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Las leyes de la herencia

Las leyes de la herencia
14 de junio de 2015 - 00:00 - María Eulalia Silva

No, este artículo no trata sobre la nueva ley que gravará las herencias, sino de las características físicas que recibimos de nuestros ancestros y que dejaremos a nuestros hijos. ¿Qué es lo que determina la estatura, el color de piel, o de ojos, el tipo de cabello o incluso la predisposición a ciertas enfermedades que tendrán? ¿Todo sucede por pura casualidad o hay algo más?

A pesar de la gran curiosidad que despertaba el tema, hasta hace sólo poco más de un siglo no se tenía ni la menor idea de cómo se formaba la vida y por qué los hijos eran, al mismo tiempo, diferentes y parecidos a sus padres, incluso a sus abuelos. Algunos creían que aparecía de la nada, por generación espontánea, como lo había propuesto Aristóteles. El filósofo griego aseguraba que los cocodrilos surgían de los troncos podridos y los pulgones del rocío nocturno.
Los alquimistas de la Europa renacentista, aseguraban que podían crear vida por medio de conjuros, incluyendo extrañas recetas para dar vida a los homúnculos, que eran seres humanos diminutos; por ejemplo, mezclar carbón, mercurio y pelos humanos, enterrar todo en una mezcla de estiércol de caballo y al cabo de 40 días, surgiría de la Madre Tierra un humano en miniatura. 

A finales del siglo XVII quienes usaban los primeros microscopios creyeron haber visto homúnculos en el esperma humano y elucubraron que en el vientre materno crecían personas en miniatura que comenzaban su vida ya completamente formados, transmitidos, claro, por el padre. La confusión provino de la baja calidad de las lentes de los microscopios; lo que estaban viendo por primera vez eran nada más que espermatozoides.

Ninguna de estas creencias explicaba el misterio del origen de la vida y mucho menos cómo se transmitían las características de padres a hijos; ni siquiera lo supo Charles Darwin cuando publicó sus revolucionarias teorías sobre el papel de la selección natural en la evolución de la vida. Sin él saberlo, la clave ya la conocía un solitario monje checo que cultivaba arvejas en el jardín de su monasterio. Se llamaba Gregor Mendel y haciendo experimentos sencillos había descubierto tres leyes básicas de la herencia genética, aplicables a todos los seres vivos.

Primera ley: cruzando una planta de arvejas amarillas con otra de color verde, siempre obtuvo semillas amarillas y no un color mezclado como esperaba. Así, concluyó que el color amarillo se manifestaba porque era dominante, mientras que el verde quedaba escondido y lo llamó recesivo.
Segunda ley: cruzando entre sí los híbridos obtenidos en la primera generación, obtuvo tres semillas amarillas y una verde. El color recesivo, que había desaparecido en la primera generación, se volvía a manifestar en la segunda. Así, Mendel descubrió que las características de los progenitores no se mezclan, ni ese gen desaparece, sino que simplemente la dominante es la que tiene más probabilidades de manifestarse.    

Tercera ley: cruzando arvejas amarillas y lisas con otras verdes y rugosas, primero obtuvo solamente arvejas amarillas y lisas, se manifestaron los caracteres dominantes que predecía la primera ley. Pero luego combinó estos híbridos entre sí y aparecieron caracteres absolutamente nuevos: unas arvejas amarillas y rugosas, y otras verdes y lisas que antes no existían. Llegó a la conclusión que los diferentes rasgos (amarillo, verde, rugoso, liso) son heredados independientemente unos de otros. (CONTINÚA)

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