No es lo mismo, lo sabe todo el mundo, escribir algo en Comic Sans que en Arial. Los logotipos de las marcas que han impactado en nuestras vidas siguen una lógica comercial-afectiva que tiene mucho que ver con la tipografía. Hay letras que dicen una cosa y letras que dicen otra sin necesidad de usar ni una sola palabra. Los tipos comunican.

Según Eriginal Books, las tipografías ideales para una novela tienen serifa: Garamond, Palatino, Baskerville, Sanchez y Georgia con un punto de entre 10.5 y 12. Las letras serif, con pequeñas curvas en sus extremos, «ayudan a crear un enlace virtual entre una letra y otra, lo que contribuye a una lectura fluida».

Cada palabra que dibuja alguien en su cabeza, cada poema, cada libro que nos va a cambiar la vida, encuentra su molde en la realidad gracias a unas tipografías que alguien inventó. ¿Qué mueve a los escritores a elegir su fuente favorita? ¿Hay algo así como la promiscuidad tipográfica? ¿Qué enamora de la anatomía de una letra para confiarle la carnalidad —encarnar, vaya— de lo que sale tan etéreo, tan fantasmal, de nuestra imaginación? Preguntamos por sus fuentes favoritas a cuatro escritoras: Solange Rodríguez, Mónica Ojeda, Sabrina Duque y Marcela Ribadeneira.

Unas llegaron a sus vidas por consejo de expertos en diseño; otras son más caprichosas a la hora de escribir, pero no a la hora de mandar a los editores —un editor siempre es Times New Roman—; otras visten para la ocasión: usan letras estrambóticas para sus textos personales —cartas en cursiva que simulan la escritura a mano—, letras correctas para sus textos serios y amigables para sus obras de ficción; y otras reconocen que lo de elegir la fuente es más una cosa de rutina que de verdadera ideología. CP