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De las palabras a los hechos

Las malas palabras

Las malas palabras
02 de febrero de 2015 - 08:34 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

Cuando estaba en primer grado, mi profesora de ese entonces me dijo una vez que yo era comedida, porque era de esas niñas que quería participar en todo. Ser comedida no es malo, pero mi profesora lo dijo de tan mala manera que me sentí muy ofendida y estuve durante casi todo el año lectivo segura de que comedida era una mala palabra. Después descubrí lo que significaba y entendí que en realidad la profe nunca me insultó, pero aun ahora, treinta años después, prefiero no tachar a nadie de comedido.

Seguramente ustedes, queridos lectores, también tendrán alguna anécdota relacionada con lo insultantes que pueden ser ciertas palabras, esas a las que llamamos ‘malas’, ‘de grueso calibre’, ‘malsonantes’, ‘groseras’, ‘palabrotas’, ‘palabros’, etc. Pero ¿en realidad las palabras, por sí mismas, son malas? O ¿somos nosotros, los hablantes, quienes les damos ese matiz? Yo creo que en realidad es más lo segundo, las palabras adquieren el significado que quienes las usan les quieren dar.

La RAE define a palabrota como “dicho ofensivo, indecente o grosero”, mientras María Moliner nos dice que una palabra malsonante es una “palabra sucia, inconveniente o grosera”. Como vemos, las pobres palabrotas malsonantes reciben también insultos al ser definidas.

Hay palabras que siempre han sido tomadas como ‘malas’ porque nos remiten a aquello que resulta inconveniente o innombrable, a lo tabú, como ‘puta’, a la que ahora se sataniza tanto, o aquellas que se refieren a los órganos sexuales, como ‘verga’ o ‘chucha’ (perdonen si les ofendo al escribirlas, tomen en cuenta que lo hago con fines académicos). A esta última, Alfonso Cordero Palacios, en el Léxico de vulgarismos azuayos, la define como “nombre repugnante con el que designa el vulgo más bajo y grosero a las partes genitales de la mujer. Equivale, pues, al castizo ‘circa". La obra fue escrita en 1957, pero esta definición nos dice mucho incluso ahora: la palabra es repugnante, pero ‘lo castizo", no.

Es verdad que hay muchas palabras que no suenan bien, que nos insultan, que nos hieren, pero muchas veces lo hacen porque nosotros mismos les damos esa potestad (incluso históricamente). De hecho, en varias ocasiones, usar eufemismos ‘castizos’ o comentarios irónicos es mucho más hiriente y ofensivo que el uso de una palabra ‘subida de tono’.

Las palabras, como vemos, solo tienen el sentido que queremos darles. Ellas no son las malas, solo están ahí para ayudarnos a nombrar las cosas. Lo que las hace ‘malas’ son los tonos que usamos, el contexto que les damos, el veneno del que las dotamos.

Espero no haber ofendido a nadie con este ‘comedimiento’.

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