Hace algunas semanas hablé sobre cómo el discurso sexista y ‘curuchupa’ legitima la violencia simbólica hacia la mujer. El caso del video del canal Educa, que hace referencia a cómo las mujeres deberían evitar contagiarse de sida, a través de una parodia, no es —lamentablemente— el único caso en que esto sucede, existe un campo en que la violencia simbólica se manifiesta frente a nuestros ojos: la publicidad. Día a día vemos cientos de comerciales que nos presentan estereotipos acerca del papel de la mujer y del hombre en la sociedad.

Por ejemplo, circula en estos días en la televisión la publicidad de un producto para curar infecciones vaginales, destinado a las ‘chicas que se comportan bien’. Esta frase ya trae en sí un mensaje violento y reprobatorio. ¿Cómo es una chica que se comporta bien? Según la publicidad, es aquella que adquiere la infección por diversas situaciones ambientales, en contraposición a la ‘chica que se comporta mal’, que es la que se contagiaría por relaciones sexuales. Esta frase demuestra un tradicionalismo absurdo, que condena a un tipo de mujeres por cuestiones que a nadie le deberían interesar.

Pero no solo nos encontramos con este tipo de violencia, sino también con aquella que legitima los roles que son vistos como tradicionales en la sociedad, referentes a la mujer como la persona que se queda en casa cuidando del hogar y de los hijos, mientras el hombre es quien sale a trabajar.

También circula una publicidad, esta vez en radio, de una marca de comidas y embutidos que ‘facilita’ la vida de la mujer. Dice algo así como: “¿Te gustaría que la novela durara diez minutos más? ¿Quieres pasar más tiempo con tus hijos? Entonces compra nuestro producto porque se cocina más rápido”. En esta ‘simple’ publicidad nos damos cuenta de cómo se estereotipa a la mujer: ella es quien mira novelas, pasa con sus hijos y cocina. Esta no es la única publicidad que ubica a la mujer en ese rol, son innumerables los comerciales de ‘cosas para el hogar’ que fijan lo que, para la sociedad, debería hacer una mujer. Y lo hacen de manera tan sutil y generalizada, de tal manera que parece que fuera normal.

En relación con la mujer, también nos bombardean con comerciales que prometen una piel joven, libre de arrugas, las piernas deseadas, bajar de peso, la figura perfecta sin esfuerzo, etc., etc., etc. La mujer, aparte de cuidar del hogar y de los niños, siempre deberá verse perfecta. Aquella que tiene arrugas, unos kilos de más o celulitis no es una mujer de verdad porque no cumple con el estereotipo. Y, claro, también es más perfecta si es blanca, porque solo en una piel blanca parece que nos dijera la publicidad, puede apreciarse la perfección.

También, por supuesto, se estereotipa al hombre. Este, por el contrario, es siempre el fuerte, el que llega cansado al hogar, el que debe mantener reuniones eternas en la oficina hablando de cosas importantes. El hombre conquista a las mujeres, es el macho, el que toma las decisiones. Es el fuerte, que conduce autos fuertes como él, y es el que mira el fútbol mientras toma cerveza. Es triste que estos estereotipos caducos y violentos rijan todavía en nuestra sociedad; si no fuera así, seguramente la publicidad sería más inteligente y más igualitaria.

Estos son solo ejemplos. Es muy triste ver cómo las imágenes y las palabras que usa la publicidad —en general— siguen violentando a los distintos géneros, pues no solo es violento cosificar a la mujer, también lo es dar roles a los hombres con los que quizá no se sienten identificados. Lamentablemente, como dije antes, estas realidades en la publicidad no van a cambiar si no cambiamos desde dentro, como sociedad, si no cambiamos las palabras que usamos para nombrar las cosas.