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Los entrevistados entre 50 y 69 años se niegan a asumir el rol de sus padres en la vejez

La jubilación también representa la oportunidad de otra vida

Los nuevos roles de las personas que envejecen son de continuidad con lo que hicieron. No se define a las personas sobre su edad sino en función de sus prácticas. Foto: AFP
Los nuevos roles de las personas que envejecen son de continuidad con lo que hicieron. No se define a las personas sobre su edad sino en función de sus prácticas. Foto: AFP
17 de octubre de 2015 - 00:00 - Kléver Paredes B.

¿Qué roles están dispuestas a asumir las nuevas generaciones de personas mayores? ¿Qué factores inciden en el proceso de renovación del significado de este momento de la vida y por qué sucede ahora y a través de estas generaciones?, son las preguntas de una investigación que la Fundación Pilares para la Autonomía Personal de España inició en 2012 y ahora se publican.

La investigación se basó en una encuesta a la población comprendida entre los 50 y 69 años, además de grupos de discusión y entrevistas semiestructuradas a ese mismo grupo de edad. Los resultados, a pesar de reflejar una nueva realidad que surge en España con este grupo poblacional, sirven para replantearse lo que posiblemente también está sucediendo en Ecuador.

Las generaciones que actualmente están entre los 55 y 70 años en España, manifestaron una comprensión de la vejez muy distinta a la que vivieron sus padres. Para estos últimos, el abandono de la vida laboral y el hecho de alcanzar ciertas edades se traducía en un asilo, sin solución de continuidad, directo “al abismo de la vejez”. Esta construcción se veía definida biológica y subjetivamente por una reducción progresiva de sus capacidades y de su autonomía; económicamente por la pérdida considerable de importancia en el mercado.

En el aspecto social, en cambio, por el paso de una posición más pasiva respecto a su integración en los procesos de cambio y a las soluciones adoptadas ante las problemáticas cotidianas.

La investigación determinó que estos condicionantes resultaban en una imagen social que definía a las personas llamadas “viejas”, como seres desvinculados al mundo, como portadores de valores obsoletos, sin un lugar de reconocimiento en la sociedad. La condición de la vejez resultaba en una suerte de disfuncionalidad como ciudadano.

¿Qué ha cambiado entonces? ¿Cómo perciben las generaciones estudiadas su horizonte de sentido como miembros de una comunidad? Las respuestas están cargadas de reivindicaciones frente al modelo anterior.

Quienes alcanzan ahora la jubilación “alegan sentirse plenos de recursos para continuar integrados a la sociedad. No se identifican con el rol que las personas mayores han desempeñado en la sociedad hasta hace poco tiempo, porque jubilarse no implica para ellos pasar a ser viejos y resignarse ante un apartamiento social que no consideran que les corresponde”.

Esta nueva demanda de los miles de jubilados se topa ahora con una insuficiente respuesta institucional, apegada aún a un modelo de atención desfasado. Estamos, plantea la Fundación Pilares, “frente a una generación dispuesta a impugnar que su edad la defina socialmente enfrentándose, al menos a un escenario plagado de propuestas difusas con relación a su inquietud de quién ser como personas mayores; de cómo envejecer sin ser un viejo”.

“Los que vienen ahora, sobre todo los más jóvenes de ellos, rechazan verse incluidos en un colectivo que no es tal, puesto que esta construcción responde más a una categoría social elaborada desde ciertas disciplinas que a la percepción real de pertenencia a una grupalidad en la que se reconozcan las personas que supuestamente la conformarían”.

La investigación de la Fundación Pilares para la Autonomía Personal destaca que los roles definen las posiciones asignadas en una estructura y se observa un desfase entre las expectativas que la sociedad dirige a quienes envejecen y las formas en las que éstos reciben tales prerrogativas. Se revela un desajuste entre el modelo y la realidad a la que presuntamente alude que arroja luz sobre un conflicto que define las bases mismas del papel que la persona desempeña en la sociedad (es decir, sus formas de “ser” sociedad participando en ella) cuando alcanza las edades que cultural e institucionalmente reconocemos como propias del envejecimiento.

Para las nuevas generaciones no cabe una categorización social de viejos, la misma que hacía a todos iguales dejando de lado sus identidades particulares.

El conflicto entre las categorías sociales que ordenan en base al criterio de edad las funciones de cada persona en el grupo y la realidad vivida por quienes se ven sujetados por tal concepción, marca las preocupaciones que motivaron el estudio de la Fundación Pilares.

Otro aspecto fundamental del estudio fue identificar las posibles problemáticas sociales que están emergiendo y que pueden generar a futuro desajustes colectivos, institucionales y de recursos frente a  un número cada vez mayor de personas sobre los 60 años.

La posibilidad de dar la voz a los deseos de estas nuevas generaciones, sobre su propia experiencia y las expectativas que se marcan sobre ellas, permitirá exponer y anticipar las carencias que el actual modelo de intervención presenta para adaptarse y optimizar las nuevas formas de participación social que esta generación singular ofrece.

La generación nueva de mayores está evidenciando la paulatina obsolescencia de las políticas sociales que se dirigen hacia los mayores de 65 años. La Fundación Pilares considera urgente comenzar a representar el modelo de comprensión del envejecimiento, activo o no, desde que pensamos las políticas sociales. “Esto impone un momento de reflexión que concierne a la manera en que concebimos las funciones y posibilidades de cada persona a lo largo de su recorrido vital”.

Si comparamos la investigación de España, con lo que sucede en Ecuador, surgen dos preguntas: ¿Cómo se identifican las nuevas generaciones de “viejos”? ¿Las políticas actuales responden a lo que aspiran quienes están envejeciendo? (I)

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