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Protestas en Brasil mueven el tablero político electoral

Protestas en Brasil mueven el tablero político electoral
21 de junio de 2013 - 00:00

Las masivas movilizaciones en Brasil dieron sus frutos: las autoridades de las ciudades de Recife, Porto Alegre, Joao Pessoa y Cuiabá decidieron revertir el aumento de 20 centavos (10 centavos de dólar) al precio de la tarifa del transporte público.       

Sin embargo, la revisión de las tarifas no logró frenar las movilizaciones de los ciudadanos, que a través de las redes sociales se organizaron y comprometieron a participar en gigantescas marchas, previstas para ayer, en al menos 17 capitales estatales y otras 63 ciudades, incluidas Río de Janeiro y Salvador, donde se celebraron dos partidos de la Copa Confederaciones, una antesala al Mundial 2014.

Sin duda, este movimiento contra el aumento de las tarifas del transporte público derribó barreras ideológicas y partidarias y convirtió a 12 de las principales ciudades brasileñas en una plaza turca (en la plaza Taksim en el centro de Estambul se ha levantado un movimiento de protesta contra el régimen del primer ministro Recep Tayip Erdogan), ante la sorpresa de toda la clase política, que mira cómo atraer este descontento para las elecciones presidenciales del próximo año.   

En medio de la Copa de las Confederaciones de fútbol, la presidenta Dilma Rousseff se sumó a la agenda elogiando las manifestaciones, pero reparando que dentro de ese mismo universo de protestas se han posado los viejos enemigos del Partido de los Trabajadores (PT) y de las políticas de reparación.    

La prensa, en especial la cadena Globo, la más grande del país y la quinta del mundo en infraestructura, debió cubrir sin su logotipo las manifestaciones: los que tenían el micrófono con su marca, eran silbados y repudiados.       

La oposición, que gobierna estados clave como Minas Gerais y Sao Paulo, fue también blanco de las protestas, que apuntaron especialmente a la micropolítica a favor de servicios públicos de calidad, incluido el transporte, la salud y la educación. Para intentar entender el fenómeno que llevó a 250 mil personas a las calles con una decena de consignas, lo primero es despojarse de los prejuicios.  

Lo que dejaron las protestas, con actos de vandalismo y represión policial no vistas en democracias como en Sao Paulo o Río de Janeiro, es una “nueva agenda”, aceptada en un discurso por Rousseff, desde mejores hospitales hasta la lucha contra la corrupción.

Diez años después de gobiernos del PT, con escándalos de corrupción pero con una proyección social y global nunca vistas para Brasil, el gobierno se enfrenta con las clases medias y estudiantiles buscando mayor justicia en términos de servicios.  

Atrás han quedado de la agenda mediática -apenas la usa el PT como conquista- la lucha contra el hambre, la desigualdad y el desempleo. El país ha creado una nueva clase media -basada en el consumo, es cierto- y una clase baja que salió de la miseria que pese a la ayuda oficial reclama una mayor complejidad para su nueva vida con horizontes más claros. La tradicional élite brasileña está fuera del poder gubernamental de Brasilia desde hace una década y rechaza por ejemplo los planes sociales que reciben 40 millones de brasileños en forma de dinero directo y políticas afirmativas usadas en Estados Unidos a partir de los años 60, como los cupos universitarios para afrodescendientes de clase baja.

Otro dato: Brasil tiene la tasa de desempleo más baja del mundo y el sábado su presidenta fue abucheada en el estadio Mané Garrincha por personas que pagaron más de 100 dólares una entrada a un estadio que el Estado ayudó a construir con créditos públicos.    

El estado de ebullición social dejó claro que está presente en la sociedad brasileña la herencia maldita de la dictadura, cuyos responsables continúan impunes con la Ley de Amnistía de 1979 ratificada por la Corte Suprema de la democracia en 2010. Esa herencia maldita, según el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es la policía militarizada de los estados, verdaderos ejércitos creados por la dictadura que en el caso de Sao Paulo, por ejemplo, reivindicaban el golpe del 31 de marzo de 1964 hasta 2011, año en el que asumió una hija de la represión política la presidencia de la quinta economía mundial.

La izquierda opositora al PT tiene todo para ganar con las protestas, a las que le sumó la experiencia de la militancia en la calle que el partido del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva abandonó a cambio de la construcción de alianzas políticas que parecen imposibles, pero que le permiten mantener la mayoría parlamentaria.   

El oficialismo de Dilma-Lula trastabilla en Río de Janeiro, allí son repudiados incluso por sectores del PT el alcalde Eduardo Paes y el gobernador Sergio Cabral, ambos del Partido del Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB), visto por sectores más vanguardistas como el último reducto de la vieja política. La oposición centroderechista tampoco queda bien parada: el senador Aecio Neves, candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), hombre fuerte de Minas Gerais, vio su nombre en las protestas en Belo Horizonte, reprimidas el lunes con gases cerca del Mineirao, tras el partido Nigeria-Tahití.

En Sao Paulo, lo mismo con el gobernador Geraldo Alckmin, también del PSDB. El movimiento que busca la tarifa cero en el transporte público logró avances concretos de reducción del boleto en Porto Alegre, Joao Pessoa y otras. La presidenta Rousseff se reunió con su jefe político, Lula, en Sao Paulo. Es que gran parte de la solución depende de la mano del jefe de la coalición gubernamental, que domina muchas alcaldías, como Río de Janeiro, Sao Paulo y Brasilia. Lula aceptó las protestas y dijo que la democracia “no es un pacto de silencio ni asunto de policía” e invitó a su partido a negociar la reivindicación sobre el transporte público.

Mientras tanto, en el país del balón de la  Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), José María Marín, exgobernador paulista en la dictadura, lamentó que la protesta le sacara brillo al interés mundial por el fútbol, en plena competición. Porque el autodenominado país del fútbol se pregunta: ¿Cuándo empezaba la Copa de las Confederaciones?

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