Ecuador, 18 de Mayo de 2024
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El Telégrafo
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La moral del aislamiento

Matteo Garrone vuelve con otro filme sobre los suburbios italianos con estilo neorrealista: Dogman (2018), título que puede traducirse como “cuidador de perros” o “encargado de perros”. Una de sus anteriores películas fue Gomorra (2008) sobre la violencia que impone la mafia para ejercer su poder silencioso en ciertas regiones de Italia. Dogman parece seguir la misma línea porque la trama se centra en un anodino peluquero de perros y su relación con un violento boxeador narcodependiente.

Garrone, se sabe, proviene del documental. Esto le permitió tener un ojo muy próximo a la cotidianidad, una mirada certera sobre los rostros, sobre los sentimientos de los personajes, una cámara que intenta ser de lo más realista (sin edulcorarla), unos actores que obran movidos por sus pasiones…, es decir, marcas de lo que en su momento fue el neorrealismo italiano. Súmese a esto lo suburbial, una Roma no turística, profunda, que contrasta edificios altos (a lo lejos) con barrios deteriorados.

En este entorno se desarrolla la historia de aquel peluquero de perros para quien dos son sus motivos de vida: su hija, a la que ve de vez en cuando, y los perros a los que trata como si fueran sus propios hijos. Es claro que el personaje tiene todas las de perder, más aún cuando está enredado con redes clandestinas de narcotraficantes.

Es en este entorno y con su personaje donde Garrone hace un magistral despliegue narrativo: la violencia es el tejido que subsume al barrio; las cosas se hacen por pensamiento grupal; hay encubrimiento y falso involucramiento (a la larga, el peluquero va a parar a la cárcel por el robo perpetrado por el boxeador), etc. Pesa una atmósfera densa, irrespirable, donde impera el silencio. La policía ni siquiera está presente y si lo está, la propia presión del grupo social hace que aquella se aleje.

De pronto nos damos cuenta que en el suburbio hay una moral, una conducta que se nutre: si el individuo violento (el boxeador) es la amenaza y existe un consenso por sacarlo de juego, y si el peluquero obra para protegerlo, a sabiendas de su propia vulnerabilidad, se impone sobre este último el silencio y el aislamiento.

En realidad, es el comportamiento de grupo que hace que el individuo se asuma como un “perro”, donde lo salvaje se va dominando por la autodisciplina. Y Dogman, a la final, es eso: una metáfora que extrema la idea de “vida de perro”, es decir, una vida que parece signada por el abandono y la violencia del entorno. (O)

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