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Francisco X. Valdiviezo y Carrión compra negra con muleque en Riobamba en 1809

Francisco X. Valdiviezo y Carrión compra negra con muleque en Riobamba en 1809
14 de mayo de 2016 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, Historiador

Me hallo muy inquieto por conocer a la negra a la que he venido a llevar como cosa de mi pertenencia. Estoy en ascuas hasta escuchar que el escribano diga:

Y desde hoy para siempre, su merced Don José Alvear “se desapodera, quita y aparta del derecho, señorío que en dichos esclavos tiene.   Y todo con las acciones reales, personales y lo más que le compete las cede, renuncia y traspasa en el comprador o en quien la suya tenga, para que sean sus esclavos, sujetos a su servicio.

Y como tal los posea, venda, cambie, disponiendo de ellos a su arbitrio como cosa suya propia, adquirida con justo título a cuyo fin se lo tiene entregados”.

Me habían dicho que su merced podía  revenderme a una negra paridora. Ojalá lo sea de primer parto, y que no haya tenido experiencias con los machos de sus remesas.

Ojalá haya sido montada solamente por cristianos, porque si ya le han genitado los angolas, los congos  o los biafras, va a ser un problema cuando llegue a Loja, debido a la escasez uterina que tiene la región.

Los demás Valdiviezos que somos los mismos, como los carriones, me van a levantar una incontrolable tabarrera, debido a que las negras prefieren alucinaciones con sus endiablados mandingas. En vez de disfrutar de los misterios gozosos y moderados con que el Espíritu Santo permite la sagrada reproducción que, tomando forma de paloma, empezó a poblar desde el Nuevo Testamento.

Parece que esta negra no me va a dar buen resultado acá en Achambo, le replicó Don José de Alvear(1). Con tanto frío parece que la esclava anda un tanto entumecida, hasta parece un tanto una mata enagostada y desramada.  

Demora en reaccionar cuando se le sacude el tronco para ver si le caen las hojas amarillas que tiene en los  vestidos que se pone. Por eso hay que desgajarla de toda ropa. ¿Le va a llevar a sus haciendas del Tablón o la va a enviar a Catamayo?

Vamos a conversar con el escribano, de una vez, argumentó don Francisco Xavier Valdiviezo y Carrión. Mi viaje desde Loja hasta Riobamba no es pelo de cochino, aunque puedo decir que me puede resultar más el caldo que los huevos, haber hecho un viaje por una negra y un mulatillo.

Y a propósito, ¿usted puede garantizarme que se trata de un mulatillo o es de los mismos de esa raza?

Mi querido señor don Valdiviezo, si fuera de los mismos negros vagos que solo son buenos para flagelar indios, o de las negras pelanduscas que atraen a los machos, le diera en un precio disminuido.

Pero ya mirará usted al crío muleque machito que ha parido la negra María Josefa. Le garantizo que tendrá un híbrido mular como salido de yegua y burro, de los que tanto aprecian en Loja y en lugares extensos del Perú.

Digamos que le vendo a la negra paridora y al burdégano que se mira curioso y atractivo, porque el caballo que le ha de haber montado, seguro es de pura sangre.

En estas haciendas de los chiribogas, de los zambranos, de los maldonados, o de los Merinos, hay caballos de raza noble. Sin contar que algún caballo de los Arteaga de Cuenca que vienen a estos comercios de animales y de negros hayan tenido oportunidad de realizar sus cruces por las emergencias que Dios sabrá disculpar.

Debido a que hay que repoblar las Indias con sangre de mayor confianza y de mejor rendimiento para beneficio de las arcas del Rey y de sus súbditos. Mi entrañable señor don José Alvear, digamos que entre nosotros no vamos a tratar esta conversación alegando esto de disminuir los precios, porque de todos modos las cantidades deben ser compensadas con el estado de las piezas. Sería bueno que me ratifique sobre el estado de la negra, tanto en las apariencias frente al mundo y a sus patrones.

Si quiere, podemos ir en busca de los testigos don José Veintimilla y don Mariano Ávila que deben estar de paseo por Riobamba. Ellos van a firmar con nosotros la escritura que manda la ley.

Con ellos veremos el estado de la negra, que de todos modos puede aparentar el mal de la chisma. Lo de la gota coral a veces resulta pura pataleta que les pasa con una buena flagelación.

Yo le garantizo que tiene buena dentadura porque ya le miré alzándole las bembas y la he tenido masticando arrayanes para que vaya con los dientes blanqueados y endurecidos. Los pechos están ahora robustos y llenos de leche, porque está amamantando al crío.

Pero le garantizo que cuando la hemos hecho que nos bailara fandango. Yo mismo los he sentido repletos esos latidos de su tierra, y he oído que los tambores con sus gritos los tiene bien escondidos debajo de los pezones que buscan las bocas de sus diablos cajombos. El precio y cuantía convenido de antemano y que se lo remití en carta por el correo, según la tenemos ya contratada, es de 500 pesos de a ocho reales que espero recibirlos delante del escribano. Recuerde que también incluye al mulatillo. (I)

Los azotaban hasta por las faltas futuras

¿Qué se haría mi dios africano Orishá? Solo en algunos casos ha logrado introducirse entre los 11 millones de africanos que venimos después de ser cazados en África desde 1492. ¿También le matarían los traficantes de esclavos o se suicidaría de impotencia cruzando los océanos? Quizá lo hayan espantado porque los cristianos han traído a un dios muerto clavado a una cruz hecha de maderos. También suben a sus altares a santos martirizados, flagelados, ensangrentados, y los adoran con tal devoción que dicen que debemos aprender de sus resignaciones. Predican que también a su Cristo le garroteaban en un tronco para que aprendiera a pagar culpas ajenas, por las que nunca las había cometido. ¿Por qué será que los curas de los cristianos no destruyen los látigos con que nos castigan amarrándonos en los troncos? ¿Por qué tenemos que besar las  manos y los látigos de los verdugos sin que ellos digan nada? María Josefa recordaba cómo los azotaban hasta por las futuras desobediencias. Ella veía morir en el aire a los ángeles que había conocido en las iglesias. Se desplumaban con el viento que era partido por los cabestros. (I)

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