro era cosa destinada para la alegría de sus dioses.Doña Fabiana se sentía más Sebastiana con el anuncio  de su boda. La veían mirándose en los espejos del Chimborazo que ya le pertenecía. Cambiaba “otro pañuelo de cambray con catatumba con encaje lenceado al aire y dos filas de melindre, y una de pegadillo avaluado en 34 pesos. Se medía “unas enaguas de Bretaña ancha  con tres filas de catatumbas de Flandes  medianas, que se tasó en 18 pesos”. Ordenaba que se tendiera su cama para ver cómo quedaba con “un par de sábanas de ruan florete, con tres filas de catatumbas  y puntas pequeñas por dos cabezas  que se tasaron en 24 pesos”. Preparaba “dos pares de fundas el uno con tafetán carmesí’’ aunque tenía “tres pares de almoadas, unas con encajes por las bocas, de Bretaña angosta,  que se tasaron en 16 pesos y 4 reales”. En tanto, su madre, doña Antonia Sánchez  Navadejos, le entregaba “unas pulseras de perlas que se tasaron en 80 pesos onza  que montan 280 patacones”, entre otras innumerables alhajas que sumaban una verdadera fortuna.

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