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El Telégrafo
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Zuma deja a Ramaphosa una Sudáfrica debilitada

El nuevo presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa (centro), da un discurso después de ser elegido por los miembros del Parlamento.
El nuevo presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa (centro), da un discurso después de ser elegido por los miembros del Parlamento.
Foto: AFP
16 de febrero de 2018 - 00:00 - Agencias AFP y EFE

Cuando el presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, dimitió no cedió ante los votantes, tribunales o partidos de oposición de Sudáfrica, sino ante su propia agrupación, el Congreso Nacional Africano (ANC), que gobierna el país desde el final del apartheid en 1994.

“He decidido dimitir como presidente de la República con efecto inmediato, aunque estoy en desacuerdo con la dirección de mi organización”, declaró Zuma, de 75 años, el miércoles en un discurso televisado.

Su presidencia de casi nueve años estuvo marcada por el escándalo de desvío de fondos públicos, la corrupción, una maltrecha economía y la mala administración. Los funcionarios del ANC se rebelaron repetidas veces detrás de él como su líder.

Al final, sin embargo, su partido se volvió contra él, pidiéndole que renunciara un año y medio antes del final de su segundo mandato. Cyril Ramaphosa, vicepresidente y líder del ANC, de 65 años, ahora es el presidente en funciones.

Ramaphosa, que amasó una fortuna de 378 millones de euros, según la clasificación 2015 de la revista Forbes, afirmó ante el Parlamento su compromiso de convertir en “prioridad” la lucha contra la corrupción.

Un liderazgo corrupto
En 1999 Cyril Ramaphosa pensaba que estaba a punto de cumplir con su ambición. Considerado como el “hijo predilecto” del ícono Nelson Mandela (quien falleció el 5 de diciembre de 2013 en Johannesburgo), se presentó a la presidencia del ANC. Pero los caciques del partido lo dejaron de lado y optaron finalmente por Thabo Mbeki.

En 2008 el ANC pidió la dimisión forzada de Mbeki. Kgalema Montlanthe asumió transitoriamente la presidencia y en 2009 Jacob Zuma ascendió a la jefatura de Estado.

Bajo la presidencia de Zuma, la imagen de Sudáfrica cayó. El país -que inspiró al mundo con la idea de reconciliación pacífica de Mandela, y el continente con la visión de Mbeki de un “renacimiento africano”-, se hizo conocido por su liderazgo corrupto. Los inversores huyeron del país y la tasa de desempleo superó el 27%.  

“Fue un período en el que Sudáfrica, que se pensaba  era un brillante ejemplo del continente africano, una potencia económica y también una democracia vibrante, se puso a prueba hasta el límite”, mencionó Somadoda Fikeni, analista político independiente.

El debate sobre la salida prematura de Zuma, quien terminaba su mandato en 2019, venía detonado por su mala imagen y por los graves escándalos de corrupción que lo rodean.

El exmandatario está implicado en numerosas acusaciones, incluidos casi 800 cargos por corrupción relativos a contratos de armas de finales del 90 o las investigaciones por usar el Estado para favorecer a una familia de empresarios afines con concesiones de obras públicas millonarias.

Otro sonado caso es el que en 2016 lo obligó a devolver medio millón de dólares de fondos públicos que se gastó de forma ilegal en la remodelación de su residencia privada en la ciudad de Nkandla. Entonces, el Defensor del Pueblo denunció que la construcción tenía un anfiteatro, una piscina, un corral para pollos y un establo para vacas.

“Zuma hizo mucho daño a nuestro país (...). Bajo su reinado, la corrupción se extendió hasta casi destruir nuestro país”, declaró el jefe de la opositora Alianza Democrática (DA), Mmusi Maimane.

Desde la muerte de Mandela ni su sucesor Mbeki ni Zuma fueron capaces de continuar con su legado. Sudáfrica, una de las economías más importantes del continente, presenta indicadores devastadores.

Es el primer país del mundo en tasa de mortalidad, más de seis millones de personas son portadoras del VIH y, según datos oficiales, la esperanza de vida para un sudafricano negro es de solo 49,5 años, mientras que un blanco llega a los 70.

Así, el ANC, que en su momento fue símbolo de esperanza y cambio en el país, ahora es sinónimo de corrupción y despotismo. (I)

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