Ecuador, 01 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Entrevista

Pilar Estrada y la brecha extrema entre arte y decoración

Pilar Estrada y la brecha extrema entre arte y decoración
18 de abril de 2016 - 00:00 - Jéssica Zambrano, Periodista

En julio de 2010, el jurado del Salón de Julio, un concurso anual de pintura organizado por el Museo Municipal de Guayaquil, le otorgó el segundo lugar de esa edición a la obra La habitación impasible, del artista milagreño Óscar Santillán. Pero hubo un problema: no era un cuadro. La pieza trabajada con pintura removida de las paredes del museo, con la que creaba sobre el piso el reflejo ficticio de una ventana colonial. Se trataba de una obra de sitio, intransportable, característica que casi se convirtió en un impedimento para que la institución legitimara el fallo del jurado.

Para las autoridades del museo, administrado desde hace 16 años por el historiador Melvin Hoyos, la discusión sobre el premio a Santillán radicaba en que no se podía guardar en la reserva.

Una de las últimas cosas que hizo la historiadora de arte y gestora cultural Pilar Estrada como directora del museo (cargo que ocupó entre 2009 y 2010) fue asegurarse de que La habitación impasible fuera reconocida y convertida en patrimonio de la ciudad. Luego de eso, renunció. No importaba lo mucho que pudiera hacer como directora del museo, “para eso debía cambiar la mentalidad de la gente que estaba por encima de mí. Pensé que no estaba generando un cambio, sino que me esforzaba por mantener pequeñas luchas”.

En su breve paso por Ecuador, la psicoanalista y crítica brasileña Suely Rolnik dijo que el arte antes tenía que ver con un pensamiento ético, estético y político, y que hoy se trata de un objeto privilegiado y de industrialización. A Pilar Estrada, le interesa el primer enfoque.

Además de la dirección del Museo Municipal, Estrada estuvo en el equipo del proyecto del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), gerenció Ochoymedio en Guayaquil y administra desde 2010 su propia galería, NoMínimo, entidad cuya dirección está en transición, pues en febrero, Estrada fue anunciada como la nueva directora del Centro Cultural Metropolitano de Quito.

Actualmente, el arte contemporáneo es muy criticado y hay quien lo considera el arte menos comprendido. En ese sentido, ¿qué se necesita, como política, para aproximarse a los públicos?

Quizás el arte contemporáneo sigue siendo el que guarda más distancia con los públicos masivos, o talvez el que localmente menos herramientas ha conseguido para llegar a él. A pesar de que los artistas han producido obras y proyectos potentes en los últimos años, las instituciones públicas tienen una deuda enorme con el sector que no ha sabido saldar. Por otro lado, como actores culturales no hemos sido capaces de generar un acercamiento a una audiencia amplia; pero a la vez se evidencia una falta de curiosidad de un público que demuestra un conformismo de recibir lo fácil, lo más digerido, lo “cool” y, peor aún, lo relamido.

El arte contemporáneo exige productores, gestores, receptores e interlocutores reflexivos y críticos de acuerdo a su tiempo. El arte no está hecho para que el público se pare al frente y diga “qué lindo”, sino para que se genere un acercamiento más allá de la superficie estética, tanto intelectual como sensible. Eso es complicado con receptores que, cuando hablas de arte, aún te siguen preguntando por pintura, como si ese fuera el único hecho artístico posible. El predominio de la pintura se autolegitima por propuestas que son recibidas con los brazos abiertos por un pseudomercado de arte que aún cuelga paisajes y bodegones en sus paredes, y que no ha descubierto la extrema brecha entre la decoración y el arte. El arte contemporáneo tiene sus propias dinámicas de acción, pensamiento y necesidades frente a sus interlocutores.

¿Cómo se pueden empatar esas necesidades con una política pública?

La Ley de Cultura es necesarísima y debe ser un paraguas para todas las artes. No la conozco porque no se ha socializado, pero tengo un par de ideas que puedo compartir.

Ahora se produce arte de formas muy variadas, pero pensar una Ley de Cultura es pensar no solo en presente, sino a futuro; no solo desde este momento, desde este gobierno o el que vendrá inmediatamente después. Esa ley debería poder adaptarse a nuevas condiciones de producción, difusión y compresión de las manifestaciones artísticas y culturales que vendrán. Exige visión de parte de sus creadores.

Creo que una de las cosas más importantes es que los artistas y actores culturales deben contar con condiciones de seguridad social como cualquier trabajador. Y deben saber que esa ley ampara su libertad creadora, así como la capacidad de desarrollarla y visibilizarla. Jamás debe ser una ley politizada. El arte es político, naturalmente, pero su mayor necesidad es existir y no ser coartado por ningún tipo de poder.

Por otro lado, una Ley de Cultura debe contar con incisos que determinen el apoyo del sector privado al sector cultural. Ese es un punto clave que ha potenciado las propuestas culturales de otros países latinoamericanos. El apoyo del Estado siempre dependerá de sus arcas, y ya hemos palpado cómo esos proyectos son sostenibles solo mientras la economía marche bien. Hay muchas cosas más en el tintero, pero ese par de ideas ya dan una primera entrada de las expectativas frente a la ley.

