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Se encuentra a 15 minutos de ambato

El museo del pueblo Salasaca se proyecta al turismo nacional

En el cuarto piso, la figura de un ‘jatun jambik’ (“sabio” en español), frente al Tungurahua, representa la adoración que esta etnia rinde a la naturaleza. Fotos: José Morán / El Telégrafo
En el cuarto piso, la figura de un ‘jatun jambik’ (“sabio” en español), frente al Tungurahua, representa la adoración que esta etnia rinde a la naturaleza. Fotos: José Morán / El Telégrafo
23 de julio de 2014 - 00:00 - Redacción Regional Centro

No todos saben dónde está el Museo de la Cultura del Pueblo Salasaca, pero no es complicado llegar allí. Se encuentra en la zona más turística y comercial de la parroquia del mismo nombre, a un costado de la carretera Ambato-Baños, en Tungurahua.

Esta vía asfaltada, de 4 carriles, que se convirtió en la columna vertebral de la economía local de los 12.000 habitantes, es el paso obligado para decenas de turistas extranjeros y nacionales que se dirigen hacia Baños de Agua Santa y la Amazonía. La mayoría son indígenas que viven en 18 comunidades.

El edificio del museo es relativamente nuevo y su arquitectura moderna. Aunque no es muy ancho, tiene 4 pisos y está ubicado frente a la antigua plaza artesanal.  

Un grupo de eruditos salasacas se pusieron de acuerdo en el 2000 para poner en marcha este proyecto cultural que fue inaugurado hace poco más de un año.

Ahora su principal escollo es la falta de difusión nacional. Por ahora cuenta solo con una página web (www.museosalasaka.com) y material impreso como trípticos.   

Un taller de textilería es lo que se exhibe en la segunda planta de la galería, donde una efigie demuestra la forma tradicional de fabricar ponchos salasacas.

“El objetivo es recrear el estilo de vida de esta etnia con sus costumbres, fiestas, creencias religiosas y manufacturas artesanales, como los tapices y bayetas que se hacen en los telares. Este aspecto integra a la familia en torno a una actividad económica que inyecta recursos económicos a nuestra parroquia”, explicó Danilo Masaquiza, investigador local que se dedica a impulsar la danza, música y la orfebrería ancestral, cuyas técnicas se conservan por más de 5 siglos.

Quizá lo más impactante de este museo son las casi 50 figuras en tamaño natural con las que se perennizan, por ejemplo, las bodas, los rituales, las fiestas y las actividades del diario vivir de este grupo étnico. Fueron elaboradas con una mezcla de arcilla, sigse, paja y huesos de animales molidos. El resultado fue unas esculturas de impresionante realismo complementadas con cabello natural y los rasgos característicos de los indígenas de la zona.

“En cada piso, se representó una escena de la cotidianidad de este pueblo. Me impresionó la confección de las chozas, detalles de las paredes y puertas y en el último piso la representación de la fusión mitológica de los rituales autóctonos con los de los incas”, dijo Mercy Muñoz, turista quiteña.

Pura historia

En la primera planta se exhibe la fiesta de Los Caporales. En la segunda hay un taller típico de textilería. Incluso, se muestra la escena de un matrimonio o tinguirina y de la familia (ayllu).

En la tercera planta se resalta la fiesta de la cosecha o ‘Pawkar Raymi’ con los músicos y sus instrumentos y los sabios ‘amautas’ y ‘mamacunas’ que cautivaron la reverencia del pueblo en los tiempos de los incas. Y en el último está una figura gigante que representa al ‘jatun jambik’, (sabio) que conoce el uso medicinal de las plantas y que ofrece su ritual a los dioses.

Una exposición de danza ancestral y vasijas de barro es la escena que se puede observar en la tercera planta, en compañía de un guía.

UNA RUTA PARA EL CONOCIMIENTO MILENARIO ÉTNICO

El museo es parte de un recorrido turístico y cultural denominado ‘Ruta del Conocimiento Milenario de la Cultura Salasaca’.

Es un emprendimiento local que intenta mostrar y difundir la esencia de esta etnia e involucra una visita guiada cuya duración es de 45 minutos (en idiomas español, inglés, quichua y francés), además, la llegada al lugar sagrado de los Yachak, la caminata ecológica a través del Zigzig Walco (45 minutos), un paseo por el Centro de Diversidad Cultural y finalmente un recorrido por Cruz Pamba, a 45 minutos del centro del pueblo.

Durante esta travesía se puede apreciar la riqueza agrícola de esta parroquia del cantón Pelileo. “Los turistas se quedan maravillados cuando ven los extensos sembríos de cebada y trigo que se dan en la zona. Pese a que el clima es variable, los 12 grados, casi frecuentes en la zona, permiten que frutas como la tuna, el membrillo o el capulí crezcan sin problemas y casi todo el año”, manifestó Vicente Caicedo, morador del lugar.

Estos productos son comercializados todos los días en la plazoleta cívica denominada Llikakama y en las paradas de los buses que circulan por las cercanías del poblado. También hay varios centros de sanación ancestral donde sabios indígenas realizan rituales con brebajes y yerbas para turistas  nacionales y extranjeros.     

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