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Silencio absoluto en el entierro de Fidel

Con carteles y fotografía en mano, los seguidores de Fidel Castro acompañaron el cortejo fúnebre hasta las afueras del cementerio.
Con carteles y fotografía en mano, los seguidores de Fidel Castro acompañaron el cortejo fúnebre hasta las afueras del cementerio.
Foto: Paula Mónaco Felipe / El Telégrafo
05 de diciembre de 2016 - 00:00 - Paula Mónaco Felipe, corresponsal en México

Santiago de Cuba, 4 de diciembre de 2016. Siete minutos de profundo silencio acompañan el último camino de Fidel Castro. Miles de personas escoltan su paso; marcan la ruta hacia el cementerio de Santa Ifigenia, pero no hablan.

En la acera, los estudiantes batallan con el sueño porque en la noche montaron guardia en el lugar donde se resguardaban las cenizas del líder de la Revolución cubana. Junto a ellos esperan niños, adultos y ancianos.

“Yo soy Fidel. Hasta siempre Comandante”, dice un cartón que carga una mujer mayor. Lleva un día entero sin dormir. “Salí de mi casa desde las seis de la mañana de ayer. Esperé al Comandante aquí en las calles y después me fui para la plaza  (a presenciar el acto nocturno). Me quedé a la vigilia y luego vine al cementerio”.

Se llama Magalis Marten Dunet, tiene 65 años. “No me siento cansada, voy a cumplir con el Comandante hasta lo último porque él fue un hombre grande para nosotros, él ha luchado mucho por nosotros y por los países del mundo”.

Comienza a amanecer. Hay expectación, nadie canta consignas: el bullicio que acompañó la caravana por 13 de las 15 provincias del país se apaga frente al cementerio donde será sepultado Fidel Castro Ruz, cerca de la tumba del héroe nacional José Martí. Es uno de los camposantos más antiguos de Cuba, considerado Monumento Nacional, y está ubicado en la ciudad donde desembarcó el yate Granma, donde empezó la Revolución.

A las 6:45, con el amanecer, el cortejo fúnebre parte desde la Plaza de la Revolución. Cuando pasa la carroza, los santiagueros y quienes llegaron desde otras provincias, apenas gritan “¡Yo soy Fidel!”. Lo hacen unas pocas veces y enseguida vuelve la quietud. Muchos lloran.

Dentro de una caja de caoba van las cenizas de quien fue líder de Cuba por casi 6 décadas. Tiene su nombre escrito en pequeñas letras doradas, una bandera encima y flores blancas alrededor. Está sobre un pequeño carro que remolca un jeep militar.

A las 6:52 el cortejo llega al panteón, donde la ceremonia es privada, solo para familiares, gobierno e invitados especiales. En la calle,  cientos de personas rompen la disciplina que les caracteriza y avanzan hasta donde la seguridad lo permite. Cantan consignas, agitan banderas y dan encendidos discursos de ánimo.

Ambiente de tristeza

Sin embargo, la mayoría se retira con aplomo: se hace evidente la tristeza que muchos cubanos trataron de disimular durante los últimos días. Hasta aquí mantuvieron el gesto adusto, eligieron llorar en privado o se refugiaron en encendidos discursos políticos, pero en los últimos metros de la despedida a Fidel no hay cómo esconder el dolor por su muerte.

“Fue como un padre para nosotros”, es la respuesta que se ha repetido en cada entrevista de prensa. Con sus cenizas ya en el cementerio, la orfandad se hace patente. “Es que él era el guía de este país”, resume Magalis y, al hacer conciencia de sus propias palabras, cae en un profundo silencio. (I)

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