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Pollock o cuando la irreverencia es arte

Pollock o cuando la irreverencia es arte
15 de agosto de 2016 - 00:00 - Redacción cartóNPiedra

Jackson Pollock (1912-1956) fijaba sus cuadros sobre el suelo y daba vueltas alrededor en una danza continua. No pintaba sentado ni sobre un caballete. No soltaba su cigarro de la boca, ni moldeaba líneas fijas premeditadas. Con escobillas o palos controlaba el flujo del pigmento. La obra de Pollock era un entramado de ramas que se confundían entre sí con distintas texturas. Hubo quienes describieron sus trabajos como galaxias indefinidas.

Para críticos cercanos a su obra inicial, como el estadounidense judío Clement Greenberg —uno de los más influyentes del siglo XX—, el arte moderno que habría empezado con la obra de Édouard Manet (Francia, 1832) floreció con artistas como Pollock bajo la etiqueta del expresionismo abstracto. Se convirtió, entonces, en una conclusión lógica de tendencias que nacieron en Europa, como el abstraccionismo, o el cubismo de Picasso.

Greenberg impulsó la idea de que el modernismo serio trataba de reducir varias formas del arte hacia un núcleo filosófico verdadero. En el caso de la pintura, esa idea significaba escapar de «fantasías burguesas sobre las posibilidades de perspectiva y reconocer que la pintura es un objeto plano; una simple superficie». De acuerdo a esta teoría, las galaxias en planos de múltiples colores que pintó Pollock revelaban la naturaleza auténtica de la pintura.

El trabajo que convirtió a Pollock en uno de los pintores más importantes de Estados Unidos del siglo XX está mediado por circunstancias políticas: gestó su obra en la época de la Guerra Fría. Estados Unidos se enfrentaba en distintos niveles con la Unión Soviética y el sector cultural no estuvo fuera de la disputa.

La política estadounidense abucheaba al expresionismo abstracto —incluyendo al presidente Harry S. Truman—. Sin embargo, figuras como Pollock, contradictorias a las ideas capitalistas que enfrentaban a su país con la URSS, sirvieron como arma de guerra para la CIA.

Publicaciones como La CIA y la guerra fría cultural (Frances Stonor Saunders) detallan los aportes de la CIA para la promoción del expresionismo abstracto, como el uso de fondos públicos para la compra de 79 pinturas de artistas americanos críticos con el capitalismo y el consumismo. La idea era demostrar la supremacía del arte estadounidense a través del expresionismo abstracto, una manifestación individual que era despreciada por el dogma estético de los soviéticos.

Tom Braden, agente de la CIA que coordinó la operación, dijo que la idea fue «trabajar para socavar los estereotipos negativos prevalecientes en Europa, particularmente en Francia, sobre la esterilidad cultural de los Estados Unidos».

Quizás el momento político influyó en el posicionamiento del nombre de Pollock en la historia del arte. Sin embargo, su obra se ha radicalizado como una de las más valiosas de su época. Jonathan Jones, periodista cultural del diario británico The Guardian, dijo sobre una muestra retrospectiva de Pollock inaugurada en el Tate de Liverpool, en 2015, que aquella improvisación liberadora con la que trabajaba Pollock terminó dándole un sentido mágico y hermoso a su obra.

En esa retrospectiva el Tate se proponía, a través de sus obras más oscuras, revelar sus matices, concentrándose en los años en los que habría iniciado su decadencia y en los que Greenberg, aquel curador formalista que lo llevó a la gloria, lo dejó de lado. En los cincuenta, Pollock abandonó su clásica técnica de goteo colorido para empezar a borrar y volver al negro un protagonista de su obra. Aún en estos cuadros seguía ocultando la imagen y utilizando el juego y sus desaciertos para expresarse.

Durante gran parte de su vida, Pollock sufrió problemas de alcoholismo. Pero las cosas cambiaron después de casarse con la pintora Lee Krasner. Considerada una de las pioneras del expresionismo abstracto, Krasner dejó su arte para entregarse a la carrera de su marido. Se trasladaron a las afueras de Nueva York y encontraron un médico que le ayudó al pintor a dejar la bebida, justo cuando había alcanzado el período más destacable de su labor creativa. Pero entonces, su arte decayó.

«Pollock dejó la botella y su pintura se fue al infierno», dijo Jonathan Jones.

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