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El Telégrafo
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La travesía tiene un recorrido de 60 kilómetros, pero también se puede acortar a 22

La ruta Lloa-Mindo, una aventura de dos días para caminantes extremos

En la ruta se puede observar diversas montañas cercanas a la capital. Se debe caminar por diversos senderos naturales y otros realizados por el hombre. Foto: John Guevara / El Telégrafo
En la ruta se puede observar diversas montañas cercanas a la capital. Se debe caminar por diversos senderos naturales y otros realizados por el hombre. Foto: John Guevara / El Telégrafo
22 de noviembre de 2015 - 00:00 - Andrés Granizo Morejón

Los primeros rayos solares de la mañana iluminan la parroquia de Lloa, tan temprano que solo el fuerte viento se escucha en la plaza central. Los restaurantes y otros locales comerciales aún no atienden y un par de perros callejeros deambula en busca de su desayuno.        

Solo el astro rey no tiene pereza y pega con intensidad, mientras un grupo de caminantes se alista para empezar 2 días de aventura en la ruta entre Lloa y Mindo. Los experimentados guardan sus implementos en una pequeña mochila, donde les cabe comida, implementos para dormir, ropa y algún artefacto más. Los ‘por si acaso’ no caben en su lista. Mientras que otros, los novatos, parecen los típicos ‘mochileros’ extranjeros con un morral enorme como para varias semanas de viaje.

La aventura tiene un recorrido total de 60 kilómetros, pero también se puede acortar la travesía a 22, para partir desde el lugar donde la carretera se topa con el río Cristal hasta el puente de madera, así conocido por quienes lo visitan.

En el inicio del trayecto todo es comodidad y tranquilidad. La sombra que producen los árboles protege a los viajeros del sol que trata de hacerse un hueco entre las hojas, por lo que da tiempo a hacerse fotos en medio del paisaje. Parecería que la ruta está hecha para los 10 caminantes, pues no aparecen más personas en la ruta.  

Como parte de la aventura, una vieja tarabita permite cruzar a los viajeros a través del río Blanco para poder seguir con la ruta planificada. Foto: John Guevara/El Telégrafo

Más abajo empieza a aparecer una gran variedad de insectos, que se inquietan por la presencia humana. Los mosquitos pasan una y otra vez cerca a las caras de los caminantes, que parecería que están en medio de una autopista de fórmula uno, por el incesante zumbido de lado y lado. Otros, más reservados, intentan pasar desapercibidos y se mimetizan con las plantas.

A lo lejos se escucha el poder del río Cristal, cada vez más cercano. Para hablar hay que elevar la voz. En medio de la ruta se encuentran rocas gigantes expulsadas en algún momento por el Guagua Pichincha y a lo lejos se observa la caldera del volcán, desde la cara oeste. Con tantas rocas en el camino jamás faltará un asiento.

El primer ‘reto’ es cruzar el río a través de un angosto tronco. Algunos lo hacen como expertos equilibristas, pero otros dudan y se atascan en medio camino. Con el corazón a mil tocan tierra firme y el alma les vuelve al cuerpo.

Las botas de caucho se convierten en aliadas y cómplices. Parece que usarlas da una sensación de poder y bienestar a los andarines, que en lugar de evitar los sectores lodosos, apuntan a ellos. Algunos las usan con cautela y otros no. Los que no, terminan besando el barro.

Las horas avanzan desapercibidas. El hambre se combate a bocados, pues no hay tiempo para detenerse por mucho tiempo y comer con tranquilidad. La idea es avanzar la mayor cantidad de kilómetros en el primer día con la luz del sol, con tiempo suficiente para armar el campamento y descansar.

El tiempo no apremia, pero el cansancio sí. La zona adecuada para acampar debe estar cerca del río y tener agua permanentemente. Una planicie rodeada de árboles calza perfecto con lo establecido y los excursionistas instalan el campamento para descansar hasta el siguiente día.

Por la humedad de la zona, cuando se empieza a descender hacia Mindo, hay varios pantanos por los que se debe atravesar. Foto: John Guevara/El Telégrafo

La noche se hace larga. Una fogata ilumina el lugar y las únicas estrellas son las luciérnagas que se asoman por todos los rincones. Los sonidos de la noche, acompañados del constante rumor del río Cinto, se juntan a los exploradores.

La mañana llega; los síntomas de una noche de acampada están presentes: poco sueño y mucha incomodidad. “No hay nada como despertarse en medio del bosque”, dice uno de ellos. Otros lo miran con cara de pocos amigos.

Después del desayuno, el cuerpo está listo para afrontar la parte final del recorrido. Este tiene más pendientes y hay que transitar por un camino más estrecho, por lo que el calor se siente con mayor intensidad en medio de la vegetación.

Es la última parte del trayecto y el cansancio hace mella, pero todo se ve compensado por los paisajes que se observan. Las irregularidades del terreno obligan a ser más precavido, pues un mal paso puede significar caer al río.

Incluso se debe escalar por una pendiente, a la que se accede a través de una cuerda. Con habilidad y cuidado, los caminantes superan el obstáculo rogando que la soga resista y no se rompa.

Después de subidas y bajadas, pantanos y rocas, libélulas y otros animales, el grupo ve la luz. En este caso el puente de madera, donde está la meta final. Unos optan por darse un baño en el río y otros por descansar bajo el cielo nublado. Luego de 2 días de esfuerzo físico, la aventura concluye con la satisfacción de haber cumplido el objetivo. (I)

DATOS

Por la cercanía de varios ríos no es necesario llevar agua para hidratarse en el trayecto, pero sí es vital llevar cloro para purificar el líquido antes de beberlo.

En época de invierno es útil llevar cobertor de agua y varias mudas de ropa por las lluvias. En verano los sectores pantanosos siempre se mantienen, por lo que las botas de caucho son un implemento básico.

Es recomendable usar ropa ligera y cómoda, además de zapatos adecuados para caminar sobre diversos terrenos. Por los mosquitos y otros insectos se sugiere ir con prendas que cubran los brazos y piernas.

La comida debe contener carbohidratos que brinden energía a los caminantes durante el recorrido. También se puede llevar chocolate o frutos secos, como nueces, para comerlos fácilmente durante el trayecto. Es necesario encontrar un lugar para acampar cuando aún hay luz solar. (I)

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