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Luego de ‘vender’ la caña de forma ilegal, hoy se dedica a la carpintería

Don Germán, el arriero que vivió las aventuras del contrabando de licor en Minas

A sus 68 años, don Germán es un experto en la cabalgata. Participa a menudo en estas actividades que organiza su parroquia Minas. Fotos: Álvaro Pérez / El Telégrafo
A sus 68 años, don Germán es un experto en la cabalgata. Participa a menudo en estas actividades que organiza su parroquia Minas. Fotos: Álvaro Pérez / El Telégrafo
08 de abril de 2015 - 00:00 - Verónica Naranjo Hidalgo

Sus manos lucen ásperas, toscas y en las uñas los rezagos de la laca y el Thinner revelan las huellas del duro trajín que ha desarrollado para sacar adelante a sus 7 hijos. A sus 68 años, Germán Román se muestra orgulloso de haber logrado que todos sus vástagos cursaran los estudios superiores. Él no lo pudo hacer.

“Lo hicieron sin tener que trabajar. Yo me partí el lomo por conseguir el dinero para mi familia. Todo  para que tengan una profesión y sean mucho mejor que yo”.

Apenas terminó la primaria en su natal parroquia San José de Minas (Pichincha) comenzó a cultivar la tierra de sus padres y a los 14 años se aventuró a buscar sus propias fuentes de ingresos como jornalero. Fue a Íntag para labrar terrenos ajenos y recibir sus primeros sucres.

“En esos tiempos uno lo que busca rápido era independizarse de su casa y no ser una carga, porque lo que podían reunir los padres no alcanzaba para todos los hermanos”.

Después aprendió la destreza para cortar la penca, recoger la cabuya y entrelazarla para elaborar sogas y costales que vendía en la capital. Los 3 y hasta 5 sucres que conseguía no alcanzaban, ya que para ese entonces conoció a Rosa Flores, su esposa y compañera de  casi medio siglo de vida.

Sus manos y piernas muestran las huellas de su trabajo y también la habilidad que tiene con la cabuya para tejer las sogas que antes fueron su fuente de ingreso.

Precisamente a partir de esa unión comenzó la aventura por ganarse unos sucres más, lo que lo conduciría por el camino del contrabando de licor.

 Corría la década del 60 y, según cuentan los vecinos del sector, la caña que se producía en el lugar y a nivel nacional iba en exclusiva a la industria estatal que tenía el monopolio de la actividad.

En Minas y en los pueblos cercanos se dieron modos  para llevar el licor desde las productoras de caña a despensas y cantinas del norte del país, especialmente en Cotacachi (Imbabura), donde mejor pagaban y consumían.

Un litro que ellos lo compraban a 2 sucres al productor se lo vendían a entre 8 y 9 sucres. “En cada trayecto podíamos ganar hasta 1.000 sucres. Era arriesgado y también había ocasiones que se perdía plata porque no siempre se llegaba al destino final”, indica Pedro Alvarado, amigo de don Germán, quien también fue parte de la ruta del contrabando desde Minas.

Don Germán primero fue jornalero y ayudaba a que la carga pasara el control de Nanegalito. Por eso recibía unos sucres que eran mínimos  comparados con lo que dejaba la venta del licor a los propietarios.

Por eso decidió endeudarse. Consiguió un préstamo cercano a los 400 sucres y así logró comprar 2 caballos y todos los implementos para entregar el licor a los abastecedores.

Iba a las poblaciones de Gualea, Pacto, Ucutambo, por senderos estrechos, entre matorrales, piedras y lodo; apenas con el ‘cucuyo’ que alcanzaba en su bolsillo y que solo duraba las primeras horas del largo y tortuoso recorrido. Demoraba entre una semana y 10 días ir y regresar. La lluvia o el intenso sol eran sus compañeros de aventura.

Para evitar que los guardas (custodios de las haciendas que llevaban el licor a la empresa estatal) se percataran de su carga, debía refugiarse por las noches entre las ramas de los árboles y dormir a la intemperie.

La macana en los ojos del caballo servía para que se dejara equipar sin problema con la carga de licor que debía transportar por largos tramos.

Solo en ocasiones pudo pernoctar en una estera y protegido por las paredes de la vivienda que algún samaritano del lugar le brindaba. “Cuando se llegaba con la carga al destino todo el sacrificio valía la pena, pero no siempre eso se lograba. A veces se perdía la carga o al caballo, ya que quedaba con las patas rotas por el difícil trayecto; en otras las lluvias hacían más grandes los ríos y muchos no podían pasar por la pesada carga que a veces llegaba hasta 110 litros de licor”.

Durante 12 años vivió de esta actividad que generó importantes ingresos a su hogar. En uno de los trayectos fue apresado y permaneció algún tiempo en prisión.

Eso no lo debilitó, al contrario, aprendió las primeras guías de lo que fue su profesión hasta hoy, la carpintería. Es uno de los contados artesanos que sabe elaborar los trompos gigantes, aquellos que se usan para competencias en Minas y Tabacundo.

Las puertas de su humilde pero acogedora vivienda en San José fueron sus primeras obras en la carpintería. Hoy, pese a la afección permanente de asma, producto de su trabajo con la madera, continúa cepillando, pintando y cortando. Trazando y pegando pedazos para dar forma a los muebles. “Aunque esté afectado en mi salud, no puedo dejar de trabajar. Si lo hago, ¿de qué viviré?”.

Hoy, como hace medio siglo, Rosa es su única compañera en la casa, ya que todos sus hijos viven en Quito. Como él no aprendió a cocinar, su esposa no lo deja solo ni un día.

“Aunque deje hecha la comida, él no la calienta. Se podría hasta morir del hambre porque él no mueve un dedo”, comenta Rosita, como la llama de forma cariñosa. (I)

DATOS

Don Germán nació el 11 de julio de 1947 en San José de Minas, parroquia rural de Quito, al nororiente de Pichincha. Mide alrededor de 1,69 m y pesa 152 libras.

En 2012, cuando se cumplieron 35 años de las aventuras del contrabando, se reunió a las personas que aún quedan vivas de esa época y se hizo un recorrido por las rutas que en su momento sirvieron para que los arrieros transportaran el licor.

En esa ocasión se hizo toda una ceremonia que incluyó un diploma para don Germán como homenaje a los que fueron parte de los arrieros de San José de Minas.

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