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De las palabras a los hechos

Los diccionarios: una historia de amor

Los diccionarios: una historia de amor
13 de octubre de 2014 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

Hoy no voy a hablar precisamente de lengua, o sí. Hoy voy a hablar de una historia de amor: mi historia de amor con los diccionarios.

Y me perdonarán que hoy me ponga romántica. Para mí los diccionarios nunca fueron ese libro aburrido y pesadísimo que tenía que llevar en la mochila por obligación. Ni ese libro escrito en chino que ‘vomitaba’ cosas ininteligibles como ‘adj.’, ‘tr.’, ‘v.’, ‘Ec.’ y otras más. No, para mí el diccionario, cualquier diccionario, siempre fue una puerta magnífica al descubrimiento. Mis padres tuvieron el acierto de enviarme siempre al diccionario cada vez que les preguntaba sobre el significado de una palabra. A veces, es cierto, no entendía muy bien las acepciones de este libro gigantesco; pero era el momento de jugar y de seguir descifrando los significados hasta encontrarlos.

Fue gracias a los diccionarios que me enamoré de las palabras, que descubrí que cima y sima no eran lo mismo, o que uno no podía, por nada del mundo, rebelar una fotografía. En fin, mi historia con los diccionarios siempre fue una historia de amor y de complicidad.

Llegó también ese momento, como en algunas historias de amor, en que te das cuenta de que el otro no te basta, de que no tiene todas las respuestas ni todas las palabras; sin embargo, ahí comprendes que los diccionarios te han regalado algo más: la maravillosa potestad de definir. A veces pensamos que si una palabra no está en el diccionario no existe, pero no entendemos que en muchas ocasiones los diccionarios no se mueven al mismo ritmo que la lengua; que detrás de ellos suele haber un minúsculo grupo de lexicógrafos (sí, así se llama a las personas que escriben diccionarios) que no alcanza a batirse con la vorágine de la lengua. No obstante, gracias a que los diccionarios, con su ejemplo, nos han regalado esa maravillosa potestad de definir, podemos explicar cada palabra y darle así un espacio en nuestro idioma y en nuestra cotidianidad.

Los diccionarios nos sirven también como guardianes de nuestra historia, pues muchas veces es a través de la lengua que nos vamos descubriendo, que crecemos, que avanzamos.

Los diccionarios no pueden dejar de lado esas palabras que en la actualidad nos definen, como, por ejemplo, aquellas que tienen que ver con la tecnología. También están ahí para recordarnos de dónde venimos, para dar cuenta de nuestras raíces. En el caso de nuestra variante ecuatoriana los diccionarios registran nuestro pasado indígena y también nuestra realidad mestiza. El diccionario no es, entonces, ese libro pesadísimo que los estudiantes llevan en las mochilas, ni ese libro empolvado que se apila en los libreros junto a otros para insinuar que somos ‘cultos’. No.

Los diccionarios son esos libros maravillosos que nos muestran el mundo, que nos ayudan a definir nuestras realidades, que nos llevan a transitar por caminos nuevos y alucinantes. Los diccionarios son esto y más. Entonces, ¿cómo no amarlos?

 

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