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San Pedro Alejandrino, la última morada de Bolívar

Un grupo de turistas colombianos y extranjeros pasa por la enorme plaza de armas de la Quinta San Pedro Alejandrino, en donde flamean las banderas de los 34 países americanos.
Un grupo de turistas colombianos y extranjeros pasa por la enorme plaza de armas de la Quinta San Pedro Alejandrino, en donde flamean las banderas de los 34 países americanos.
Foto: Luis Cheme / EL TELÉGRAFO
17 de diciembre de 2017 - 00:00 - Luis Cheme enviado especial a Santa Marta

Pablo Martínez, un taxista samario (Santa Marta-Colombia), de 56 años, lanza una advertencia mientras conduce su Chevrolet Spark por la Avenida Libertador con carrera 19: “Quien no visita la Quinta de San Pedro Alejandrino no ha estado en Santa Marta”, dice a modo de sentencia. 

“La Quinta es una parada obligatoria”, agrega unos segundos después cuando uno de los pasajeros que lleva en su carro le pide información sobre Taganga. Ese es un pueblito pesquero y de onda hippie/mochilera, ubicado a 10 minutos de la ciudad y al que se accede por una carretera estrecha -con una curva tras otra- bordeando las primeras cordilleras de la Sierra Nevada. Este es el sistema montañoso litoral más alto del planeta, que alcanza hasta 5.775 metros en sus picos nevados.  

San Pedro Alejandrino es uno de los mayores patrimonios históricos de los samarios y de Colombia. Es una estancia colonial transformada en museo, altar de la patria y Monumento Histórico Nacional. 

No es para menos: allí pasó los últimos días de su vida Simón Bolívar, el Libertador, una de las figuras más destacadas de la emancipación hispanoamericana de España. Bolívar inspiró de manera decisiva la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, y la reorganización de Perú.

El prócer había llegado a Santa Marta, de paso, en una escala previa al viaje que pensaba hacer a Europa. Estaba muy enfermo cuando fue invitado por el español Joaquín de Mier, propietario de una hacienda donde se cultivaba caña de azúcar, en esa época. 

Once días después de su llegada, un día como hoy, el 17 de diciembre de 1830, Bolívar exhaló su último suspiro en aquella casa sencilla, de gruesas paredes, color amarillo ocre y techo de tejas.   

La devoción hacia la figura cuasidivina que se tiene de Bolívar choca con los primeros datos que Isabela y Daniela, estudiantes del Colegio Normal de Señoritas María Auxiliadora y guías del lugar, van revelando durante el recorrido.  

Mientras pasan entre dos gigantes y viejos árboles de tamarindo, que le dieron sombra a Bolívar durante su estadía en la hacienda, cuentan que el Libertador llegó al lugar débil y decaído. Que murió con apenas 47 años y pesando 35 kilos a causa de cirrosis hepática, tuberculosis, sífilis y malaria. Pero el fallecido expresidente de Venezuela Hugo Chávez sostenía que había sido envenenado con arsénico por la “oligarquía colombiana”, de modo que ordenó en 2010 su exhumación.

Sin embargo, lo seguro es que Bolívar agonizó durante días en una camita, de madera, de una plaza y media, que aún se conserva intacta, cubierta con una bandera de Colombia, en la habitación que ocupó. 

Junto a ella se observa una escupidera de porcelana y de la pared cuelga un reloj que marca la hora de su muerte: 13:03:55. 

Las guías se detienen frente a la habitación, hacen una pausa, y continúan con la explicación. Cuentan que, según la leyenda, el general Mariano Montilla sacó su espada y cortó el cordón del péndulo que marcaba la hora porque el reloj no debía andar más si ya no se movía el corazón del Libertador.   

Y así está hoy, con las agujas clavadas en la hora fatídica, junto al sillón de terciopelo rojo desde donde Bolívar dictó su última y famosa proclama. Esas  líneas están esculpidas sobre mármol en la entrada de la casa principal de la hacienda: “Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.

¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro. Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830.    

El Altar de la Patria
Un pasillo empedrado conduce a otra habitación de la hacienda que utilizó Bolívar. Es un cuarto de baño compuesto por un bidé, un aguamanil de porcelana, las tazas sanitarias y una tina, de mármol blanco italiano. 

El doctor Alejandro Próspero Reverend, médico de cabecera de Simón Bolívar, cuenta en sus memorias que el Libertador recibía un baño emoliente, tibio, para su mejoría durante los primeros días en la hacienda.

En las austeras instalaciones hay algunos muebles Luis XV, espejos en cristal de roca y  un cuarto de fumadores para evitar que el prócer inhalara fuertes olores. En la sala de la repostería sobresale una mesa de madera. Allí se hizo la necropsia al Libertador.

En una habitación contigua, destaca una foto en daguerrotipo de un jovencísimo Bolívar, con 19 años,  en su casamiento con María Teresa Rodríguez del Toro, quien moriría un año después a causa de la fiebre amarilla. 

Las guías aclaran que el Libertador no tuvo descendencia con las 35 mujeres que tuvo porque era estéril.   

