En 1941, dos años después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos nazis de Hitler habían conquistado casi toda Europa, despedazando a sus adversarios. Sus fuerzas parecían invencibles y solo Inglaterra, atrincherada en sus islas y con el apoyo logístico de Estados Unidos, lograba resistir.

Pero ahora Hitler vuelve su mirada hacia el este, a las vastas llanuras y el petróleo de la Unión Soviética, una tierra que para los alemanes posibilitaba la expansión de su enorme población. Tres años atrás Hitler había firmado un pacto de no agresión con el dictador soviético Joseph Stalin, un tratado que asombró al mundo que nunca hubiese imaginado que nazis y comunistas pudieran llegar a un acuerdo.

Pero el 22 de junio de 1941 Hitler rompe el pacto y comienza la llamada “Operación Barbarroja”. El ataque por sorpresa desde Polonia incluye 8 mil tanques y aviones y más de 4 millones de soldados. La victoria parece rápida y fácil como lo había sido en Europa del oeste. En apenas cuatro meses las tropas nazis habían logrado destruir la aviación rusa, matado y capturado a 2 millones de sus soldados y estaban a las puertas de las dos ciudades más importantes de la entonces URSS: Moscú y Stalingrado.

De allí nunca pasarían, y un año y medio más tarde todo un ejército alemán se rendía por primera vez y tras sufrir 700 mil bajas. El mito dice que a Hitler lo derrotó el “general invierno”, es decir el frío extremo para el cual el ejército alemán no estaba preparado. Esa es una parte de la verdad, pero la verdad entera es que Hitler perdió por sus propios errores y su soberbia, y por la inesperada y feroz resistencia rusa. (continúa)