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De las palabras a los hechos

No solo cuentan las palabras, también los silencios

No solo cuentan las palabras, también los silencios
21 de septiembre de 2015 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

Cuando nos comunicamos solemos estar pendientes de lo que dice el otro, de sus palabras, de su tono, de sus gestos. Pero tan importante como las palabras es el silencio, y muchas veces a este no le damos la trascendencia que tiene. En realidad, lo que callamos suele expresar más de nosotros que lo que decimos.  Lo que decidimos ignorar, sobre lo que decidimos no hablar es el reflejo, en muchas ocasiones, de lo que nos asusta, nos incomoda, nos acobarda o nos cuestiona.

No es extraño que eso suceda con frecuencia en nuestra sociedad. Si se cuestiona un asunto, si se empieza a hablar de algo que incomoda, si se presentan propuestas sobre un tema trascendente y público, es muy común que se lo silencie, que se lo ignore, que se lo pase por alto, que se desvíe la atención hacia otros temas. Pero el silencio dice mucho, porque dar la espalda a lo que necesita de respuesta es demostrar cobardía, y falta de solidaridad y de humanidad.

Sobre el silencio se han dicho muchas cosas. Se habla de él también como un arte, como esa capacidad de saber callar cuando no se tiene nada bueno que decir. Recordemos esa frase coloquial tan nuestra de ‘calladito te ves más bonito’. Sí, a veces las palabras solo sirven para llenar el vacío aterrador del silencio con más vacío. Porque el silencio siempre es aterrador, por esa capacidad que tiene de enfrentarnos con nuestras verdades. Es muy difícil poner un punto final donde se debe, pues los puntos finales siempre deben estar en el lugar preciso, no antes de que acabe la historia ni después de que se haya agotado. Pero los puntos finales son necesarios, nunca equivaldrán a los puntos suspensivos del silencio.

Es importante que ahora empecemos a hablar de las cosas que necesitan respuestas, no quedarnos callados ante las injusticias, ante los silenciamientos (obligados o esbirros). Es mejor decir lo que se piensa antes que ser cómplice de aquello con lo que no estamos de acuerdo, por comodidad o por miedo. Eso sí, pensemos muy bien en lo que decimos, en cómo lo decimos, para que luego las pausas tengan sentido y se conviertan en un trampolín para la propuesta. Hay una frase de Gandhi que me gusta mucho: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”. No otorguemos al callar, si es necesario alzar la voz, alcémosla, pero que sea para decir algo que construya, no para alimentar la necedad.

Recordemos que, en la naturaleza como en la vida, la calma chicha es la más peligrosa, porque es ese silencio que antecede a la tormenta; que pretende tranquilizar, hacer que olvidemos lo inexorable para luego desatar la furia y la devastación. Por eso, atendamos no solo a las palabras sino también al silencio.

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