Los estereotipos son ideas preconcebidas que se asientan en los imaginarios de las sociedades hasta convertirse en verdades inmutables. Estamos llenos de estereotipos y los adoptamos porque quizá se trata de ideas sobre las que no hay mucho que pensar, están ahí desde siempre y desmontarlos constituye un ejercicio de pensamiento complejo que no se considera necesario. Tal vez todo lo que haya escrito hasta aquí es, en sí mismo, un estereotipo de los estereotipos, pero lo cierto es que están ahí, reforzándose en cada valla publicitaria, en cada noticia, en cada programa de televisión, en cada intervención política. No caer en ellos es complicado, porque son fórmulas que sirven para simplificar las realidades complejas y para naturalizar aquello que, como sociedad, nos negamos a cambiar.

Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en la fijación de estas ideas preconcebidas. Es tan común y natural esto que, sin darnos cuenta, de pronto, estamos repitiendo hasta el cansancio el estereotipo hasta que asumimos lo que representa como normal. Ahora que estamos en los Juegos Olímpicos, saltan en la prensa varias de estas imágenes. Más de un medio de comunicación ha publicado notas sobre las caras bonitas de las competencias. Aquí se ven varios estereotipos, empezando por una construcción de belleza universal, un molde en el que todos los humanos debemos calzar. Se asume como natural que un cuerpo ‘perfecto’ es aquel con músculos perfilados, carente de grasa, con ciertas medidas y características, imposible para quienes no tienen el tiempo ni la vocación para el deporte, o cuentan con otras características genéticas.

Algo que también se convierte en natural en estos Juegos es el contraste en el pobre y el rico. Son innumerables las fotografías que muestran cómo es la otra realidad de los Juegos, y se la titula como aquella ‘que los medios no muestran’, cuando todos lo hacen, más que como un mecanismo de llamar la atención sobre la realidad, como una manera de naturalizar la brecha. Llega a ser tan común mostrar la pobreza desde lo folclórico o lo exótico, que nos acostumbramos a que esté ahí, es más, el asunto es tan triste que se vuelve necesaria para establecer el contraste, para lograr la ‘nota de color’, para mantener el statu quo.

El machismo también se naturaliza en este tipo de eventos. Por ejemplo, cuando empezaron las Olimpiadas leí una nota sobre una nadadora cuyo entrenador era su esposo. En ninguna parte de la nota se hablaba de los méritos de ella para lograr la medalla, sino solo del excelente entrenamiento que había tenido. Incluso, se referían a ella como ‘la mujer’ del entrenador. Y esta no es una nota que salga de la norma de lo que leemos a diario o de lo que vemos en la televisión o en internet. Y lo que leemos y vemos, aquello que ‘consumimos’, es lo que va marcando nuestra forma de ver el mundo y como reaccionamos ante él.

Es muy importante la labor de los medios en este aspecto, pues es necesario empezar a desnaturalizar aquello que parece tan normal y es tan violento. También, desde la educación, deben buscarse mecanismos para no repetir los estereotipos, educar a lectores de la realidad capaces de enfrentarse con ella, de cuestionarla, de buscar un más allá. Solo así lograremos crecer como sociedad y conseguir la paz y la igualdad que tanto nos hacen falta.