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Diálogo

«Matar a los padres-ya es una mala costumbre»

«Matar a los padres-ya es una mala costumbre»
14 de noviembre de 2016 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo. Poeta e historiador

El pasado 1 de noviembre falleció el poeta peruano Rodolfo Hinostroza. Ganador en 1972 del Premio Maldoror de Poesía y del Juan Rulfo de narrativa breve, Hinostroza publicó libros como el poemario Memorial de Casa Grande (2005) o la novela Fata Morgana (1994). La obra de este autor refleja con nitidez el espíritu de su tiempo.

En 2014, Hinostroza estuvo de visita en Guayaquil para participar en el festival Desembarco Poético. Aquí compartimos una conversación que sostuvo entonces con el poeta e historiador guayaquileño Ángel Emilio Hidalgo.

Usted es poeta, cocinero y astrólogo. ¿Se le alinean los astros cuando «cocina» un poema?

Antiguamente, las recetas de cocina se escribían en verso, los astrólogos, como las Pitias, emitían sus profecías en verso. Nostradamus escribió sus célebres Centurias en cuartetas rimadas, de manera que no hay nada extraordinario en que un poeta sea astrólogo y también cocinero, porque yo no hago sino continuar la tradición. Pero como yo tengo la inclinación a tomarme todo en serio, menos el humor, me convertí en un profesional de la astrología, y viví muchos años de ella. Mi primer libro sobre el tema, publicado en España por la editorial Barral, El Sistema Astrológico, fue best seller en 1973, con más de 100 mil  ejemplares vendidos, y mi empresa de astrología computarizada, Astrocentro, la primera que se creó en nuestra lengua, vendió varias decenas de miles de horóscopos, durante la década de los ochenta, en Lima.

En cuanto a la cocina, fui crítico gastronómico en diversos medios por muchos años, tuve dos revistas, un programa de radio sobre el tema, un restaurante de nueva cocina peruana que se llamó El Mono Verde, y publiqué en 2005 Primicias de cocina  peruana, en Everest de Madrid, que ganó tres importantes premios internacionales, y consolidó la revolución gastronómica peruana que yo había visto nacer y divulgado durante un cuarto de siglo. Tuve el raro honor de bautizar a esa extraordinaria cocina emergente, exquisita fusión de la cocina criolla con la japonesa, la misma que ahora se conoce como Cocina Nikkei.

Usted irrumpió en la década de los sesenta y formó parte de una generación que se conmovió por la Revolución cubana. ¿Cómo era la poesía peruana cuando Rodolfo Hinostroza apareció en escena?

Era demasiado hispanizante para mi gusto. La saludable ola del surrealismo ya casi había pasado, y ahora irrumpía, con el  inmenso Cholo Vallejo a la cabeza y su Himno a los voluntarios de la República, la poesía española. Entraba por la puerta grande, muy fuertemente alentada por un generoso programa de becas para universidades españolas, de manera que muchos de los poetas de la generación del 50 habían regresado de España definitivamente hispanizados. Poetas mediocres como Marcos Ana, Blas de Otero o Gabriel Celaya, pero que eran militantes comunistas y antifranquistas, venían a influir en nuestra poesía, mezclados con relentes de Federico García Lorca, Miguel Hernández, León Felipe y hasta Jorge Guillén entraba en la colada, con Vicente Aleixandre además, o sea que había para todos los gustos en el hispánico menú que se nos ofrecía.

Sus dos primeros libros, Consejero del lobo (1965) y Contranatura (1971), fueron inmediatamente aceptados por la crítica. Sin embargo, usted dejó de publicar poesía por casi cuarenta años. ¿Cuáles fueron las razones de ese silencio?

Las mismas que usted ha señalado: fueron tan bien aceptados, que antes de cumplir los 30 años me hice internacionalmente famoso al ganar el Premio Maldoror, que por entonces era lo máximo, y mi poesía se difundió en todo el ámbito de nuestra lengua, cosa que pocos poetas peruanos habían logrado hasta entonces, pues yo era el primero que se ganaba un importante premio europeo. Y yo solo tenía 29 años, aunque ya no tuviera nada más que decir en poesía por muchos años.

¿Qué iba a hacer entonces? ¿Iba a quedarme sentado esperando a que volviera «la diosa ambarina», como la llama Emilio Adolfo Westphalen?

Preferí dedicarme a cultivar la prosa, durante muchos años, hasta lograr dominarla, y así poder escribir cuentos, novelas, ensayos, crónicas, y hasta teatro, que me costó Dios y su ayuda. Y al cabo de casi cuarenta años de silencio poético, terminé haciendo una obra que abarca todos los géneros literarios; dos libros de cuentos, dos novelas, cuatro piezas de teatro, dos ensayos, un libro de crónicas, cuatro libros de poemas y varios libros inéditos que ya iré publicando.

Si hacemos un mapeo de la actual poesía peruana, ¿qué nombres y proyectos considera memorables?

La verdad es que no estoy muy al corriente de la poesía joven, pues en el Perú las generaciones poéticas se cuentan de década en década. Es decir que en los últimos cuarenta años han aparecido cuatro de ellas, y cada una tiene decenas de autores… Solo me vienen a la mente algunos poetas amigos, como Enrique Verástegui, Carmen Ollé, Vladimir Herrera, Domingo de Ramos, Víctor Ruiz Velazco, Cecilia Podestá, Miguel Ildefonso, Mario Pera, pero desde luego hay muchos más.

Algunos críticos sostienen que su poesía puede ser catalogada de «vanguardia». Si, como dice Octavio Paz, la modernidad lírica en América Latina instauró desde sus inicios una «tradición de la ruptura», ¿piensa usted que este sería un rasgo general para la poesía que se escribe en nuestro continente?

Sí, estoy de acuerdo, pero no hay que exagerar con las rupturas, porque a veces se usan para que los jóvenes poetas se promocionen, «matando a los padres», cosa que ya se está convirtiendo en una mala costumbre.

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