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La sensación se procesa en el cerebro

El miedo que conserva y destruye

El miedo que conserva y destruye
26 de abril de 2015 - 00:00 - María Eulalia Silva

El amor, la alegría y la tristeza son sentimientos trascendentales, pero seguramente es el miedo el que más frecuentemente dirige las decisiones que tomamos en nuestras vidas. Nos viene ‘de fábrica’ y lo experimentamos desde nuestros primeros días de vida. Puede desencadenarse por factores sociales o psicológicos y es el responsable de muchas guerras, de fobias y genocidios, pero también el inspirador de grandes obras de arte.

¿Cómo se desencadena el miedo? ¿Cómo sabemos que estamos ante una situación de riesgo? Todo sucede gracias a nuestros sentidos. La amígdala cerebral, la zona encargada de las emociones, analiza el ambiente de forma continua en busca de estímulos que predigan el peligro. Basta tan solo un sonido, una imagen o un olor para que se active y envíe impulsos eléctricos al sistema nervioso central. La amígdala, junto al hipotálamo, al hipocampo y a otras estructuras cerebrales, forman parte de lo que conocemos como el sistema límbico, que tiene que ver con nuestras emociones más primitivas. En una situación en que peligra la vida, hasta el más frío y racional de los intelectuales humanos sufre los mismos síntomas que cualquier otro mamífero en riesgo de muerte.

Cuando algo nos atemoriza mucho,  nuestras funciones fisiológicas se alteran: los latidos del corazón se aceleran para bombear más sangre, sudamos, las pupilas se dilatan para ver mejor, segregamos más hormonas como la adrenalina y el cortisol, que nos ponen alertas; nuestros músculos se tensan y las funciones inservibles para ese momento -como la digestión o el sistema inmune- se paralizan. Todo lo hace el cerebro para advertir al resto del cuerpo que estamos en una situación de emergencia y que debemos prepararnos para escapar lo antes posible.

Sentir temor es una característica innata del ser humano, pero también en situaciones extremas y recurrentes se puede convertir en una fobia y causar mucho daño psicológico, físico e incluso social. Cuando el miedo se convierte en fobia nuestro cerebro actúa de manera diferente, los lóbulos temporales encargados del pensamiento racional y de la imaginación se desconectan por completo, y así nuestros actos pasan a ser comandados por las partes más primitivas del cerebro.

Así, cuando el miedo contra ‘el enemigo’ es exacerbado por quienes detentan el poder, se transmuta en odio y, entonces, mucha gente normalmente pacífica es capaz de cometer los crímenes más violentos y atroces contra sus propios vecinos. El racismo y la xenofobia, la Alemania nazi, las guerras civiles de Ruanda y la ex-Yugoslavia, Palestina y muchos otros sitios son el ejemplo moderno de cómo puede usarse masivamente nuestro lado más animal para alimentar la ambición de poder de unos pocos. (continúa)

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