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De las palabras a los hechos

La diversidad y la escucha

La diversidad y la escucha
09 de mayo de 2016 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

En todas nuestras situaciones cotidianas nos enfrentamos con diversos tipos de discursos, desde los educativos, hasta los políticos, pasando por los publicitarios o los mediáticos. Muchas veces, estas diversas maneras en que un ‘alguien’ nos habla pasan inadvertidas, en otras son demasiado obvias; pueden exigirnos una retroalimentación o ser unidireccionales, o, dependiendo de nuestra predisposición, cuestionarnos o dejarnos indiferentes. Todo a nuestro alrededor nos habla y nosotros, como sujetos, somos también enunciadores de discursos. Estos discursos no tienen que ver exclusivamente con el habla o con la comunicación escrita, de hecho, en la mayoría de ocasiones, dice mucho más lo que mostramos con nuestros gestos o nuestros silencios que lo que decimos, e incluso lo dicho da muchas más señales de las que pensamos.

Cuando enunciamos un discurso no solo se pone en juego lo que decimos, las palabras que emitimos, sino que se activa una cadena de codificaciones y decodificaciones. Por eso, los discursos no tienen el mismo efecto en todos los receptores. Como sabemos, el esquema tradicional de la comunicación está determinado por el siguiente proceso: un emisor que envía un mensaje a un receptor a través de un canal, con un código determinado, y para que este mensaje llegue de manera adecuada tanto emisor como receptor deben contar con un mismo referente. Este esquema parece muy sencillo a simple vista, pero no siempre es tan fácil lograr una comunicación tan perfecta y armoniosa entre el emisor y el receptor. Entre ambos puede abrirse un abismo que está determinado por innumerables factores, que tienen que ver con ciertas competencias y realidades.

Por ejemplo, puede ocurrir que el emisor y el receptor no compartan las mismas competencias lingüísticas, es decir, puede que manejen, en apariencia, el mismo idioma, pero no tengan herramientas similares que permitan decodificarlo. Estas competencias pueden ser determinadas por características como el lugar de procedencia del emisor y el receptor, por la edad, su modo de expresarse, etc. O también puede darse el caso de que ambos no compartan las mismas competencias ideológicas, es decir, que tengan una visión de mundo distinta, o saberes enciclopédicos diferentes, estos pueden determinar que el mensaje se decodifique de una manera distinta.

También se encuentran dentro de estos factores cuestiones paralingüísticas, es decir, que se encuentran más allá de la lengua, como la proxémica, los gestos, la entonación que se usa e incluso aquello que no se dice. Si el receptor no puede decodificar adecuadamente el mensaje que le ha enviado el emisor, es complicado que pueda responder de la manera en que este espera que lo haga; así, el mensaje puede llegar o ser recibido de una forma sesgada e ineficaz. Por estas razones pueden ocurrir errores de interpretación que pueden romper el circuito de la comunicación.

Este modelo de comunicación se complejiza un poco cuando nos enfrentamos a la diversidad de discursos a los que nos vemos abocados. Muchas veces, como receptores, no somos capaces de decodificar aquello que el emisor nos quiere decir, sobre todo si las intenciones de este, las reglas del juego, no quedan claras desde el principio, o nuestras expectativas son distintas a las del emisor. En estos casos, es necesario buscar maneras de comprobar que la comunicación esté siendo correctamente transmitida, es decir, comunicarse de verdad, escuchar al otro. Esa puede ser una clave.

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