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Las manipulaciones y respaldos de las autodenominadas democracias

Las manipulaciones y respaldos de las autodenominadas democracias
25 de mayo de 2017 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

Una historia de  Latinoamérica, entendida como el accionar de la cultura mestiza y mulata, tiene que partir desde cuando los peninsulares, bisoños pero audaces, buscaron su protagonismo en el nuevo mundo. Llegaron amparados en la monarquía, pero contentos de estar lejos del Rey; amparados en la religión cristiana, pero más distantes del Papa, y más aún de un Dios que imperaba en otros cielos con mandamientos sanguinarios. Los bisoños actuales se lanzan a la política (por no emplear la palabra politiquería, que es lo que realmente practican) sin ningún empacho.

Deambulan por los llamados “movimientos” o partidos de supuesta  filiación de amiguetes que la detentan, como en el fútbol. Sin inmutarse ni tener vergüenza pública a sus trasbocos, se pasan de un partido a otro a repetir libretos, como se aprende en las aulas de nuestra educación memorística. Los ‘partidos políticos’ se ponen nombres para tener hinchas simpatizantes enfermos de dependencia irracional, en cuyos espacios se vuelven sus dueños, sus operadores técnicos, sus expertos en salir a las canchas en los procesos electorales a mentir que están preparados para triunfar; y hasta reciben dineros del propio Estado, o sea de todos nosotros, para que armen la estafa pública, las movilizaciones callejeras (de las que nos quejamos), la oposición con turbas zíngaras en las calles, comandadas por sus mejores ignaros con títulos académicos, que se las dan de líderes en nuestros pueblos donde el tuerto es el mejor rey de los estrábicos, que parecería que nos han dicho que están viendo a la izquierda, cuando realmente han estado mirando a su derecha. ¡Qué país más civilizado al que pertenecemos! Tener presupuesto para que las jaurías callejeras justifiquen con sus ladridos y mostradas de colmillos, lo que habría de servir para combatir la extrema pobreza de los propios hijos de la plebe que suelen acompañarlos. 7,34 millones de dólares se repartieron en Ecuador entre 9 partidos en 2013. Las elecciones de 2017 nos costaron 110’774.145 dólares.

¿Vale la pena que sigan mamando del presupuesto del Estado? Si fueran una clase que a la postre beneficiara o devolviera con honradez la inversión, sería un consuelo. Si esas, no pandillas, sino pandas u hordas de la sinvergüencería significaran algún consuelo para la educación política, para el ejercicio de razonamiento, para el conocimiento de nuestra historia contada desde la óptica de sus propios afiliados protagonistas, habría algún consuelo. Pero darles plata encima de que mienten para manipularnos, nos drogan con sus sermones y sus prédicas idiotas, nos arrebañan a sus corralones como a dóciles corderos y jumentos, esperanzados en la limosna que
desborda a las ofertas de sus migajas en caso de triunfo, es el mejor espejo de la “perfección constitucional” que tiene la combatida partidocracia inventora del cinismo, y con los propios recursos del Estado.

La clase política proviene de una panda de analfabetos, de porquerizos, de matones sin ley que tuvieron sus lacayos lambones, escribanos, cronistas, incentivadores del adulo, calculadores de la sedición. Están reproducidos en segundones, hacedores de los protagonismos, serruchos, expertos en poner cáscaras de plátano a cualquiera, testaferros, periodistas asalariados, historiadores de sus anacrónicas academias y demás interesados en el acomodo al buen vivir bajo cualquier sombra protectora.

Los primeros funcionarios hispanoamericanos utilizaron sus “enlaces matrimoniales” para que sus hijos accedieran a los privilegios y a los repartos de lo que pasó a constituir la hacienda pública. Esto perdura hasta hoy. Los primeros políticos llamados estrategas, hicieron alianzas con ciertos grupos vencidos que buscaban revanchas frente al dominio de las élites indígenas en sus imperios, puesto que también disponían de odios, porque eran sociedades manipuladoras de clases dominantes, abusivas, ensoberbecidas, despectivas. ¿Acaso no se ha dicho ya, que Atahualpa estuvo borracho cuando llegaron los españoles a Cajamarca y los minimizó argumentando que los barbudos eran una panda de simples ladrones? Sin duda cuando los criollos se creyeron “intelectuales” en sus círculos de privilegio, se volvieron “patriotas”, algo que pasó inadvertido. (O)

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