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En la historia de las guerras, la Cruz Roja ayudó a refundar la dignidad humana

En la historia de las guerras, la Cruz Roja ayudó a refundar la dignidad humana
02 de julio de 2016 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, Historiador

Esta conferencia se realizó en la Cruz Roja de Tungurahua, el 13 de mayo de 2016. “Me duele partir de una malograda asociación de pensar en la sangre derramada para entender el verdadero color de la Cruz Roja en el mundo.

Cuando la sangre sale a las calles, cuando salta de las heridas, cuando  enrojece nuestras miradas, no tengo ninguna emoción de asociar con la Cruz Roja. Es un símbolo que duele, más que un símbolo que irrumpe con el peso de la dignidad humana.

Los mapas del mundo están goteando sangre y enriqueciendo a los fabricantes de las guerras que, de tanta idiotez sanguinaria, han perfeccionado la monstruosidad. Es su objetivo: la muerte, en medio del lucrativo negocio de las guerras que salen de las paranoias del poder de los perversos.

Cuando por 1898 ya empezó el Águila del Norte a desarrollar ideología de masas, un tal William Randolph, citado como creador del periodismo sensacionalista, acuñó una frase que no conviene olvidar.

El contexto tiene que ver con intervenciones masivas en Centroamérica. Se dice que telegrafió a su corresponsal que había dicho: ‘Todo está en calma, aquí no pasa nada’. Su respuesta fue: ‘Usted proporcione las fotografías, yo pondré la guerra’. (Enrique Barón Crespo, 2012). (…) Y parecería ser que desde entonces nos acostumbraron a capítulos semanales, intrigas diarias y transmisiones por televisión. ¿Qué harían sin las guerras las cadenas transnacionales del terror?

Catástrofes, guerras, desplazamiento de refugiados y otras calamidades que podemos decir ‘incontrolables’, por la testarudez humana, se enfrentan al humanismo heroico de la Cruz Roja que realiza su accionar en medio de tanta consecuencia que deja la barbarie.

Las Naciones Unidas han puesto ciertos indicativos para ilustrarnos con estadísticas el balance de las guerras en los últimos tiempos.

Sus fuentes dicen que la guerra civil afgana dejó dos millones de muertos; y la guerra civil somalí, otros 500 mil cadáveres. Siria, Israel, Turquía y El Líbano ya superan los 800 mil muertos; que los iraquíes ya superan los 100 mil.

¿Y acaso toda guerra no es una guerra civil en la que se enfrenta al hombre con el hombre?

Los datos siguen, pero el caso es que casi sobre nuestra cabeza el desangre en América Latina. México y el narcotráfico van sumando más de 350 mil cadáveres. ¿Y qué decimos sobre los 7 millones de víctimas de la violencia colombiana? ¿Ya nos acostumbraron a vivir  acompañando a los vecinos en permanente velorio y con el alma enlutada? ¿Cuándo publicarán las estadísticas de la rentabilidad de los fabricantes del miedo, de las potencias de los misiles y de las efectividades de la infamia humana?

De otro lado, si hay tanta barbarie en el corazón de nuestra herencia de barbarie, también diremos que en medio de estas cifras surgen los heroísmos de la dignidad de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja que alumbran esta catástrofe.

Creo que primero debemos precisar qué son la compasión y la tristeza, averiguando con inquietud microscópica, para tratar de ver en qué punto de alguna conexión de la sensibilidad humana con la razón se llega históricamente al rompimiento. No acabamos de entender cómo y en dónde se produce y se  reproduce esta desvinculación.

Pero también conviene argumentar un tanto el salto de la tristeza a la indignación como forma de conducta elaborada por el mismo raciocinio. Arranco esta meditación ubicándome en lo que habría sentido el suizo Henry Dunant cuando pasaba por las cercanías del pueblo de Solferino, al ver tal vez a esos 10 mil heridos de la guerra franco-austriaca. Miraba cómo yacían en el campo los hombres que se enfrentaron a dicha contienda, que, como toda guerra, no es sino la mejor revelación de nuestra idiotez.  

¿Cuáles son los impactos psicológicos y los estragos comportamentales que dejan el dolor físico y la impotencia de los caídos, después de esa conducta llena de pasiones que se desarrolla con las guerras en todos los tiempos? Sin las pasiones, la vida del alma sería raquítica, dicen los filósofos. Es verdad que somos hechos para reaccionar con intensidad.

Pero el hombre, el pobre hombre, desde la perspectiva de las guerras, no es sino un paranoico que se balancea entre los apetitos de la química de su cuerpo y los componentes de los significados con que va estructurando su alma.

¿Están las guerras entre los apetitos primarios de su instinto? ¿En qué detalle o rasgo de los componentes de su genética está ese principio de supremacía con la que hemos de actuar pensando en dominar a los demás?  

Leyendo a Ferdinand Celine en su Viaje al fin de la noche, (…) nos encontramos con que en el siglo XX lleno de las luces de las guerras mundiales se pensaba en que no solo debía haber asesinatos por persuasión, pues siempre hubo por convicción.  Preguntemos a los guillotinadores de la inquisición. Preguntemos a los héroes de la conquista de América que trajeron el exterminio y la civilización.

Ni la Iglesia ha podido zafarse de sus apetitos

“Tenemos un sentido instintivo que podemos llamar domesticador, puesto que evolutivamente, todavía no hemos terminado de actuar acorralando a las gallinas, arrebañando a las ovejas, controlando y subyugando a los bueyes, militarizando a los caballos, dominando  mujeres, disponiendo a los varones para que vayan a los ejércitos en pos de conquistar pueblos y territorios. Ya se dijo que los únicos que detestan las guerras son los cobardes y los locos.  

Y las guerras evidencian también ese fatalismo que ejercen las riquezas.  

San Agustín dijo que eran seis primarias, y que salían cinco subsiguientes consideradas como irascibles, que excitadas por los obstáculos, son justamente las que se oponen a los apetitos primarios.

¿Acaso la propia iglesia ha podido zafarse y desmentir sus apetitos?

Ahora, hay sociedades enteras que quieren poder y riqueza para regodearse en la gula, la vanidad y la prepotencia.  Ahora decimos que el ser humano no es solamente pensante, sino un sentí-pensante. Vale el concepto para camuflar nuestra vergüenza evolutiva, de formar o ser parte de dicha especie”. (O)

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