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La nave de los locos de hoy: la frontera más física de la historia

La nave de los locos de hoy: la frontera más física de la historia
Foto: Edu León / Cortesía
16 de junio de 2018 - 00:00 - María Fernanda Ampuero. Escritora

Tienes que entenderlo, nadie pone a su hijo en un barco salvo que el agua sea más segura que la tierra.
Warsan Shire

La nave de los necios (también conocida como La nave de los locos o Stultifera navis) es una obra satírica y moralista que se publicó en 1494 y en ella su autor, el teólogo, jurista y humanista conservador Sebastian Brand, describió a ciento once individuos que representaban una falta o un pecado a bordo de un barco destinado a llevar a gente como ellos hacia un lugar conocido como «la tierra de los tontos» (en el alemán original, Narragonia). Condenados a vagar en el mar sin poder atracar en ningún puerto, aquellos locos de los que hablaba Brand podrían —según algunos investigadores— no ser exactamente producto de una leyenda medieval.

Michel Foucault, en su tesis Historia de la locura en época clásica (1961), menciona la existencia de barcos que transportaban a los enfermos mentales de un lugar a otro.

Durante siglos, una parte de los llamados dementes o insensatos —sobre todo aquellos que eran más conflictivos—, es decir, todo aquel que representaba una amenaza para el «bien común», fue exiliado de las ciudades y obligado a vagar por los alrededores despoblados. También se los metía en barcos para su traslado al destierro.

En el Renacimiento, las naves de locos se convirtieron en un símbolo. Se pensaba que el agua, elemento purificador, tenía la capacidad de purgar el alma del enfermo. El mar, por su parte, representaba una cárcel colosal e infinita de la que el preso no podía escapar. Siempre a la deriva, en medio de ningún lugar, náufragos de todo, se veían abocados a un destino perverso.
Ahora pasemos a la vida real, al año 2018.

Esta semana se ha vivido en Europa uno de los tira y hala más asquerosos de la historia contemporánea. La noche del sábado al domingo, un barco humanitario llamado Aquarius rescató en alta mar a más de seiscientas personas —entre ellas, siete mujeres embarazadas, varios bebés y 123 niños que no iban acompañados por sus padres— de nacionalidades africanas —Sierra Leona, Senegal, Argelia, Sudán…— que hacían esa feroz travesía de Libia hacia costas europeas en enclenques lanchas que —por supuesto— no resistieron.

Gente aterrorizada, hambrienta, extenuada y helada de frío subió al barco de la ONG pensando que ya —por fin— estaban a salvo. Pues se equivocaban.

Mateo Salvini, ministro de Interior de Italia, antiinmigrante y líder del partido xenófobo Liga, dijo que a su país esa gente no entraría. Lo mismo hizo Malta. Aunque la ley del mar estipule que los rescatados deben ir al puerto más cercano y ese puerto debe recibirlos, aunque son seres humanos y aunque sea increíble tener que recalcarlo, dijeron no: ellos no son nuestro problema.
Parados en aguas internacionales, agua de nadie, el Aquarius y sus tripulantes se quedaron flotando ahí, como basura.

Ante la negativa de los otros países europeos, el lunes el nuevo presidente español, el socialista Pedro Sánchez, ofreció que los rescatados atracaran en Valencia. Mientras escribo esto, la nave de los locos del siglo XXI está viajando a España. Ellos han tenido la suerte que no tuvieron las casi ochocientas personas que han muerto en el mar por intentar llegar a Europa en lo que va del año. Llegar es solo el principio, lo sabe todo el pobre que ha emigrado —los ricos no se llaman inmigrantes—. En tierra los espera una marea de intolerancia y racismo tan peligrosa, tan inmensa, como el mar.

Las que atraviesan el Mediterráneo, por supuesto, no son las únicas naves de los locos. Es un mundo de mierda. A pie, igual de extenuados, igual de desesperados, llegan esos otros «necios» que huyen del hambre y la muerte en Venezuela para encontrarse con que nuestro país, como Italia o Malta, les dicen que no. Un periplo espantoso que termina en una frontera cerrada.

¿Se imaginan? De verdad, ¿se lo imaginan? Seguro que sí: hace apenas veinte años quienes viajábamos en ese barco, la nave de los locos, éramos nosotros. (I)

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