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El Telégrafo
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LEILA GUERRIERO: ‘Mi compromiso es con la historia’

LEILA GUERRIERO: ‘Mi compromiso es con la historia’
19 de agosto de 2013 - 00:00

Tras la aparición de su reciente libro Plano Americano, la cronista Leila Guerriero se constituye en una de las figuras principales del género no-ficción en el continente. Su compromiso con la escritura la lleva a transitar por una serie de puntos de vista alrededor del oficio del periodista, así como del panorama actual que vive la crónica en nuestro continente.

La crónica es también la unión de varios elementos: testimonio, reportería, contexto histórico, etc. ¿Cuál es la labor del lenguaje como medio y terreno sobre el que se plantea esa unidad?
Creo que el trabajo con las palabras es parte básica de la crónica. Siempre me estoy preguntando cuando termino  un texto, si a cada una de las frases las he escrito de una manera que resulte interesante y que ayude al lector a entender el impacto que me produjo esa realidad que estoy contando. Ahora, creo y sé que sin reporteo no hay historia. Es decir, el lenguaje solo, por su belleza, no se sostiene. El lenguaje tiene que estar al servicio de la transmisión informativa. Yo me detengo mucho en su uso, en escoger cada palabra, por eso también soy lenta. Siempre pienso en términos que sean claros para el lector, y, por otro lado, pienso que uno no debe subestimar al lector. El lenguaje tiene que ver con el clima, el tono del texto, esas son partes fundamentales de la información. Si quieres marcar el texto con un clima amenazante, lo más torpe que puedes hacer es decir: “y todo eso era una situación amenazante”. Tienes que reconstruir todo lo vivido tratando de convertirte en los ojos, los oídos del lector. Si el trabajo con la palabra es sutil, no debería notarse. Si el idioma se nota mucho, si está muy por delante, ahí siento un peligro. Deberíamos siempre tener las riendas de ello y no estar diciéndole siempre al lector: “mira que bien escribo, mira lo que puedo hacer”.

Ser los ojos y los oídos del lector y tener la capacidad para la utilización del lenguaje es también un ejercicio de poder. ¿Desde tu postura como comunicadora, hacia dónde está —si es que está— orientado ese poder en el trabajo de la crónica?
Yo no sé si vivo ese ejercicio del poder. Creo que si hay algo que está alejado de la idea de poder es la crónica.  Siempre ha estado en un lugar de  marginalidad. Lo que le interesa a la mayoría de la gente es la noticia inmediata. Un cronista es un tipo que llega tarde a todas partes, a trabajar un tema extraño, cuya importancia no será sencillamente aceptada por el editor para su publicación. Somos tipos que le echamos el ojo a cosas que parecieran de poco interés para la gente. Desde ahí, me gusta pensar en el poder del hechizo que tiene la crónica, en el sentido de mostrar un mundo desconocido e invitar al lector a compartirlo. Decirle: “¡Mire esto!, ¡qué común, pero qué maravilloso!”.

¿El cronista entonces encarnaría un contrapoder frente a lo mediático?
 Sí. Van contra la corriente, contra los tiempos: todo más rápido, todo más urgente, y nosotros vamos cada vez más lento.

Esa urgencia por la información que vivimos en la actualidad deja por fuera algunas características que resaltan, en cambio, en la crónica. Pienso en la curiosidad, por ejemplo. ¿Esa actitud inmediata para producir información es también una forma de influenciar en lo que recibimos e imaginamos?
A mí me parece que el género de la noticia es muy necesario porque si no, cómo vas a enterarte de las cosas. Yo admiro mucho a  la gente capaz de hacer una buena noticia con poco tiempo. Pero ese es también el terreno en que se comenten más tropelías: fueron públicos y notorios los errores, como los cometidos por El País con la foto de Chávez. Esa necesidad de querer mostrar hasta la última frontera del horror, también lleva a los periódicos a meter patas considerables, reconocidas después, pero bueno, las patas están ahí, metidas de todos modos. El hecho de tener que responder a cierta urgencia o no, depende del talento que tenga un periodista, del apego que tenga con su oficio y de las ganas para no salir por lo más fácil. Yo creo que siempre está la queja de que tenemos poco tiempo para elaborar los textos. Conozco a periodistas que siempre lo hacen muy bien, a pesar de tener presión de sus editores, y también conozco muy buenos editores, azuzados por los dueños de los diarios o revistas, que aguantan a que un buen trabajo esté listo para difundirlo. Si la marca de la época es la urgencia, no debemos perder la posibilidad de darle al texto una mirada reposada. Que la urgencia no se trague la curiosidad.