¿Qué está pasando en la escena local?

Una escena se compone de diferentes enclaves. El arte contemporáneo podemos verlo desde diferentes ángulos. Hay artistas y productores comprometidos que hacen un gran trabajo, obras inteligentes, potentes, sensibles y pertinentes. Y creo que en lo más nuevo se percibe, con marcadas excepciones, una producción menos crítica, que no se exige cuestionarse por el momento que vive.

Ahora, entre lo que se ha producido en los últimos 15 o 18 años en el país, encontramos proyectos, obras y propuestas impresionantes. Se salió de un hoyo que existió en los ochenta y noventa, donde fueron contados con los dedos de la mano los artistas que generaron propuestas pertinentes y sólidas.

Por otro lado, tenemos a las instituciones públicas. Algunas intentan cambiar, pero en su mayoría siguen manejándose según el criterio de quien dirige o los intereses políticos que las comprometen. Más allá de los fondos estatales que han sido dirigidos acertadamente a través de convocatorias públicas, las instituciones parecen quedarse atrás con respecto a lo que ocurre a su alrededor.

Creo que han sido las iniciativas privadas, algunas hechas por los mismos artistas, las que mejor han dialogado con el presente. Sin embargo, eso no aplaca la necesidad de generar políticas culturales públicas sostenibles para las instituciones.

Antes los artistas eran más críticos —al menos en Guayaquil— en cuanto a lo que faltaba en los espacios públicos como el Museo Municipal o el MAAC, pero ya se dice y se hace poco. ¿Por qué?

No tengo una respuesta. Pero sí, hay una apatía triste y cierta comodidad que no se veía antes. Muchos simplemente nos pusimos a trabajar pensando en compensar los vacíos. Cuando empecé a trabajar en arte, a inicios de la década pasada, había una efervescencia, gente pujante, un interés real por crear, cierta unidad por hacer cosas que importaran, y siento que eso ha bajado. Ahora hay más experiencia, la gente tiene más escuela y hace buenas obras, pero se perdió esa necesidad de tomarse los espacios, de reflexionar desde dónde crear.

¿Por qué?

Quizás es algo que ocurre cuando creces en ese medio y de esa forma. Es decir, a los que nos “quitaron” el MAAC Cine, lo extrañamos; a los que nos quitaron el MAAC como museo, los extrañamos, y sabemos cómo hubiera cambiado la cultura local si el proyecto original se hubiera mantenido. Los que vivimos la supervivencia del ITAE lo sabemos. Quizás los artistas más jóvenes, que han nacido en la profesión sin las expectativas de esos espacios, no sienten que les han quitado nada, no exigen porque no conocieron esas posibilidades. Te quejas solo desde donde te paras, sin pensar históricamente o a futuro. Eso no nos ha permitido tomarnos los espacios y exigir de ellos lo que necesitamos y nos deben como ciudadanos y actores culturales.

Esa producción menos crítica en lo más nuevo... ¿Tiene que ver con que algunos artistas han querido distanciarse de un proceso político actual?

Algunos. Cada artista tiene sus espacios de intereses y pensamiento, y eso va a forzar a crear de una u otra forma, no hay mejor plataforma que la libertad, mientras más te exige el medio, más condiciones tienes para tomar. Creo que en un momento como este es súper importante la reflexión política en el arte, y a mí sí me sorprende que no haya una mayor reflexión desde las artes sobre lo que está pasando en la política.

¿Resaltas alguna obra en este sentido?

Hay gente que trabaja con reflexiones súper interesantes y buenos resultados. Lo que hace Pablo Cardoso en cuanto a la ecología es fuerte. Renueva el lenguaje pictórico y se acerca a problemas cotidianos como la minería, la contaminación en la selva por el tema de las petroleras. Adrián Balseca hace una de las reflexiones más interesantes sobre el fracaso de la modernidad en Ecuador. Su obra tiene un tono casi irónico que evidencia cómo hemos perdido el tiempo tratando de alcanzar algo que si seguimos viviendo como vivimos no vamos a alcanzar. Y no habla de individuos, sino de una sociedad y un sistema político y de una manera de entendernos. Hay una idea de crecer y alcanzar cosas como país que siempre se derrumban por alguna circunstancia.

Hay otros que no trabajan desde ese presente, sino de forma metafórica, y son igual de importantes porque más allá de las condiciones temporales, hay una condición humana que varía muy poco. No creo que el arte de un tiempo deba ser clasificado de una sola manera, ni que los artistas tengan que dedicarse solo a un tema, pero esas reflexiones deben tener un compromiso. Tiene que haber una conciencia de creación y un compromiso con tus intereses. Allí radica el valor del artista.

¿Hay algún tipo de mercado que orienta la tendencia de trabajo de los artistas contemporáneos a escala local?

