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El Telégrafo
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La procesión cumplió su edición 52

La procesión cumplió su edición 52
30 de marzo de 2013 - 00:00

Con un trote breve, Segundo Morocho y sus tres hijos bajaban por la calle Rocafuerte. Ellos querían llegar puntuales al rosario de las 08:00. La familia cruzó la calle Bolívar, que desde muy temprano concentró a vendedores ambulantes y  creyentes católicos, y se detuvo frente al Colegio San Andrés.

Morocho colocó en el cuello de su niño más pequeño un rosario. Jimmy, de 10 años, lo miró y dijo: “Esto lo hacemos por la mamita ¿verdad?”. Su padre  sonrió y asintió con la cabeza.

Los rezos matinales ya habían comenzado. El padre entró a la institución  educativa, se colocó con sus hijos junto al aro de baloncesto, se arrodilló y rezó. Y  cientos de personas hicieron lo mismo.  

Mientras las plegarias eran repetidas por más de 500 cucuruchos, Morocho, que lleva 10 años realizando este acto religioso, vestía a sus hijos con túnicas púrpuras. El mayor de ellos ya conocía el procedimiento. Mientras el papá viste a sus hermanos, Jimmy da forma de cono a cuatro pliegos de cartón y les pone las capuchas triangulares a todos.     

Cruces de madera, troncos forrados con ortiga, cadenas y miles de figuras de Jesús, de la Virgen María, y de otros santos fueron parte del atuendo de los cucuruchos. “Es un acto de amor, gratitud y fe”, comentó Dayana Sangucho, de 24 años, mientras se acomodaba un largo velo morado en su cabeza y se quitaba los zapatos, pues este año recorrería descalza las calles del centro de la ciudad, hasta la Basílica del Voto Nacional.        

La procesión de Jesús del Gran Poder se realiza desde la década del sesenta. Este acto religioso simboliza la Semana Mayor en la ciudad capital. Al mediodía los cucuruchos, las verónicas y otras representaciones de Jesús se encontraban listos para peregrinar.        

Muchos de los penitentes colocaron en sus torsos desnudos alambres, amarraron a sus tobillos cadenas, y se pusieron coronas de espinas y troncos.

Más de dos mil cucuruchos y verónicas participaron, mientras que cientos de   devotos cargaron grandes cruces de madera junto al atrio de la Iglesia de San Francisco. La marcha continuó con cucuruchos lacerando constantemente sus cuerpos con hojas de ortiga y alambres.           

La calle Bolívar se pintaba poco a poco de morado. Así, pasó el primer grupo. Mientras en el interior del templo franciscano, las andas con las imágenes de San Juan, de la Virgen Dolorosa y de Jesús del Gran Poder, la más apreciada de todas, se encontraban listas para integrarse a la procesión.

Luego de la lectura de la sentencia contra Cristo, las figuras representativas  se unieron a la llamada Calle de la amargura. Y así, entre la multitud devota de Quito, el acto llegando a su fin.Los rostros de los feligreses mostraban una mezcla de cansancio y alegría.

Luis Tapia, quien se vistió de Jesús y lo representó, llegó de la provincia del Azuay. Él cargó una cruz que a esa hora le había provocado varias heridas. “Seguiré siempre, nunca este peso se comparará con la gratitud que le tengo a Dios”, afirmó mientras con un pañuelo secaba la sangre que emergía de su espalda.

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