“Me parece que uno no es como periodista distinto a lo que es como persona...”.Recordabas la frase: “Bien vivió quien permaneció oculto”. La crónica en sustancia, es la visibilidad de lo oculto. ¿Qué tanto aporte genera eso para la historia en principio, y para el contexto social, a continuación?
No me gusta hacerme cargo de lo que le pasa al lector con esas cosas. Sé que el periodismo tiene una función social, pero la función que más me gusta frente a lo que hago es la función de contar historias. No hago periodismo para salvar al mundo. Si como consecuencia de contar historias pasa algo, alguien toma conciencia o se abre ante su cabeza un universo de posibilidades distintas, me parece saludable, y quizá  en ese sentido me gusta pensar el efecto de las cosas que yo hago. Uno como periodista puede llegar a mostrarle a alguien, a lo mejor un costado nuevo de una realidad que tenía naturalizada, que no lo veía y que nunca se le había ocurrido pensarlo. Por ahí sí funciona el periodismo como el ejercicio de ir en contracorriente. No dejar que un lector salga de un texto tal como entró.

¿Ese ejercicio de contar historias, encuentra alguna referencia en la ética del periodista? Es decir ¿hay distinción entre lo que se puede contar y lo que no?
Supongo, pero a mí la palabra ética me da mucho repelús, como que uno cuando saca la palabra ética del bolsillo parece que fuera un adalid de cosas, y yo creo que todos hemos hecho cosas que están bien o no. Me parece que uno no es como periodista distinto a lo que es como persona. Uno se lleva a sí mismo todo el tiempo, y está dispuesto a hacer o no hacer las cosas todo el tiempo, cada uno lleva la vara de su propia medida. Por supuesto, hay manuales y cursos de ética periodística. Yo me he manejado más bien con el sentido común: no le hagas a otro lo que no quieres que te hagan. En esa línea, la ética me parece una palabra enorme para aplicarle a un oficio tan abrazado con las emociones humanas como el periodismo. Todo el tiempo el oficio te está poniendo contra las cuerdas. Yo tengo claro que cuando escribo mi compromiso es con la historia, no con la gente. Agradezco que me hayan contado sus historias, pero también sé que toda esa gente es adulta, que sabe que está frente a una periodista y que sabe y asume que uno no va a escribir una biografía elogiosa que podrían escribir ellos sobre sí mismos. Siempre hay una mirada extraña, la mirada del periodista. Como cuando te sacan una foto, a veces no te reconoces. Sobre esa base me animo a ser lo más honesta posible con la historia.

Resolver ese compromiso es también poner en práctica todas las herramientas con que el cronista cuenta a la hora del trabajo. Poesía y narrativa, por ejemplo. ¿Cuánto le aportan la lectura de material no periodístico al trabajo del comunicador?
Mucho. Uno primero es lector y después escribe. Es raro que alguien escriba sin haber leído antes. La lectura es la herramienta básica para formar tu propia caja de herramientas. Funciona como una gran escuela y una gran inspiración, si descubres a un narrador difícil, por ejemplo, puedes imponerte una labor igual de difícil. Un periodista cuando más lee, cuando más va al cine, cuando más se enriquece, puede enriquecer más sus textos. Hacer reporteo no es solo investigar la historia de la persona, sino hacer dialogar esa historia con otros recursos: la tragedia griega, la historia de Napoleón Bonaparte, por ejemplo. Uno tiene que tener un bagaje cultural, que suena tan horrible como andar cargando un baúl a todas partes, pero así vas a ser un periodista capaz de establecer más nexos comunicativos si cuentas con esos recursos como si no.

