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La Casa de la Cultura Ecuatoriana empezó a abrirse a los indígenas

La Casa de la Cultura Ecuatoriana empezó a abrirse a los indígenas
Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
27 de diciembre de 2015 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, Historiador

Creo que mucha gente ha dicho y cree —aunque no es así—  que la cultura está en la casa, o sea donde sus habitantes deben hacer todas las cosas que se hacen en la vida de una casa, porque sabemos que las casas tienen vida.

No importa si es arrendada, pero se llama así porque es el espacio para  alimentarse, tener cobijo, soñar, o descansar.

Como en muchas hay que sentirse relajados, protegidos, desinhibidos.

En la casa nos han visto crecer, conversar sin reservas, reírnos, decirnos intimidades, criticar al vecindario.

También defender  nuestros intereses, llorar a moco tendido, recibir invitados, aparentar las cortesías.

Tener servidumbres (a veces), planificar la economía, cuidar a los enfermos.

Además, tolerar a los minusválidos y muchas cosas más, pero siempre con una rara fe en nosotros  mismos, porque si no, las casas se derrumbarían.

Claro que estaba hablando de la Casa de la Cultura con sus núcleos, en donde habita gente que debe ser, parecer, padecer, crecer, envejecer o renacer fundamentalmente lo ecuatoriano.

Pero como esta casa tiene la herencia que se le atribuye a la gente generosa y espontánea, es una casa grande que incluye muchos alrededores.

Entiéndase que es una casa con su campo, con espacios para rituales, para remembranzas y para futurologías que haga la gente que entre y salga, que vaya y venga cuando quisiera.

Es una casa que cerraría sus puertas si no tuviera la gente de los alrededores que sabe disfrutar de las buenas amistades y de grandes invitados.

¿Qué mismo ha sido el Núcleo?

Viendo a la distancia, yo recuerdo esta casa envuelta en algunos huracanes que para nosotros son las polvaredas.

¿Quiénes han manejado sus llaves? Nunca lo han hecho los indios, tampoco los negros que son cultivadores de ciertas parcelas culturales en esta tierra.

A ellos, solo en la presente administración se les abrieron las puertas a las membresías, después de 2  cientos de años de la llamada Independencia.

Antes, cuando ya había esta casa, en Ambato, por disposición de la Intendencia, se les quitaba el poncho y el sombrero a los indios que se atrevieran a cruzar por los parques.

Ellos ensuciaban el paisaje urbano. Éramos una sociedad ordenada y limpia, sobre todo con mucha limpieza de sangre.

El lío de la casa ha sido entre cholos y patrones litigantes, militantes con las deferencias o con las indiferencias que generan las democráticas elecciones que han resultado interferencias.

El problema ha sido aquí, que la cultura es sinónimo de comer con la izquierda, pero de alimentarse por la derecha.

No hay ricos de izquierda. Sería un mito.

Los llaveros de la casa casi siempre se extraviaban para las fechas de entrega. Esto siempre será problema para quienes contemplan desde el parque que está frente a la casa, el paso de las procesiones de quienes, en algunos casos, se han visto obligados a convertirse en mártires, para ser cargados en andas por obedientes devotos que han merecido sus milagros.

¿Para qué existió y existe?

Menos mal que la casa tiene cuartos llenos de utopías, más que de membresías.

La gente porfiada se mete con sus sueños, con sus fantasías. Hay muchos colaboradores que ayudan a hacer castillos en el aire.

También la volatería es parte de la cultura, solo que a veces quema en público.

Se ha visto a muchos predicadores de cantaletas que sin darnos cuenta, muchas veces, han cambiado los símbolos mezclándonos con el pan de cada día.

Esta casa tiene vida gracias a los pertinaces. Me han dicho que casi todos los que habitan esta casa no creen en la muerte, les gusta la memoria más que su propia vida en esta tierra.

También es bueno decir que en todos está asimilado que la cultura es herencia, y sabemos que la palabra es daga de 2 filos: nunca heredamos todo ni siquiera lo suficiente de todos quienes forman nuestro pasado.

Eso duele. Toda herencia es partible y repartible, sobre todo la cultural. Si dejamos de herencia la alienación o el culto a las momias: eso hiere.

La pregunta es enciclopédica. La respuesta la tiene el colectivo. Por las casas pasan generaciones, regeneraciones y degeneraciones.

Hay un gran problema en levantar, mantener o derrumbar íconos. En todos los templos y en todos los tiempos se fabrican dioses a su imagen y semejanza para los siervos, con sus respectivos breviarios e historias sagradas.

También ha sido nuestro problema el creernos evangelizadores de nacionalismos. Todos somos bárbaros porque nadie nos entiende a pesar de que hablamos el mismo lenguaje. Y no se trata de decir palabras sino de apuntalar principios, de saber qué está detrás del espectáculo, para cuando solo queden las cenizas de nuestras escenas.

Ante todo, la cultura debe ser algún polvo al tacto de la trascendencia. Porque cultura es, en el concepto básico, el conjunto de conocimientos e ideas no especializados adquiridos gracias al desarrollo de las facultades intelectuales, mediante la lectura, el estudio y el trabajo. (O)

Reconocimientos por los 68 años de la CCE-T

Entre incertidumbre y austeridad, la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo de Tungurahua celebró el viernes 18 de diciembre, 68 años de abrir sus puertas en la provincia. Germán Calvache, presidente del Núcleo, anunció en la sesión solemne, que se celebró en el Salón de Honor de la institución, la incorporación de 17 nuevos miembros que integrarán las diversas áreas, uno de ellos es José Lligalo, integrante de la etnia Chibuleo.

“Ahora se han abierto las puertas, no hay distinción de etnia, cultura o religión. Antes solo las élites o quienes tenían  nombres rimbombantes podían entrar, pero ahora estamos orgullosos de pertenecer a la Casa de la Cultura”, aseguró Lligalo.

En el acto también se reconoció la labor cultural de 5 personajes: María Helena Barrera, abogada y escritora radicada en Nueva York, por sus obras y ensayos relacionados con varios autores del Ecuador y del mundo.  

Medardo Caisabanda Cholota, director de la Orquesta Sinfónica de Cuenca. Hugo Jaramillo Muñoz, poeta ambateño, máster en educación superior e investigación educativa. Autor de 20 obras poéticas y 5 de narrativa. Carlos Quinde, por 50 años dedicado a la danza y es reconocido como el fundador del grupo Tungurahua.

Hernán Zúñiga, pintor, grabador, muralista, poeta, restaurador y catedrático, sus primeras exposiciones se remontan a 1967.  Ganó premio de poesía mural en 1973. (I)

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