Últimamente hemos oído hablar sobre lo importante que es el cambio de la matriz productiva en nuestro país. Según la Senplades, este cambio “implica el paso de un patrón de especialización primario exportador y extractivista a uno que privilegie la producción diversificada, ecoeficiente y con mayor valor agregado, así como los servicios basados en la economía del conocimiento y la biodiversidad”. Para lograr este cambio de patrón se han establecido algunos objetivos, dentro de los cuales está el impulso del conocimiento científico; y para alcanzarlo, se han establecido áreas prioritarias dentro de la educación superior, relacionadas con la ciencia y la tecnología.

Se preguntarán por qué topo en mi columna sobre lenguaje el tema de la matriz productiva. Llama la atención que en ninguno de los documentos que hablan sobre la educación para lograr el cambio de matriz se mencione al lenguaje como un eje transversal. Es verdad que sería mucho pedir (porque aquí lo que importa es que el conocimiento aporte bienes de consumo que generen ganancias al país) que las ciencias del lenguaje se convirtieran en áreas prioritarias de la educación, pero es sorprendente la poca importancia que se les da dentro de las políticas públicas. De hecho, como ya mencioné en alguna columna, ni en la Ley Orgánica de Comunicación encontramos una sola línea acerca de la importancia de comunicar las ideas con corrección idiomática.

Si bien las ciencias del lenguaje no pueden equipararse a las ‘prioritarias’ para el desarrollo de una nueva matriz productiva, es muy importante considerar que sin ellas esta matriz no va a llegar muy lejos. ¿Qué ganamos con tener mentes geniales que sepan desarrollar tecnologías innovadoras si estas no pueden plasmar sus conocimientos de una manera competente en un artículo científico digno de una revista indexada? ¿Cuál es la ventaja de generar conocimientos que dejen en alto a nuestro país si no se pueden comunicar adecuadamente? Tal vez parezca alarmista y exagerada, pero me parece que dentro de estos cambios debe considerarse la importancia de enseñar a nuestros estudiantes y a nuestros científicos a comunicar sus ideas coherentemente, a hablar con claridad y corrección, a escribir ideas claras y concisas.

Ningún cambio estructural de la sociedad puede lograrse si no consideramos al lenguaje como un eje transversal. Es muy importante que dentro de la formación del talento humano se impulsen políticas que condicionen la publicación de artículos o documentos a un nivel de comunicación de excelencia. ¿Por qué no contamos, por ejemplo, con un manual de estilo que regule la presentación de artículos o de propuestas tecnológicas? ¿Por qué no priorizamos también la formación de buenos comunicadores, buenos correctores, buenos maestros de lengua? ¿Cuándo consideraremos al lenguaje como parte de ese ‘valor agregado’ del que tanto se habla?

Dejo, como botella al mar, estas preguntas y reflexiones de viejita filática, con la esperanza de que algún día se plasmen en políticas concretas.