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Un tributo a las víctimas de la violencia en Ciudad Juárez

Un tributo a las víctimas de la violencia en Ciudad Juárez
29 de abril de 2012 - 00:00

“A mi hijastro me lo hicieron cachitos (pedazos) hace tres años. Un niño que estaba jugando encontró su cabeza, desde entonces no me voy a parar a Ciudad Juárez”, cuenta, en voz baja, una mexicana, de 78 años, que pide ser identificada simplemente como Mariana.

El nombre de este joven, cuya madre no quiso revelar, forma parte de la lista de miles de víctimas de la violencia en Ciudad Juárez que son proyectados en un muro de la Casa Anunciación, un albergue para indigentes y migrantes de la vecina ciudad estadounidense El Paso.

“La voz de los sin voz” (“Voice of the voiceless”) es el homenaje que cientos de personas, la mayoría mexicana, rinden a los fallecidos, que son más de 10.000, incluidos niños, de los 50.000 que ha habido en todo México desde que se lanzó la ofensiva militar contra los carteles, en diciembre de 2006.

En una de las paredes externas del albergue, donde se proyectan también  fotos, fue colocada una lona en la que se lee un mensaje del poeta y activista mexicano Javier Sicilia: “El dolor del alma no lo convertiremos en odio ni en más violencia, sino en una palanca que nos ayude a restaurar el amor, la paz, la justicia y la dignidad”.

Algunos de los que realizan este tributo son familiares de las víctimas que han huido a Estados Unidos por la violencia en México, otros son amigos que llevan flores y les prenden una vela a los fallecidos.

Mariana es una de ellas. La mujer se ha resignado a vivir de forma permanente en El Paso, convertido en refugio para mexicanos de clase acomodada que huyen de la violencia de Ciudad Juárez (Chihuahua), escenario de disputas entre los carteles de las drogas y donde actualmente se cometen en promedio seis homicidios diarios. En 2010, se llegó hasta la decena.

De los cerca de 650.000 habitantes de El Paso, el 80% es hispano, la mayoría mexicanos que tienen familiares del otro lado de la frontera, adonde se iban a pasar los fines de semana para ir a cenar y de fiesta. Mariana, por ejemplo, aunque desde hace más de 30 años tiene casa en El Paso, pasaba el día en México, visitando a su familia y haciendo compras, y solo regresaba a su casa para dormir.

Sin embargo, ahora ya ni siquiera se acerca al puente fronterizo con Ciudad Juárez. “Eso se acabó. Allá ya no se puede vivir. Vivo en la angustia de que a mis nietos les pase algo, pero mi nuera no se quiere (venir a) vivir acá, dice que es muy aburrido”, cuenta Mariana, resignada.

Al caer la noche, se observan a lo lejos las luces de Ciudad Juárez. Del lado estadounidense, tras un recorrido de kilómetros en una zona habitacional, no se ve una sola luz, no se escucha un sonido. Pareciera una ciudad desierta.

“Es que aquí no se prende la luz porque la energía eléctrica es cara”, explica Ernesto, un mexicano que trabaja como mesero en el único restaurante abierto un  sábado en la noche, en el centro de El Paso.

El joven, también oriundo de Ciudad Juárez, reconoce que para los mexicanos, acostumbrados al bullicio, es muy dura la vida en El Paso. Sin embargo, añade que eso es mejor que vivir en el temor de ser una víctima colateral de la violencia.

Los asesinatos en Ciudad Juárez se dispararon con las disputas de los últimos años entre bandas del narcotráfico, pero la ciudad acumula una amplia historia de violencia que incluye, por ejemplo, los crímenes de 400 mujeres entre 1993 y 2003, que según la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pueden considerarse un feminicidio por haberse cometido en razón del género de las víctimas. 

Elena Durán, juarense, cuenta que llegó a El Paso a pasar con su prima. “El marido no está, no le gusta estar sola y le da miedo irse conmigo a Juárez, como antes hacía”, relata.

La joven comparte la percepción de que El Paso es aburrido y la comida es insípida, aunque reconoce que en los últimos años consigue aliviar su nostalgia gracias a que se han abierto cadenas de restaurantes mexicanos y a que numerosos artistas se presentan en la ciudad estadounidense.

“Además, los ‘bolillos’ (estadounidenses sajones) no quieren a los juarenses, les dicen las cucarachas a pesar de que ahora los mexicanos se vienen a gastar su dinero aquí”, comenta Durán, mientras a lo lejos se escucha el bullicio de una boda de mexicanos en un exclusivo hotel.

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