Estupinyà cuenta que el neurocientífico Barry Komisaruk, de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey (EE.UU.), le propuso descubrir lo que pasaba en su cerebro en el momento del orgasmo.

Komisaruk ha dedicado su vida profesional a investigar los beneficios del orgasmo en la salud de la mujer y por su máquina de resonancia magnética han pasado cientos de mujeres que se han autoestimulado para captar las imágenes de su cerebro. Los escáneres cerebrales hacen uso de un proceso atómico que revela imágenes en tiempo real. En el caso del cerebro estas permanecen grises cuando la zona no está activada, pero cuando lo está aparece encendida.

Pues bien, Komisaruk propuso a Estupinyà hacerlo y -cuenta el divulgador- que él con un poco de vergüenza aceptó. Pronto la máquina revelaría imágenes de un cerebro que empezaba a encenderse con la estimulación. Cuando llegó el orgasmo, el cerebro de Estupinyà parecía un árbol de navidad. Es que en él y en todos los seres humanos sucede lo mismo: el orgasmo es el momento en el que más zonas cerebrales se activan. Curiosamente se apaga el lóbulo frontal que es donde procesamos el razonamiento. Es por eso que en el momento del clímax literalmente “perdemos la razón”. Como este episodio era llevado a cabo para fines científicos se comparó lo que sucedía en el cerebro de las mujeres que habían pasado por la máquina de Komisaruk y el de Estupinyà.

Se vio que las similitudes eran más grandes que las diferencias, excepto que en él no se activó el hipotálamo que es la zona donde se segrega la oxitocina, la llamada hormona del amor.

No menos sorprendente resultó para el divulgador saber que apenas 20 segundos después del éxtasis todas las zonas cerebrales se habían apagado. Un instante después todo estaba en calma. (I)