Durante estas semanas que han pasado después del trágico terremoto del 16 de abril, hemos visto varios tipos de discurso a raíz de este hecho catastrófico. Fue impresionante cómo, casi en seguida de que ocurriera el terremoto, la gente empezó a unirse y formar cadenas que permitieran hacer llegar una ayuda urgente y solidaria a nuestros hermanos que lo perdieron todo. Parecía que al fin los medios de comunicación y las redes sociales habían convenido en una agenda que, sin dejar de lado la dimensión de la tragedia, daba paso a las convocatorias ciudadanas. Ecuador se unió como nunca antes se había unido, con la mira puesta en la ayuda y la solidaridad. Sin embargo, con el pasar de los días, hemos visto cómo las noticias se han ido volcando hacia un escenario de confrontación y de odio que no tiene cabida en estos momentos tan duros para nuestro país.

En la columna pasada hablé un poco de este tema, pero lamentablemente se ha agudizado en estos últimos días. Parece que fuéramos tan mezquinos que no somos capaces de dejar de lado los odios y los intereses políticos y económicos, para mirar al que está a nuestro lado. No se puede usar la tragedia como un pretexto para pelear, a nadie le interesa de dónde viene la ayuda, pues lo importante es que llegue, y llegue bien a quienes más lo necesitan. No podemos poner membretes en aquello que estamos donando porque la solidaridad no se presume, se regala. Se debe pensar que todos debemos colaborar desde donde podemos hacerlo, con los recursos de los que disponemos, sin atacar ni presumir. Debemos volcarnos hacia las iniciativas ciudadanas, a aquellas que carecen de protagonistas que quieren llevar el agua a su molino, a aquellas que se alejan de la confrontación, y abren los brazos y el corazón para ayudar.

Es necesario que cuestionemos la agenda informativa que nos imponen los medios y los sectores políticos, que solo nos hacen ver cómo los intereses y los poderes pugnan por ganar el protagonismo y hacer su agosto de esta tragedia. No podemos permitir, como ciudadanos y seres humanos, que los canales que deben servirnos para unirnos se llenen de discursos de odio y de confrontación. Debemos aprovechar esta oportunidad tan trágica para pensar sobre lo que realmente importa, sobre lo que realmente queremos para nuestro país, sobre el ejemplo de solidaridad que queremos dejar a las futuras generaciones. Exijamos que quienes quieran confrontar y sacar ventaja de este dolor se callen y den paso a las voces múltiples que sí quieren construir, a los verdaderos liderazgos que surgen de la catástrofe. Y a los medios, que dejen de responder a intereses mezquinos y egoístas, y nos cuenten sobre el dolor y también sobre la esperanza.