“Sé que el periodismo tiene una función social, pero la función que más me gusta frente a lo que hago es la función de contar historias...”.Esa riqueza cultural del cronista ha producido trabajos determinantes para reflejar la vida en distintos espacios del mundo. Sin embargo, estos, por mucho tiempo, han permanecido al margen, en revistas y publicaciones escasas. Ahora se habla de un “boom” de la crónica, en especial, de la que se hace en Latinoamérica. ¿Crees que esto es así? ¿Hay un punto de inflexión en el que se identifique ese cambio?
Yo dudo mucho que haya más espacios ahora. Si lo miras en perspectiva, hace 15 años, sin duda hay más cosas, pero estamos lejos de un momento amplio. Los diarios y revistas siguen viendo complicado hacerse un espacio para la crónica. Hay una generación de periodistas, posterior a la mía, que tiene más entusiasmo, ven por lo menos que el único periodismo posible no es el inmediato, ven a la crónica como una posibilidad. No digo que este sea mejor que los otros géneros, pero es bueno que tengan la alternativa.  Hay mucho entusiasmo, pero  también es muy riesgoso porque de pronto la gente cree que el único periodismo posible es la crónica. Es como si de pronto, mañana todos los médicos quisieran ser cardiólogos. Me parece que las revistas que estaban hace quince años son las mismas que están ahora, dos o tres más, y algunos dominicales. En el tema de libros y antologías, es verdad, pero no sé cuánto durará. Ahora, si hay un punto de inflexión sobre este mayor espacio de difusión, puede estar entre las revistas, que crearon un tipo de escritor y lector, con un trabajo sostenido de hace 15 años, y el trabajo de la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) a cargo de García Márquez. El hecho de que personajes representativos de la crónica como Caparrós, Villoro, Guillermoprieto, dieran talleres, explica en algo la aparición de nuevas referencias. Para mi generación, estas estaban determinadas por los escritores norteamericanos. Ahora hay una variedad amplia en lo que se lee. También hay un trabajo de redes de periodistas que permiten publicar y difundir más allá de las fronteras y en otros soportes.
 
La aparición de nuevos formatos para la crónica (libros, e-book, etc.) hablan también de una apuesta mercantil alrededor de su difusión. Las antologías recientemente publicadas, muestran una generalidad en lo que cuentan: historias marginales, de pobreza, de abandono. Si eso es lo que vende ¿no estaríamos en riesgo de que el mercado determine, de algún modo, lo que la crónica tiene que reflejar?
Las editoriales no son empresas de beneficencia pública. Si les interesa hacer esto es porque responden a algo. A una tendencia. No creo que este sea un género masivo, más bien parece un fenómeno de nicho. Las editoriales encuentran un nicho y tratan de saciarlo. Hay temas de los que se ocupa la crónica y otros que son deudas enormes, las historias que no son tragedia, por ejemplo. Mi próximo libro, titulado Una historia sencilla, cuenta la épica de un hombre común. Cuando me propuse hacerlo, la pregunta base fue: ¿qué pasa cuando no hay muertos, no hay tragedia, cuando no hay pobreza, una pobreza humilde y no marginal, cuando no hay tóxicos de por medio?, cuando no hay nada de eso, ¿no hay historia? Esa es una apuesta.
Creo que sí se corre un riesgo, pues, si bien estos temas como pobreza, violencia  son necesarios en este continente tan convulsionado por eso, contando solo eso aportamos a la imagen folclórica que se ha generado desde Europa y Estados Unidos sobre Latinoamérica: gente pobre, marginal, drogadicta, etc. No se puede tener otra imagen si todo el tiempo estamos contando esa que, en efecto, representa un 70% de lo que sucede, pero descuidamos el 30% restante.

PERFIL

Leila Guerriero: nació en Junín, Argentina, en 1967. Se inició en el periodismo en 1992 como redactora de Página/30. Lleva publicados tres libros de crónica, entre ellos: Los suicidas del fin del mundo (2005), Frutos extraños (2009) y Plano Americano (2013). Una historia sencilla, es el título de su próxima publicación.

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