No, y ojalá nunca sea así. El mercado por el mercado, en general, destruye la proyección artística. Los 5 años que he trabajado en NoMínimo, que es desde donde he vivido de cerca el “mercado” nacional del arte —y también el internacional—, me han demostrado que los artistas comprometidos no dejan que eso sea un aliciente. Es más, en mi caso, para ir a ferias, parte de las conversaciones con los artistas siempre tienen que ver con no mostrar nada con lo que no se sientan completamente satisfechos, que no dejen de producir lo que de verdad quieren hacer, que no se dejen llevar por ese mercado. Creo que por ese compromiso es que hemos podido alcanzar una visibilidad y un nombre internacional.

Quizás en algunos casos he percibido en ciertos artistas más jóvenes un deseo de encajar en un mercado, pero ojalá mientras vayan madurando su producción se rija por sus verdaderos intereses sensibles, humanos, políticos y sociales. Si no, la escena se va para el traste. De todos modos, la realidad es que en Ecuador no existe un mercado del arte. Sí hay un intento incipiente de coleccionismo joven de arte contemporáneo. Es un espacio en formación del que ya se ven resultados, pero falta mucho. Una colección no es una acumulación de obras, es un criterio de articular piezas que juntas signifiquen algo, que hablen de algo y esa es la responsabilidad que tiene un coleccionista. Por eso hay un gran trabajo por hacer con un nuevo coleccionismo informado, que note el gran valor cultural de estas propuestas y la necesidad de que se acoja desde sus propias decisiones de colección como un aporte nacional. No como ese coleccionismo que se dio en los ochenta, que fue nefasto.

¿También tiene que ver, como en los ochenta, con una bonanza petrolera?

No pasó lo que se dio con el boom petrolero. Luego del boom petrolero de los setenta se compraba por docenas…

Y compraban los bancos...

Muchas instituciones bancarias eran las que compraban, y se creó un mercado que destruyó la producción que se estaba haciendo. Empezaron a pedir por docenas, y los artistas que en ese tiempo tenían una producción interesante se sintieron acogidos por un mercado que les permitía vivir mejor y empezaron a repetirse, perdiendo el compromiso real que tenían en su trabajo. Se convirtieron en repetidores de imágenes, en fábricas de clichés. El boom petrolero dejó consecuencias terribles para el arte en Ecuador, porque fueron los artistas que estaban en caminos de exploraciones interesantes los primeros en acaramelar su obra para el gusto de los que compraban. También se los entiende, porque si no les compran, ¿de qué viven?, pero por eso lo necesario era tener un coleccionismo serio, que cuando haya capacidad económica e interés en comprar arte, comprendan el compromiso cultural que conlleva. Hay que aprender, conocer o por último asesorarse.

¿Como quiénes?

Después del auge del realismo social hasta los setenta, existió una producción con una búsqueda permanente hacia las vanguardias; pero a mediados de los años ochenta, empiezas a reconocerlos por aspectos especiales: una puerta, un indígena, una pata, una carita de niña feliz con flores... Tienes señas particulares que te dejan reconocer a cada uno desde ese momento en adelante. Y eso sí fue una resbaladera al lodo para el arte local, porque esos artistas tenían exploraciones potentes relacionadas a su tiempo, y las dejaron —no se vendían— para acoplarse al mercado. También creo que fue una escena muy novata en muchos sentidos, porque había iniciativas que no se concretaban o profesionalizaban. Si algo pasa ahora con el arte contemporáneo es que hay una conciencia de la profesionalización de los actores y los espacios. A nosotros nos toca diversificarnos y hacer muchas cosas a la vez.

Si ya hay propuestas, ¿qué falta para gestionar esos espacios de acuerdo con nuestros tiempos?

Mientras no haya una política clara —y no me refiero a la ley, sino a políticas y líneas de trabajo internas de cada institución— va a ser difícil que haya un norte. Por ejemplo, cuando el MAAC se estaba haciendo, había un norte clarísimo: se pensaba al museo como un gestor de pensamiento, un espacio que dialogue con el público desde otras formas de comunicar, y había una programación pensada para eso. Lamentablemente nunca se generaron políticas escritas para el futuro. Pero ahora, ver la desigualdad en la programación de muchos espacios demuestra que ese norte ya no existe, incluyendo al MAAC. Creo que las instituciones públicas tienen que generar un mayor acercamiento al público de tal nivel que lo vuelva más exigente, crítico. Ya no solo desde el sector artístico, sino desde el público, se va a apelar a una mayor calidad.

¿Con qué criterios se generarían las propuestas si no es por la calidad?

Tengo que decirlo con mucha pena: En Ecuador se ve todo el arte con una profunda complicidad. La gente se deja llevar por un nombre, por ejemplo, cuando la calidad de la muestra es deplorable. Pienso en un caso reciente en el MAAC, una retrospectiva de un artista fallecido en la que había obras destacables, pero la curaduría, el guión de la exposición, las fichas de texto y sobre todo la museografía daban tristeza. Y el público salía maravillado. Eso es culpa de la institución. La pobreza de sus propuestas genera un público conformista.

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media