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De las palabras a los hechos

Palabras y piedra suelta no tienen vuelta

Palabras y piedra suelta no tienen vuelta
17 de octubre de 2016 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

Las palabras tienen un poder muy grande. Lo que decimos puede tener más fuerza que lo que callamos, o lo que nuestras acciones se esfuerzan por demostrar. En muchas ocasiones, aquello que nuestra boca suelta ‘sin querer’ es lo que se esconde en nuestro subconsciente o lo que siente nuestro corazón. Lo que decimos, aparentemente sin pensar, es lo que nos muestra al mundo. Por eso, siempre ha sido apreciada la gente que sabe guardar silencio, que medita con cuidado sus palabras.

Lamentablemente, decir las palabras precisas en el momento preciso es una cualidad de muy pocos. En nuestra sociedad suele valorarse más al que dice exactamente lo que piensa sin considerar si sus palabras son precisas o falaces, si unen o separan. Muchos de nosotros hemos tenido que disculparnos alguna vez por lo que hemos dicho, aunque las disculpas no logren tapar el hueco que ha causado el insulto. Aquello de que ‘palabra y piedra suelta no tienen vuelta’ es muy real; los comentarios hirientes son tan fuertes como el piedrazo que destruye un vidrio.

Las palabras hirientes lo son más si vienen de una figura pública, cuyos comentarios tienen más repercusión que los de cualquier persona ‘de a pie’. Cuando el representante de un país, de una ciudad o de una comunidad, una persona que ha sido elegida por el pueblo, suelta comentarios despectivos, estos son tan fuertes como una avalancha, pues no solo dan cuenta de su pobreza sino de la del pueblo que lo ha elegido. Escuchar al alcalde de una ciudad comentar que una mujer debe dedicarse a los reinados de belleza en lugar de la política; oír decir a un concejal que una colega suya es una ‘ofrecida’; leer en un mensaje filtrado que un ministro se refiere a sus colegas como ‘mal culeadas’ o escuchar al presidente de una república comentar que una candidata debe hablar de maquillaje en lugar de economía son solo algunas pruebas de lo naturalizado que está el machismo en nuestro medio. Tan naturalizado que nuestros representantes se atreven a soltar ese tipo de comentarios con total desfachatez y ni siquiera pueden ofrecer disculpas. Claro, las disculpas los harían ‘sensibles’, menos ‘machos’, les quitarían poder.

Las palabras dan cuenta de nuestra visión del mundo y de los valores que nos han inculcado. Lamentablemente, nuestra sociedad es todavía absurdamente machista y patriarcal, y romper con esos moldes es complicado. Lo que se expresa en las palabras es el producto de mucho de lo que somos, algo así como la ‘punta del iceberg’: lo que sale a la superficie es solo una pequeña muestra de lo que pensamos y lo que sentimos. Por eso es grave, aun en tiempos progresistas y revolucionarios, seguir notando cómo se naturaliza la violencia a la mujer (y en general a las otredades) desde las palabras y los hechos.

Como mujer, estoy cansada de los comentarios machistas, de que solo se resalte la parte física que nos constituye, de que se minimicen nuestros reclamos, de que se espere de nosotras sumisión. El verdadero poder no está en soltar comentarios groseros sino en tener la capacidad de unir, lograr acuerdos, construir, con hechos y palabras, una sociedad justa y equitativa. Y una forma de comenzar a construir es reconocer los errores.

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