Afuera, hay un parque con árboles centenarios, entre ellos, los tamarindos que sostenían una hamaca del Libertador. También iguanas somnolientas y un frondoso jardín botánico que conduce al Altar de la Patria. 

La sencillez de la casa principal contrasta con este imponente monumento de estilo neoclásico, construido en mármol de Carrara, en 1930 e inaugurado en 1942 en memoria del Libertador, en el primer centenario de su muerte.    

En la cúspide del altar se alza, como no podía ser de otra manera, un Bolívar vestido con su uniforme, espada y capa. Aunque el Libertador medía apenas 1,64 metros, en esta estatua alcanza los 2,64 metros.

El complejo arquitectónico del museo tiene dos partes: una antigua que comprende seis aposentos para trapiche, destilería, casa principal, cava, hornos y establos. En estos cuartos, el amarillo es signo perenne de una época.

En la otra parte están las construcciones más modernas como el Altar de la Patria y el hemiciclo, salón en forma semicircular donde funciona el Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo. El blanco tonifica estos espacios.

25 hectáreas de historia 
La Quinta San Pedro Alejandrino está a 10 minutos del centro de Santa Marta, por la  avenida de 4 carriles llamada Libertador. Lleva ese nombre porque fue por allí por donde pasó Bolívar en un lujoso carruaje Berlinas, de construcción francesa y  de origen alemán, en el cual fue trasladado el 6 de diciembre de 1830, desde la Casa de la Aduana hasta San Pedro Alejandrino.    

El lugar tiene una extensión de 25 hectáreas que pueden recorrerse en dos horas y media con guías especializados. 

Conocida universalmente como la última morada del Libertador Simón Bolívar, la historia de la hacienda se remonta al siglo XVI. Inicialmente, era la Florida de San Pedro Alejandrino. Según relatan los historiadores, uno de sus primeros dueños fue Francisco de Godoy y Cortesía (1608). Después, el propietario fue Joaquín de Mier, cuando albergó al Libertador, quien murió allí. 

Aún se puede percibir que la hacienda, en sus inicios, era una plantación de coco, caña de azúcar y otros árboles frutales. Este refugio natural estaba dedicado, principalmente, a la industrialización de la caña. Allí se elaboraban panes de azúcar, panela y ron de caña.  

Pero esa hacienda no siempre tuvo el esplendor que hoy la identifica. Tras la muerte del Libertador, la Quinta permaneció abandonada hasta 1890, cuando la Asamblea departamental del Magdalena ordenó al gobernador, Ramón Goenaga, su adquisición.

Con el tiempo, la hacienda fue adquiriendo importancia. Se comenzaron a comprar obras artísticas como la estatua de Bolívar, que es imponente y está a la entrada del Museo. Esta  fue puesta allí, el 17 de diciembre de 1891, es decir, 67 años después de la muerte del Libertador. Pero, por ahora, está en reparación luego de que le cayeran encima las ramas de un árbol.  

Solo cuatro décadas más tarde se iniciaron los trabajos de construcción del Altar de la Patria, cuya primera piedra la puso el expresidente Enrique Olaya Herrera.

El Altar de la Patria es una reproducción del monumento del profesor Carlos Ternerani para conservar el corazón de Bolívar. La obra, construida en mármol, muestra al Libertador sobre una base, custodiado por ángeles que representan la paz, la guerra, la justicia y la diosa fortuna.

También está allí una estatua como símbolo de la Libertad. Esta obra fue donada por el departamento de Bolívar, en 1930, al conmemorarse el primer centenario de la muerte del Libertador.

Un momento crítico para la hacienda se presentó en 1989, cuando fue sacada la farmacia Reverend, que fuera propiedad del médico que atendió a Bolívar en sus últimos días, Alejandro Próspero Reverend.

La farmacia fue retirada de la Quinta por sus actuales propietarios, la familia Zagarra, al no lograr un acuerdo con el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura) para su adquisición. 

El expresidente peruano Alan García también quiso comprarla para regalársela a Santa Marta, pero la negociación no fructificó. Sin embargo, García hizo entrega de un enorme mural del maestro Mauro Rodríguez que recoge toda la vida del Libertador desde su nacimiento en Caracas (1783) hasta su muerte en Santa Marta (1830).

En 1975 un comando armado del desmovilizado Movimiento 19 de Abril (M-19) la asaltó y se llevó el bastón de mando de Bolívar y la espada del general Mariano Barreneche, un prócer samario, amigo del general José María Córdova.  Hasta el momento estos elementos no han sido devueltos, a pesar de los requerimientos de la Academia de Historia del Magdalena y de otras entidades distritales.

Ese mismo año, la Quinta fue totalmente remodelada por la Corporación Nacional de Turismo (Corturismo) hasta dejarle el aspecto que hoy tiene: amplios jardines, caminos de piedra, fuentes de agua y una enorme plaza de armas, donde flamean las banderas de los 34 países americanos.

El recorrido termina a la sombra de centenarios samanes, tamarindos, mangos, pivijay, ceibas y palmeras reales. La experiencia resulta un encuentro con la historia, la naturaleza y las artes. (I) 

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